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Article 24
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Article 23
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Article 22
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Article 21
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Article 20
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CHAU CHAU ADIOS
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SIEMPRE
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Article 17
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LEO MASLIAH "Biromes y Servilletas" - Autores en Vivo - Ciclo 3 DV
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Juan Carlos Baglietto - La Vida Es Una Moneda
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El ganador y el tercero Por Luis Bruschtein
Para Daniel Scioli fue el momento de gloria, aunque fuera una interna sin contendiente, pero su resultado confirmó lo que se esperaba. No hubo sorpresa y quedó como el candidato con más probabilidades. Tenía que aprovechar el podio para proyectarse a octubre. Es un candidato que calienta motores y va tomando forma. Con Carlos Zannini, su compañero de fórmula al costado, los primeros agradecimientos fueron para Néstor y para Cristina Kirchner. Fueron palabras con sentimiento, no sonaron forzadas. En el palco no se rodeó sólo con su gente. Había muchos ministros y también los principales dirigentes de La Cámpora, además de gobernadores y sindicalistas. No tranquilizó a los que se lo imaginaban como un candidato alejado del Gobierno. No hizo concesiones por ese lado. También citó al Papa y planteó un discurso en línea con la defensa de la industria, el mercado interno y distribución de la riqueza.
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La permanencia de Sergio Massa con una elección superior a la prevista tras la deserción de sus intendentes atenuó el escenario de polarización. Mantuvo votos propios y le sacó algo a Macri. Las PASO dejan un paisaje en el que Scioli no alcanzó su meta de máxima, pero donde al mismo tiempo, la permanencia de Massa dividió el voto opositor y le dio la diferencia que necesita superior a los diez puntos sobre Macri. Se creó una situación en la que un cambio mínimo de los guarismos puede tener una repercusión fuerte en el resultado. Son algunos votos que pueden cambiar de dirección en el comicio general, como ha sucedido en elecciones anteriores. En las PASO hay más dispersión y en las generales pesa más el voto a ganador. Hay un movimiento que, aunque pequeño, puede definir resultados.
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Sumar los votos de la oposición para decir que la mayoría votó contra el oficialismo y denunciar fraude a los gritos como hizo el PRO durante la elección es de perdedor. De mal perdedor. Es una de las verdades que han dejado los treinta años de democracia. Las diferencias son tan grandes que el fraude tendría que haber sido colosal para incidir en el resultado. También es una villanía poco democrática no reconocer al ganador o tratar de desviar el foco. Si es que existió el famoso mail de Durán Barba diciéndoles a los dirigentes del PRO que se centren en las denuncias de fraude y que metan barullo contra el sistema de voto, el ecuatoriano los estaba aconsejando para que actúen como malos perdedores. No es un buen consejo. Como todas las picardías, son efímeras. Los resultados mandan, sean los que sean, mandan en una elección, en el truco y en un partido de fútbol. El que perdió, perdió y el que ganó, festeja.
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Otra vez el bunker del PRO no pudo ocultar desilusión. Les pasó en Santa Fe y les pasó cuando Horacio Rodríguez Larreta ganó apenas por tres puntos en la CABA. Llegarán a las elecciones del 25 de octubre con menos impulso de lo que pensaban. Para ellos será una campaña con menos esperanza que tristeza. Los malabarismos discursivos de Mauricio Macri y los globos de Durán Barba no alcanzaron para impulsar al candidato de los porteños. Pueden haber funcionado incluso como piantavotos en un escenario nacional que poco tiene que ver con la realidad de la ciudad de Buenos Aires. No fue buena idea confrontar con el FpV en temas que son emblemáticos para el kirchnerismo como la importancia del rol del Estado en la economía. Tampoco fue buena idea descartar cualquier tipo de acuerdo con algún sector del peronismo. El voto antiperonista no alcanza en un país donde los candidatos de las distintas listas peronistas reúnen más del 60 por ciento de los votos.
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A+B (Z x Y):24=R/67. Para sacar proyecciones en las PASO hay que llamarlo a Adrián Paenza. Es una discusión “matemáticopsicopolítica” donde la parte de los números está endiablada. Tiene que ver con las diferencias en los resultados. Si llega a los 40 y si saca los diez de ventaja, pero ese promedio se construye con 24 resultados de cada provincia. Y aún así, las PASO son diferentes a las elecciones generales. La especulación es que en las PASO el voto está más repartido. En la elección general, ya con el resultado de las PASO, una porción importante de terceros y cuartos emigra para tratar de incidir entre los dos primeros. Y, si hay segunda vuelta, por fuerza esta polarización se agudiza. Con estos márgenes entre los candidatos en las PASO, es difícil que haya grandes cambios en los resultados de las generales. Daniel Scioli quedó a un paso del gobierno.
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El Frente para la Victoria apabulló en la provincia de Buenos Aires si se suman los votos de Aníbal Fernández y Julián Domínguez. Con esa diferencia es como si Aníbal, que encabezaba el escrutinio todavía abierto al cierre de esta edición, ya hubiera ganado la general porque en la provincia no hay segunda vuelta. Por esa misma razón, es secundario si el segundo fue Felipe Solá o Eugenia Vidal. Quedaron lejos y es difícil que se sumen esos votos, como sí se sumarán los de Aníbal y Domínguez. El lugar del segundo o la distancia con el tercero tiene que ver en todo caso con una revancha de Sergio Massa por los desplantes que recibió de Mauricio Macri durante la campaña. El crecimiento de Massa fue, sobre todo, a costa de Macri y le achicó aún más al jefe de Gobierno porteño las perspectivas de sumar intendencias y aumentar sus bloques legislativos. Ambos disputan el segundo lugar en la primera vuelta.
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Sin desmerecer a Julián Domínguez, su oponente en la interna, la alta votación que lograron Aníbal Fernández y Martín Sabbatella en la provincia de Buenos Aires tiene una consecuencia positiva para el periodismo. Porque es un triunfo contra las operaciones mediáticas. Aníbal Fernández hizo su campaña con toda la corporación mediática en su contra. Quedó demostrado que ni él ni su compañero de fórmula y titular del Afsca tienen la simpatía de Clarín, que orquestó una operación salvaje contra sus candidaturas. Fue una campaña con todos los medios opositores en su contra y el resultado demostró que ese poder es relativo cuando se manipula la información a un punto tan burdo que se pone en evidencia. Los que creyeron en las acusaciones de Clarín y Elisa Carrió estarán viviendo una pesadilla y tendrán que aprender a digerir la información con una mirada más crítica y sin dejarse llevar por sus prejuicios. En ese contexto, la votación bonaerense y en especial cada voto que recibieron Fernández y Sabbatella implicó un castigo a los profesionales que se prestan a este tipo de operaciones que han sido las grandes derrotadas.
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Todos los candidatos agradecieron, todos se dieron por ganadores. Nadie reconoció lo que consiguieron sus contrarios. Pero así es la genética de las PASO, donde la competencia entre fuerzas de diferente signo está disimulada en elecciones internas. Agradeció Scioli, que como era el único candidato del Frente para la Victoria le sacó una diferencia importante a Macri en los resultados individuales. Agradecieron los candidatos del PRO. Y Macri, el ganador de esa interna, leyó su discurso en la pantalla de un telepronter como si en otras oportunidades se le hubieran volado algunos pájaros indiscretos. Esta vez prefirió leer para evitar confusiones. Massa, que le disputa parte del electorado opositor y derechista a Mauricio Macri, también agradeció desde Tigre y se puso a la derecha del PRO. En función de esa disputa, prometió orden y progreso, una consigna con ciertas reminiscencias a dictadura latinoamericana, y machacó con que dará el 82 por ciento móvil a los jubilados, una consigna que queda en demagogia si no explica cómo la concretará, y más demagógica si además la completa con el engaño de que en Argentina gana más un preso que un jubilado.
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Margarita Stolbizer asumió con hidalguía un resultado que no la favoreció. Y fue clara en su discurso al dar a entender que muchos de sus electores, sobre todo los radicales, habían preferido intervenir en la interna de la Alianza Cambiemos, presumiblemente para darle su voto a Ernesto Sanz. Su marca estuvo por lo menos dos puntos por debajo de lo que medía en las encuestas. Son votos que fueron a Cambiemos y Stolbizer expresó su convencimiento de que regresarán en las elecciones de octubre. Serán parte de las pequeñas migraciones que se pueden producir en la primera vuelta.
10/08/15 Página|12
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La permanencia de Sergio Massa con una elección superior a la prevista tras la deserción de sus intendentes atenuó el escenario de polarización. Mantuvo votos propios y le sacó algo a Macri. Las PASO dejan un paisaje en el que Scioli no alcanzó su meta de máxima, pero donde al mismo tiempo, la permanencia de Massa dividió el voto opositor y le dio la diferencia que necesita superior a los diez puntos sobre Macri. Se creó una situación en la que un cambio mínimo de los guarismos puede tener una repercusión fuerte en el resultado. Son algunos votos que pueden cambiar de dirección en el comicio general, como ha sucedido en elecciones anteriores. En las PASO hay más dispersión y en las generales pesa más el voto a ganador. Hay un movimiento que, aunque pequeño, puede definir resultados.
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Sumar los votos de la oposición para decir que la mayoría votó contra el oficialismo y denunciar fraude a los gritos como hizo el PRO durante la elección es de perdedor. De mal perdedor. Es una de las verdades que han dejado los treinta años de democracia. Las diferencias son tan grandes que el fraude tendría que haber sido colosal para incidir en el resultado. También es una villanía poco democrática no reconocer al ganador o tratar de desviar el foco. Si es que existió el famoso mail de Durán Barba diciéndoles a los dirigentes del PRO que se centren en las denuncias de fraude y que metan barullo contra el sistema de voto, el ecuatoriano los estaba aconsejando para que actúen como malos perdedores. No es un buen consejo. Como todas las picardías, son efímeras. Los resultados mandan, sean los que sean, mandan en una elección, en el truco y en un partido de fútbol. El que perdió, perdió y el que ganó, festeja.
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Otra vez el bunker del PRO no pudo ocultar desilusión. Les pasó en Santa Fe y les pasó cuando Horacio Rodríguez Larreta ganó apenas por tres puntos en la CABA. Llegarán a las elecciones del 25 de octubre con menos impulso de lo que pensaban. Para ellos será una campaña con menos esperanza que tristeza. Los malabarismos discursivos de Mauricio Macri y los globos de Durán Barba no alcanzaron para impulsar al candidato de los porteños. Pueden haber funcionado incluso como piantavotos en un escenario nacional que poco tiene que ver con la realidad de la ciudad de Buenos Aires. No fue buena idea confrontar con el FpV en temas que son emblemáticos para el kirchnerismo como la importancia del rol del Estado en la economía. Tampoco fue buena idea descartar cualquier tipo de acuerdo con algún sector del peronismo. El voto antiperonista no alcanza en un país donde los candidatos de las distintas listas peronistas reúnen más del 60 por ciento de los votos.
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A+B (Z x Y):24=R/67. Para sacar proyecciones en las PASO hay que llamarlo a Adrián Paenza. Es una discusión “matemáticopsicopolítica” donde la parte de los números está endiablada. Tiene que ver con las diferencias en los resultados. Si llega a los 40 y si saca los diez de ventaja, pero ese promedio se construye con 24 resultados de cada provincia. Y aún así, las PASO son diferentes a las elecciones generales. La especulación es que en las PASO el voto está más repartido. En la elección general, ya con el resultado de las PASO, una porción importante de terceros y cuartos emigra para tratar de incidir entre los dos primeros. Y, si hay segunda vuelta, por fuerza esta polarización se agudiza. Con estos márgenes entre los candidatos en las PASO, es difícil que haya grandes cambios en los resultados de las generales. Daniel Scioli quedó a un paso del gobierno.
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El Frente para la Victoria apabulló en la provincia de Buenos Aires si se suman los votos de Aníbal Fernández y Julián Domínguez. Con esa diferencia es como si Aníbal, que encabezaba el escrutinio todavía abierto al cierre de esta edición, ya hubiera ganado la general porque en la provincia no hay segunda vuelta. Por esa misma razón, es secundario si el segundo fue Felipe Solá o Eugenia Vidal. Quedaron lejos y es difícil que se sumen esos votos, como sí se sumarán los de Aníbal y Domínguez. El lugar del segundo o la distancia con el tercero tiene que ver en todo caso con una revancha de Sergio Massa por los desplantes que recibió de Mauricio Macri durante la campaña. El crecimiento de Massa fue, sobre todo, a costa de Macri y le achicó aún más al jefe de Gobierno porteño las perspectivas de sumar intendencias y aumentar sus bloques legislativos. Ambos disputan el segundo lugar en la primera vuelta.
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Sin desmerecer a Julián Domínguez, su oponente en la interna, la alta votación que lograron Aníbal Fernández y Martín Sabbatella en la provincia de Buenos Aires tiene una consecuencia positiva para el periodismo. Porque es un triunfo contra las operaciones mediáticas. Aníbal Fernández hizo su campaña con toda la corporación mediática en su contra. Quedó demostrado que ni él ni su compañero de fórmula y titular del Afsca tienen la simpatía de Clarín, que orquestó una operación salvaje contra sus candidaturas. Fue una campaña con todos los medios opositores en su contra y el resultado demostró que ese poder es relativo cuando se manipula la información a un punto tan burdo que se pone en evidencia. Los que creyeron en las acusaciones de Clarín y Elisa Carrió estarán viviendo una pesadilla y tendrán que aprender a digerir la información con una mirada más crítica y sin dejarse llevar por sus prejuicios. En ese contexto, la votación bonaerense y en especial cada voto que recibieron Fernández y Sabbatella implicó un castigo a los profesionales que se prestan a este tipo de operaciones que han sido las grandes derrotadas.
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Todos los candidatos agradecieron, todos se dieron por ganadores. Nadie reconoció lo que consiguieron sus contrarios. Pero así es la genética de las PASO, donde la competencia entre fuerzas de diferente signo está disimulada en elecciones internas. Agradeció Scioli, que como era el único candidato del Frente para la Victoria le sacó una diferencia importante a Macri en los resultados individuales. Agradecieron los candidatos del PRO. Y Macri, el ganador de esa interna, leyó su discurso en la pantalla de un telepronter como si en otras oportunidades se le hubieran volado algunos pájaros indiscretos. Esta vez prefirió leer para evitar confusiones. Massa, que le disputa parte del electorado opositor y derechista a Mauricio Macri, también agradeció desde Tigre y se puso a la derecha del PRO. En función de esa disputa, prometió orden y progreso, una consigna con ciertas reminiscencias a dictadura latinoamericana, y machacó con que dará el 82 por ciento móvil a los jubilados, una consigna que queda en demagogia si no explica cómo la concretará, y más demagógica si además la completa con el engaño de que en Argentina gana más un preso que un jubilado.
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Margarita Stolbizer asumió con hidalguía un resultado que no la favoreció. Y fue clara en su discurso al dar a entender que muchos de sus electores, sobre todo los radicales, habían preferido intervenir en la interna de la Alianza Cambiemos, presumiblemente para darle su voto a Ernesto Sanz. Su marca estuvo por lo menos dos puntos por debajo de lo que medía en las encuestas. Son votos que fueron a Cambiemos y Stolbizer expresó su convencimiento de que regresarán en las elecciones de octubre. Serán parte de las pequeñas migraciones que se pueden producir en la primera vuelta.
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Un sánguche comunista (o peronista) Por César González. Escritor y cineasta
Hacía frío y un tímido sol empezaba a bajar allá atrás, besándole la espalda al horizonte. En la canchita, unos guachines de no más de 10 años hacía rato jugaban un partido que estaba picante y que iba 6 a 5. La canchita queda en el centro geográfico del barrio, a un costado está el tanque de agua, un imponente y largo hongo de cemento de unos 40 metros de largo, con una cabeza mucho más ancha que su tronco. Atrás de uno de los arcos se extiende una tira de monoblocks de tres pisos, de un opaco y cada vez más viejo color bordó. Atrás del otro arco pasa una calle que une los vértices de “La Gardel”.
Mirando hacia la derecha de los edificios se ve un camino que termina en “el hueco del 17”, una especie de puerta de túnel precario que atraviesa una planta baja de unos 3 metros de ancho. Allí paran los pibes del “17”. Los nombres de los lugares donde se juntan los pibes nacieron a partir del número del monoblock. Están los del 15, los del 13, los del 1, los del 8… El nombre no cambia, lo que va cambiando son las caras.
El recambio es constante. A algunos pibes que se veían hace dos años, hoy ya no los ves: los mataron o cayeron en cana. Los únicos estables son los rostros de los pibes que trabajan. Pasan distintas generaciones y son las únicas presencias que se repiten. Por eso, naturalmente son una autoridad moral en cada ranchada.
La amplia mayoría de los pibes que viven en el barrio trabajan o estudian. Pero “pibes chorros” y laburantes comparten gran parte del tiempo de sus vidas en un mismo espacio, fuman del mismo porro y beben de la misma jarra. Cuando llega el viernes o el sábado y se hace la famosa vaquita para comprar escabio, cada uno pone algo, el laburante saca de su sueldo; el “pibe chorro”, de su botín. El que no pone es una rata, sea trabajador o delincuente.
Los que trabajan saben lo que hacen sus amigos “desviados” y quizás no estén para nada de acuerdo, pero nadie juzga a nadie. En el fondo, y en silencio, unos y otros se envidian. El que roba sabe que en cualquier momento puede morir o terminar preso, por eso envidia del trabajador la tranquilidad de irse a dormir sin estar perseguido de que la gorra le patee la puerta en plena madrugada. Y el que trabaja envidia de los pibes chorros que no cumplen horarios ni obedecen a nadie. Pero ese sábado a la tarde, ya casi noche, en el hueco del 17 ninguno de los cuatro pibes tenía un peso, ni los dos trabajadores ni los dos chacales. Los pibes chorros esperaban ansiosos que dos compañeros volvieran con una “llave” –un auto robado– para poder salir ellos también, ya que el fin de semana hace que el capitalismo valga la pena y por eso nada más triste que un sábado sin plata.
Uno de los trabajadores llevó su mano al bolsillo de atrás de su pantalón y habló.
–¡Uh, guacho, bien ahí! Miren lo que encontré, somos nosotros, vieron que siempre hay que tener un canuto…
–Ja, ja. Seguro estabas del orto cuando lo guardaste…
–Yo tengo un rebajón, ¿y ustedes?
–Y… no sé, vos fijate.
–Bueno, ¿vamos a comprar un sanguche a La Patri?
–Dale, nos fuimos.
Y todos juntos emprendieron marcha hacia el local multifunción que es un poco kiosco, un poco rotisería, algo de perfumería y hasta venta de ropa. El trabajador se puso a hacer su pedido.
–Hola Patri, me hacés uno de milanga completo y me das una gaseosa grande de naranja por favor.
–Son 57 pesos.
–Tomá, hay 50, anótame 7 que en la semana paso y te pago todo. ¿En cuánto sale?
–15 minutitos, ponele.
–Bueno, lo esperamos acá afuera.
Transcurrido ese tiempo, el trabajador entró en busca de su sánguche.
–Me lo cortás en 4 partes iguales, por favor, y lo ponés en un bandejita, gracias.
Y así se fueron de nuevo para el hueco del 17. Al llegar el trabajador, le dio un pedazo a cada uno de los pibes, se lo comieron rápidamente y lo bajaron con gaseosa. Un sánguche comunista (o peronista) aunque poco o nada sepan estos pibes sobre quiénes fueron o qué pensaban Marx o Perón. Un sánguche compartido entre proletarios y cabecitas negras, dos laburantes, los otros dos pibes chorros.
09/08/15 Miradas al Sur
Mirando hacia la derecha de los edificios se ve un camino que termina en “el hueco del 17”, una especie de puerta de túnel precario que atraviesa una planta baja de unos 3 metros de ancho. Allí paran los pibes del “17”. Los nombres de los lugares donde se juntan los pibes nacieron a partir del número del monoblock. Están los del 15, los del 13, los del 1, los del 8… El nombre no cambia, lo que va cambiando son las caras.
El recambio es constante. A algunos pibes que se veían hace dos años, hoy ya no los ves: los mataron o cayeron en cana. Los únicos estables son los rostros de los pibes que trabajan. Pasan distintas generaciones y son las únicas presencias que se repiten. Por eso, naturalmente son una autoridad moral en cada ranchada.
La amplia mayoría de los pibes que viven en el barrio trabajan o estudian. Pero “pibes chorros” y laburantes comparten gran parte del tiempo de sus vidas en un mismo espacio, fuman del mismo porro y beben de la misma jarra. Cuando llega el viernes o el sábado y se hace la famosa vaquita para comprar escabio, cada uno pone algo, el laburante saca de su sueldo; el “pibe chorro”, de su botín. El que no pone es una rata, sea trabajador o delincuente.
Los que trabajan saben lo que hacen sus amigos “desviados” y quizás no estén para nada de acuerdo, pero nadie juzga a nadie. En el fondo, y en silencio, unos y otros se envidian. El que roba sabe que en cualquier momento puede morir o terminar preso, por eso envidia del trabajador la tranquilidad de irse a dormir sin estar perseguido de que la gorra le patee la puerta en plena madrugada. Y el que trabaja envidia de los pibes chorros que no cumplen horarios ni obedecen a nadie. Pero ese sábado a la tarde, ya casi noche, en el hueco del 17 ninguno de los cuatro pibes tenía un peso, ni los dos trabajadores ni los dos chacales. Los pibes chorros esperaban ansiosos que dos compañeros volvieran con una “llave” –un auto robado– para poder salir ellos también, ya que el fin de semana hace que el capitalismo valga la pena y por eso nada más triste que un sábado sin plata.
Uno de los trabajadores llevó su mano al bolsillo de atrás de su pantalón y habló.
–¡Uh, guacho, bien ahí! Miren lo que encontré, somos nosotros, vieron que siempre hay que tener un canuto…
–Ja, ja. Seguro estabas del orto cuando lo guardaste…
–Yo tengo un rebajón, ¿y ustedes?
–Y… no sé, vos fijate.
–Bueno, ¿vamos a comprar un sanguche a La Patri?
–Dale, nos fuimos.
Y todos juntos emprendieron marcha hacia el local multifunción que es un poco kiosco, un poco rotisería, algo de perfumería y hasta venta de ropa. El trabajador se puso a hacer su pedido.
–Hola Patri, me hacés uno de milanga completo y me das una gaseosa grande de naranja por favor.
–Son 57 pesos.
–Tomá, hay 50, anótame 7 que en la semana paso y te pago todo. ¿En cuánto sale?
–15 minutitos, ponele.
–Bueno, lo esperamos acá afuera.
Transcurrido ese tiempo, el trabajador entró en busca de su sánguche.
–Me lo cortás en 4 partes iguales, por favor, y lo ponés en un bandejita, gracias.
Y así se fueron de nuevo para el hueco del 17. Al llegar el trabajador, le dio un pedazo a cada uno de los pibes, se lo comieron rápidamente y lo bajaron con gaseosa. Un sánguche comunista (o peronista) aunque poco o nada sepan estos pibes sobre quiénes fueron o qué pensaban Marx o Perón. Un sánguche compartido entre proletarios y cabecitas negras, dos laburantes, los otros dos pibes chorros.
09/08/15 Miradas al Sur
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Eclipse de mar
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Bibliotecas y laberintos Por Federico Vázquez*
Ilustración María Giuffra / Boceto para una historieta subversiva.
¿Qué queda por pensar de los 70? La invitación a escribir sobre ese tema tan transitado en los últimos años, cargado de reflexiones, pero sobre todo cargado de acontecimientos del “presente” sobre ese “pasado” es casi una provocación. ¿Queda algo por decir? O, mejor dicho, porque los vericuetos de la historia estarán siempre abiertos y a la espera que una nueva generación agregue, tache o haga su propio copypaste, ¿qué tenemos para decir los que nos hicimos jóvenes durante los años 90 y que, de modo simbólico y no tanto, podemos describirnos como los hijos de aquellos militantes de hace 40 años?
El recuerdo infantil, ya en las puertas de la pubertad, es algo así: algún sábado o domingo, en la casa familiar, mientras el resto todavía dormía, me metía en la biblioteca -esas bibliotecas frondosas, tan de aquella generación, donde se acumulaban libros de política y de historia, mezclados con novelas clásicas, con un perfil de izquierda-marxista-peronista-tercermundista, con algunos libros forrados para que poder ser leídos un bar en tiempos peligrosos, etc- y revisaba, pacientemente. Lo primero que hace uno antes de saber qué leer: hojear libros como si fueran revistas, tratar de entender el código del ordenamiento, entender, al final de cuentas “por qué mi papá tiene este libro”. En esa tarea solitaria, algún fin de semana, a los 10 u 11 años, encontré La noche de los lápices, el guión de la película, escrito por Héctor Ruiz Núñez y María Seoane. Alguna cosa habría en mi cabeza -alguna imagen de la película o algo así- porque lo agarré enseguida y empecé a leer. Ese comienzo de la narración de la asamblea de estudiantes, el perfil heroico de los adolescentes, saber que todo terminaría en el horror de las desapariciones y la tortura, todo eso impregnaba, no sin una cuota de morbo, en mi cabeza. Y al mismo tiempo, por alguna razón que no llegaba a entender, pero lo sentía claramente, había algo prohibido en esa lectura. Algunos pasos, algún indicio de que mis papás se habían levantado y cerraba el libro, salía de la biblioteca, hasta la próxima oportunidad de lectura clandestina. Algo así como el temor a ser descubierto en un rito de auto iniciación. También, la suposición mía de que podría generar dolor en mi papá, de alguna manera. El tabú era extraño, tal vez como todos los tabús que funcionan cuando nadie los impone directamente: yo sabía que me habían puesto Federico por un amigo de mi viejo que estaba desaparecido (de quien algo, muy poco, me había contado, pero como casi al pasar, como respuesta “normal” a la pregunta de por qué habían elegido ese nombre para mí). Antes que una presencia cargada de relatos paternos, la presencia cotidiana era la imagen muda de Federico, en una foto en blanco y negro, en esa misma biblioteca, joven y sonriente. Entre esa imagen silenciosa, pero a la vez presente y los libros de la biblioteca, supongo que se habrá construido en mí, como en tantos otros de mi generación, esa idea heroica y perturbadora, orgullosa y escondida, inalcanzable. Como, también, un espejo donde mirarse: “yyy... yo creo si hubiera vivido en los setenta…” era una frase que íbamos a pensar y repetir hacia nuestros adentros, incluso a discutir en los siguientes años entre amigos y militantes. ¿Hubiéramos estado “a la altura” de nuestros padres? ¿Había alguna posibilidad de no repetir la escena trágica, de darle una respuesta distinta por parte de nuestra generación a la experiencia de ese pasado? Se trataba de algo más que un problema teórico-político, era algo íntimo, intransferible, pre-ideológico: además de todo éramos, biológicamente hablando, sus hijos. El desafío, personal y generacional, era qué íbamos a poder hacer con eso.
Es extraño y lógico a la vez lo que pasó en los 25 años posteriores a esos sábados infantiles en la biblioteca: la devoramos, y pedimos más (no conozco, literalmente, a ningún contemporáneo mío mínimamente interesado por la política que no haya leído La Voluntad con pasión obsesiva durante su adolescencia) pero, a la vez, en ese proceso que parece como pobremente identitario, desprovisto de una singularidad propia, nuestra generación se puso una tarea histórica imposible: resolver ese pasado. Como quien va a terapia: miremos para atrás aunque cueste, rasquemos ahí donde duele, veamos qué de todo ese bardo podemos hacernos cargo, intentemos cambiar. La tarea era tramposa porque lo más valioso -las vidas interrumpidas de aquellos tiempos- eran, son y serán imposibles de recuperar. El mantra memoria, verdad y justicia fue, así, una forma de asumir ese pasado como presente, dotarlo de algún tipo de vitalidad y proyecto hacia el futuro, encauzar una frustración para que emerja un triunfo posible. El aporte juvenil, de mi generación, a la lucha de los derechos humanos de los “adultos” a mediados de los 90 fue creer que era posible dar vuelta lo que parecía cerrado, social y políticamente, después del indulto.
Por ahí fuimos y lo más sorprendente es que tuvimos éxito. Nuestra generación -obviamente no sin las alianzas generacionales con las madres y abuelas y los propios sobrevivientes- le dio justicia a la anterior. No fue gratis: pagó esa deuda de sangre con el sacrificio de su propia identidad, al menos parcialmente, al poner “sus mejores años” al servicio de nuestros padres. Incluso más: la reivindicación personal y colectiva de los militantes de los 70 desde mediados de los 90 tuvo como condición de posibilidad la existencia de nuestra generación. Alguien debía escuchar el cuento con entusiasmo, con admiración, con inocencia. Un club de incondicionales, los jóvenes lectores compulsivos de La Voluntad, que luego fueron en masa a predicar que sus padres eran militantes y no terroristas, que eran jóvenes e idealistas, y que sus asesinos no podían estar libres.
Siguiendo con esa lógica extraña, sorpresiva, unos años después, quien volvió a ocupar el centro de la escena fue aquella generación de los setenta. Es decir, la reivindicación a nuestros padres, que en nuestra cabeza suponía, como mucho, la concreción de una justicia penal para sus victimarios, que es también una forma civilizada de decir, “hemos dejado atrás esta herida”, terminó, por el contrario en un “gobierno de nuestros padres”, que es una de las tantas formas posibles de definir al kirchnerismo. Es muy extraño que la historia, en el tiempo vital de una generación, otorgue la excepción de darle a ésta dos momentos de protagonismo, con una derrota en el medio, además. Sin embargo, pasó.
Las deudas generacionales y familiares son épicamente hermosas, tal vez porque no terminan nunca. El kirchnerismo, nombre identitario nuevo, todavía a la espera de constatar su resistencia al tiempo, es ese gobierno de nuestros padres que, consciente o inconscientemente, entendió que ese retorno de la tropa setentista había sido posible, al menos en parte, por lo que habían hecho sus hijos. Esa deuda cambiada de manos se presenta ahora en la ostensible búsqueda por dar espacios a la nueva generación, bajo formas que tienen un orden familiar más tradicional: los padres habilitando a sus hijos, cediendo lugar para que ellos ocupen el centro de la escena.
Nuestra generación tiene ahora, tal vez por primera vez desde que empezó esa danza de deudas y devoluciones, de cariños y tabúes familiares, la posibilidad de ser, de tener desafíos “propios” o para decirlo de una manera menos maniquea, proyectos enteramente nuevos y adultos, históricamente singulares. Una épica libre, nacida no del capricho infantil de creerse el centro del mundo ni la necesidad adolescente de tener que “matar” al padre, sino con la madurez que viene de haber transitado intensamente el laberinto de la generación anterior y haber salido con vida.
* Licenciado en Historia, periodista y músico. Su padre fue militante de la Unión de Estudiantes Secundarios
Fuente: Revista Haroldo Revista del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti
¿Qué queda por pensar de los 70? La invitación a escribir sobre ese tema tan transitado en los últimos años, cargado de reflexiones, pero sobre todo cargado de acontecimientos del “presente” sobre ese “pasado” es casi una provocación. ¿Queda algo por decir? O, mejor dicho, porque los vericuetos de la historia estarán siempre abiertos y a la espera que una nueva generación agregue, tache o haga su propio copypaste, ¿qué tenemos para decir los que nos hicimos jóvenes durante los años 90 y que, de modo simbólico y no tanto, podemos describirnos como los hijos de aquellos militantes de hace 40 años?
El recuerdo infantil, ya en las puertas de la pubertad, es algo así: algún sábado o domingo, en la casa familiar, mientras el resto todavía dormía, me metía en la biblioteca -esas bibliotecas frondosas, tan de aquella generación, donde se acumulaban libros de política y de historia, mezclados con novelas clásicas, con un perfil de izquierda-marxista-peronista-tercermundista, con algunos libros forrados para que poder ser leídos un bar en tiempos peligrosos, etc- y revisaba, pacientemente. Lo primero que hace uno antes de saber qué leer: hojear libros como si fueran revistas, tratar de entender el código del ordenamiento, entender, al final de cuentas “por qué mi papá tiene este libro”. En esa tarea solitaria, algún fin de semana, a los 10 u 11 años, encontré La noche de los lápices, el guión de la película, escrito por Héctor Ruiz Núñez y María Seoane. Alguna cosa habría en mi cabeza -alguna imagen de la película o algo así- porque lo agarré enseguida y empecé a leer. Ese comienzo de la narración de la asamblea de estudiantes, el perfil heroico de los adolescentes, saber que todo terminaría en el horror de las desapariciones y la tortura, todo eso impregnaba, no sin una cuota de morbo, en mi cabeza. Y al mismo tiempo, por alguna razón que no llegaba a entender, pero lo sentía claramente, había algo prohibido en esa lectura. Algunos pasos, algún indicio de que mis papás se habían levantado y cerraba el libro, salía de la biblioteca, hasta la próxima oportunidad de lectura clandestina. Algo así como el temor a ser descubierto en un rito de auto iniciación. También, la suposición mía de que podría generar dolor en mi papá, de alguna manera. El tabú era extraño, tal vez como todos los tabús que funcionan cuando nadie los impone directamente: yo sabía que me habían puesto Federico por un amigo de mi viejo que estaba desaparecido (de quien algo, muy poco, me había contado, pero como casi al pasar, como respuesta “normal” a la pregunta de por qué habían elegido ese nombre para mí). Antes que una presencia cargada de relatos paternos, la presencia cotidiana era la imagen muda de Federico, en una foto en blanco y negro, en esa misma biblioteca, joven y sonriente. Entre esa imagen silenciosa, pero a la vez presente y los libros de la biblioteca, supongo que se habrá construido en mí, como en tantos otros de mi generación, esa idea heroica y perturbadora, orgullosa y escondida, inalcanzable. Como, también, un espejo donde mirarse: “yyy... yo creo si hubiera vivido en los setenta…” era una frase que íbamos a pensar y repetir hacia nuestros adentros, incluso a discutir en los siguientes años entre amigos y militantes. ¿Hubiéramos estado “a la altura” de nuestros padres? ¿Había alguna posibilidad de no repetir la escena trágica, de darle una respuesta distinta por parte de nuestra generación a la experiencia de ese pasado? Se trataba de algo más que un problema teórico-político, era algo íntimo, intransferible, pre-ideológico: además de todo éramos, biológicamente hablando, sus hijos. El desafío, personal y generacional, era qué íbamos a poder hacer con eso.
Es extraño y lógico a la vez lo que pasó en los 25 años posteriores a esos sábados infantiles en la biblioteca: la devoramos, y pedimos más (no conozco, literalmente, a ningún contemporáneo mío mínimamente interesado por la política que no haya leído La Voluntad con pasión obsesiva durante su adolescencia) pero, a la vez, en ese proceso que parece como pobremente identitario, desprovisto de una singularidad propia, nuestra generación se puso una tarea histórica imposible: resolver ese pasado. Como quien va a terapia: miremos para atrás aunque cueste, rasquemos ahí donde duele, veamos qué de todo ese bardo podemos hacernos cargo, intentemos cambiar. La tarea era tramposa porque lo más valioso -las vidas interrumpidas de aquellos tiempos- eran, son y serán imposibles de recuperar. El mantra memoria, verdad y justicia fue, así, una forma de asumir ese pasado como presente, dotarlo de algún tipo de vitalidad y proyecto hacia el futuro, encauzar una frustración para que emerja un triunfo posible. El aporte juvenil, de mi generación, a la lucha de los derechos humanos de los “adultos” a mediados de los 90 fue creer que era posible dar vuelta lo que parecía cerrado, social y políticamente, después del indulto.
Por ahí fuimos y lo más sorprendente es que tuvimos éxito. Nuestra generación -obviamente no sin las alianzas generacionales con las madres y abuelas y los propios sobrevivientes- le dio justicia a la anterior. No fue gratis: pagó esa deuda de sangre con el sacrificio de su propia identidad, al menos parcialmente, al poner “sus mejores años” al servicio de nuestros padres. Incluso más: la reivindicación personal y colectiva de los militantes de los 70 desde mediados de los 90 tuvo como condición de posibilidad la existencia de nuestra generación. Alguien debía escuchar el cuento con entusiasmo, con admiración, con inocencia. Un club de incondicionales, los jóvenes lectores compulsivos de La Voluntad, que luego fueron en masa a predicar que sus padres eran militantes y no terroristas, que eran jóvenes e idealistas, y que sus asesinos no podían estar libres.
Siguiendo con esa lógica extraña, sorpresiva, unos años después, quien volvió a ocupar el centro de la escena fue aquella generación de los setenta. Es decir, la reivindicación a nuestros padres, que en nuestra cabeza suponía, como mucho, la concreción de una justicia penal para sus victimarios, que es también una forma civilizada de decir, “hemos dejado atrás esta herida”, terminó, por el contrario en un “gobierno de nuestros padres”, que es una de las tantas formas posibles de definir al kirchnerismo. Es muy extraño que la historia, en el tiempo vital de una generación, otorgue la excepción de darle a ésta dos momentos de protagonismo, con una derrota en el medio, además. Sin embargo, pasó.
Las deudas generacionales y familiares son épicamente hermosas, tal vez porque no terminan nunca. El kirchnerismo, nombre identitario nuevo, todavía a la espera de constatar su resistencia al tiempo, es ese gobierno de nuestros padres que, consciente o inconscientemente, entendió que ese retorno de la tropa setentista había sido posible, al menos en parte, por lo que habían hecho sus hijos. Esa deuda cambiada de manos se presenta ahora en la ostensible búsqueda por dar espacios a la nueva generación, bajo formas que tienen un orden familiar más tradicional: los padres habilitando a sus hijos, cediendo lugar para que ellos ocupen el centro de la escena.
Nuestra generación tiene ahora, tal vez por primera vez desde que empezó esa danza de deudas y devoluciones, de cariños y tabúes familiares, la posibilidad de ser, de tener desafíos “propios” o para decirlo de una manera menos maniquea, proyectos enteramente nuevos y adultos, históricamente singulares. Una épica libre, nacida no del capricho infantil de creerse el centro del mundo ni la necesidad adolescente de tener que “matar” al padre, sino con la madurez que viene de haber transitado intensamente el laberinto de la generación anterior y haber salido con vida.
* Licenciado en Historia, periodista y músico. Su padre fue militante de la Unión de Estudiantes Secundarios
Fuente: Revista Haroldo Revista del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti
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Baglietto / Garré - Sólo Se Trata De Vivir (Mercado de Pulgas Bs As)
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SE VIENE EL MALON CAMPORISTA
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Mirando a la recta final Por Washington Uranga
Comienza otro partido. El sistema electoral vigente en la Argentina supone –tal como lo han señalado la mayoría de los analistas– que los comicios primarios constituyen una especie de gran encuesta que sirve, entre otras cuestiones, para reformular las estrategias y realinear las fuerzas. Con los resultados de las PASO a la vista, hay que barajar y dar de nuevo. Aunque es evidente que la victoria de la fórmula Scioli-Zannini da por tierra con el relato de “fin de ciclo” que se pretendió instalar desde ciertos lugares de la oposición. También para demostrar que nunca fue cierta la idea de que los argentinos se inclinan mayoritariamente por un cambio hacia atrás, por un retroceso en todo lo hecho. El verdadero fraude –ahora denunciado por el PRO como subterfugio para disimular la derrota– ha sido la estafa de vender gato por liebre. En línea con los anuncios de catástrofes que nunca ocurrieron y con la intención de ofrecer como “cambio” lo que en la práctica sería una regresión. Otra mentira es leer los resultados sumando todos los votos de la oposición (incluyendo la izquierda) para decir que “la mayoría de la ciudadanía quiere un cambio”, como afirmó anoche el electo jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta.
Aunque suene a repetitivo y obvio, vale la pena reiterarlo en un país que tanto ha sufrido para consolidar su democracia: es la séptima elección consecutiva para renovar las más altas autoridades nacionales. Afortunadamente hay jóvenes que no conocen otra realidad que la democracia. Es importante consignar que quienes hablaron ayer de fraude frente las cámaras de televisión no fueron capaces de hacer lo mismo ante las autoridades electorales. No hay una sola denuncia registrada. Es posible también que quienes hoy denuncian fraude o deficiencias de un “sistema electoral obsoleto” –los mismos que se llenan la boca con supuestas imputaciones de corrupción no confirmadas en la mayoría de los casos ni por los jueces “amigos”— lo hagan no sólo para justificar su derrota, sino para desprestigiar un sistema democrático del que descreen y como reminiscencia de épocas en que las decisiones las tomaban los centros de poder en lugar del pueblo en las urnas. Quizás ese sea realmente el tipo de “cambio” al que están aspirando ciertos nostálgicos de un pasado afortunadamente superado.
El Frente para la Victoria ratificó que tiene un piso electoral muy sólido. Es cierto que los nombres de los candidatos importan y no son todos iguales. Por carisma, por propuestas, por capacidad política. Pero aún más allá de los nombres el piso está consolidado, no se mueve.
El cuadro de situación electoral se ajusta ahora. Pero es difícil que quien ganó ahora no conserve su caudal. Los votos de Scioli-Zannini constituyen el piso para octubre. No es lo mismo para quienes los siguen. Quien triunfa transmite una imagen que alienta a seguirlo, sobre todo cuando no ha sufrido el desgaste del debate interno. La fórmula presidencial del FpV logró –por lo menos hasta el momento– consolidar la idea de que vale lo hecho y que se pueden hacer ajustes sin dar marcha atrás. Veremos.
Las dificultades mayores se presentan para Mauricio Macri. Su imagen sigue sin trascender los límites de la Capital y, en menor medida, de algunos municipios del conurbano bonaerense. Con eso no alcanza. No hace piso a nivel nacional, y donde saca ventaja no logra hacerlo con contundencia, tal como ocurre en Santa Fe, donde en algún momento pareció instalarse como una figura de peso junto al cómico Miguel Del Sel. Tampoco le han servido los constantes anuncios de catástrofes no cumplidas, proclamadas tanto por el ex presidente de Boca como por sus circunstanciales aliados. Otro interrogante que se abre de cara a las elecciones de octubre es la continuidad del frente Cambiemos vista la inestabilidad emocional de la diputada Carrió y las críticas de muchos dirigentes radicales a Ernesto Sanz por el fracaso de la estrategia que ató a un partido de tradición popular al carro conservador del PRO.
Un enigma importante queda por disipar. ¿A quién favorece el hecho de que el candidato Sergio Massa aparezca tercero y cerca de Macri? Por una parte cabe pensar que un Massa con posibilidades, evitando la polarización y con la esperanza de ingresar a una eventual segunda vuelta, le roba votos al macrismo. Pero también se podría especular que en una eventual polarización entre Scioli y Macri los votos del massismo podrían diluirse en partes iguales para los dos candidatos principales, facilitando el triunfo del FpV en primera vuelta. Otra incógnita es si los votos que De la Sota aportó ahora a UNA seguirán a Massa o bien optarán por otras posiciones. Nada está escrito y ningún candidato es “dueño” de los votos. Los electores se muestran no sólo volátiles sino cambiantes en sus inclinaciones.
De cara a las elecciones de octubre sería muy sano que los candidatos –todos ellos– pensaran en reconfigurar la agenda para exponer y debatir sobre cuestiones programáticas y propuestas. Sería igualmente importante que las ideas desplacen a las operaciones, a las chicanas y a los golpes bajos. Aunque es casi una ilusión vana que estos últimos rubros desaparezcan.
Pero sería bueno saber si además de sumar ministerios que servirían para equilibrar el reparto entre las fuerzas internas y diluir el poder de los que en los últimos tiempos han sido “superministros”, el sciolismo piensa seriamente en encarar una imprescindible reforma del Estado para darle, como afirma, continuidad al proceso adelantado por el kirchnerismo.
Tan importante como conocer qué hay de cierto detrás de las manifestaciones de fe “kirchneristas” de Macri a instancias de su asesor Jaime Durán Barba. Y cuáles son las propuestas de Massa al margen de sus eslóganes de “mano dura” como única respuesta a un electorado que supone ganado por la preocupación de la inseguridad.
Hasta el momento las ideas y proposiciones no han salido del nivel de las frases y los eslóganes son más parecidos a spots publicitarios que a verdaderas propuestas programáticas.
En tiempos de avance de los centros de poder internacional contra los gobiernos progresistas de la región, habría que prestar más atención y darle importancia a la elección de legisladores del Parlasur, presentado casi un “premio consuelo” para algunos dirigentes que no tuvieron lugar en otras listas. El nuevo Parlamento regional que sesionará en Montevideo y en el que Argentina tendrá 43 escaños (sobre un total de 188: 76 de Brasil, 33 de Venezuela y 18 de Paraguay y Uruguay respectivamente) puede tener una importancia estratégica en el futuro cercano y depende de la voluntad política de los gobiernos potenciarlo como una herramienta de consolidación efectiva de la integración. Sobre esto también sería bueno escuchar a los candidatos.
10/08/15 Página|12
Aunque suene a repetitivo y obvio, vale la pena reiterarlo en un país que tanto ha sufrido para consolidar su democracia: es la séptima elección consecutiva para renovar las más altas autoridades nacionales. Afortunadamente hay jóvenes que no conocen otra realidad que la democracia. Es importante consignar que quienes hablaron ayer de fraude frente las cámaras de televisión no fueron capaces de hacer lo mismo ante las autoridades electorales. No hay una sola denuncia registrada. Es posible también que quienes hoy denuncian fraude o deficiencias de un “sistema electoral obsoleto” –los mismos que se llenan la boca con supuestas imputaciones de corrupción no confirmadas en la mayoría de los casos ni por los jueces “amigos”— lo hagan no sólo para justificar su derrota, sino para desprestigiar un sistema democrático del que descreen y como reminiscencia de épocas en que las decisiones las tomaban los centros de poder en lugar del pueblo en las urnas. Quizás ese sea realmente el tipo de “cambio” al que están aspirando ciertos nostálgicos de un pasado afortunadamente superado.
El Frente para la Victoria ratificó que tiene un piso electoral muy sólido. Es cierto que los nombres de los candidatos importan y no son todos iguales. Por carisma, por propuestas, por capacidad política. Pero aún más allá de los nombres el piso está consolidado, no se mueve.
El cuadro de situación electoral se ajusta ahora. Pero es difícil que quien ganó ahora no conserve su caudal. Los votos de Scioli-Zannini constituyen el piso para octubre. No es lo mismo para quienes los siguen. Quien triunfa transmite una imagen que alienta a seguirlo, sobre todo cuando no ha sufrido el desgaste del debate interno. La fórmula presidencial del FpV logró –por lo menos hasta el momento– consolidar la idea de que vale lo hecho y que se pueden hacer ajustes sin dar marcha atrás. Veremos.
Las dificultades mayores se presentan para Mauricio Macri. Su imagen sigue sin trascender los límites de la Capital y, en menor medida, de algunos municipios del conurbano bonaerense. Con eso no alcanza. No hace piso a nivel nacional, y donde saca ventaja no logra hacerlo con contundencia, tal como ocurre en Santa Fe, donde en algún momento pareció instalarse como una figura de peso junto al cómico Miguel Del Sel. Tampoco le han servido los constantes anuncios de catástrofes no cumplidas, proclamadas tanto por el ex presidente de Boca como por sus circunstanciales aliados. Otro interrogante que se abre de cara a las elecciones de octubre es la continuidad del frente Cambiemos vista la inestabilidad emocional de la diputada Carrió y las críticas de muchos dirigentes radicales a Ernesto Sanz por el fracaso de la estrategia que ató a un partido de tradición popular al carro conservador del PRO.
Un enigma importante queda por disipar. ¿A quién favorece el hecho de que el candidato Sergio Massa aparezca tercero y cerca de Macri? Por una parte cabe pensar que un Massa con posibilidades, evitando la polarización y con la esperanza de ingresar a una eventual segunda vuelta, le roba votos al macrismo. Pero también se podría especular que en una eventual polarización entre Scioli y Macri los votos del massismo podrían diluirse en partes iguales para los dos candidatos principales, facilitando el triunfo del FpV en primera vuelta. Otra incógnita es si los votos que De la Sota aportó ahora a UNA seguirán a Massa o bien optarán por otras posiciones. Nada está escrito y ningún candidato es “dueño” de los votos. Los electores se muestran no sólo volátiles sino cambiantes en sus inclinaciones.
De cara a las elecciones de octubre sería muy sano que los candidatos –todos ellos– pensaran en reconfigurar la agenda para exponer y debatir sobre cuestiones programáticas y propuestas. Sería igualmente importante que las ideas desplacen a las operaciones, a las chicanas y a los golpes bajos. Aunque es casi una ilusión vana que estos últimos rubros desaparezcan.
Pero sería bueno saber si además de sumar ministerios que servirían para equilibrar el reparto entre las fuerzas internas y diluir el poder de los que en los últimos tiempos han sido “superministros”, el sciolismo piensa seriamente en encarar una imprescindible reforma del Estado para darle, como afirma, continuidad al proceso adelantado por el kirchnerismo.
Tan importante como conocer qué hay de cierto detrás de las manifestaciones de fe “kirchneristas” de Macri a instancias de su asesor Jaime Durán Barba. Y cuáles son las propuestas de Massa al margen de sus eslóganes de “mano dura” como única respuesta a un electorado que supone ganado por la preocupación de la inseguridad.
Hasta el momento las ideas y proposiciones no han salido del nivel de las frases y los eslóganes son más parecidos a spots publicitarios que a verdaderas propuestas programáticas.
En tiempos de avance de los centros de poder internacional contra los gobiernos progresistas de la región, habría que prestar más atención y darle importancia a la elección de legisladores del Parlasur, presentado casi un “premio consuelo” para algunos dirigentes que no tuvieron lugar en otras listas. El nuevo Parlamento regional que sesionará en Montevideo y en el que Argentina tendrá 43 escaños (sobre un total de 188: 76 de Brasil, 33 de Venezuela y 18 de Paraguay y Uruguay respectivamente) puede tener una importancia estratégica en el futuro cercano y depende de la voluntad política de los gobiernos potenciarlo como una herramienta de consolidación efectiva de la integración. Sobre esto también sería bueno escuchar a los candidatos.
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La memoria Por Sandra Russo
En las elecciones legislativas de hace dos años, a Mauricio Macri le salió un grano llamado Sergio Massa. Hasta entonces, con el radicalismo todavía desarmado tras la debacle de la Alianza, Macri parecía el destinatario exclusivo de los votos opositores de cara a la presidencial. Pero la irrupción de Massa, una figura combinada entre el peronismo residual y la antipolítica que en los últimos afiches lo mostró muy parecido al mexicano Enrique Peña Nieto, fue una amenaza al “cambio” propuesto por el PRO. Y así llegaron hasta ayer. Uno proponiendo “cambio” a secas, y el otro proponiendo “el cambio justo” en el último tramo.
Este año, en las PASO de la ciudad de Buenos Aires, a Macri le salió un herpes llamado Martín Lousteau. Tanto en un caso como en el otro, Massa y Lousteau dejaron en evidencia que la oposición al kirchnerismo no ha encontrado una síntesis, probablemente porque su propia dinámica antipolítica le impide discutir precisamente las cuestiones de fondo que, de haberse consensuado en una sola opción, hubiesen podido darle chance. Y también, que lo que el PRO consideró ya patentado, el surgimiento de un partido “moderno”, es una carta que pueden jugar otros, y con éxito.
Sin embargo, desde las últimas elecciones legislativas a estas PASO nacionales, algo cambió entre los proponedores del “cambio” o del “cambio justo”. En eso, hay que admitir que Massa primereó a Macri en entender que había cuestiones en las que el electorado no querría saber nada con “cambiar”. Para esos sectores a los que rápidamente Massa dejó de entusiasmar, y que quizá en este último mes se hayan reentusiasmado, “cambiar” podía significar simplemente “perder” algunos derechos que no son accesorios: definen a esta sociedad. Y del PRO, qué decir incluso ante el giro de discurso que Macri se obstina en negar, como si se dirigiera a estúpidos. Hace poco se vio un video en el que el asesor económico de Macri, Carlos Melconian, hablaba de los dos millones y medio de jubilaciones destinadas actualmente “a gente que nunca pagó”: lo usó como un ejemplo de gasto público innecesario.
A juzgar no por las encuestas sino por los giros de los discursos y propuestas tanto de Massa como de Macri, reconocedores súbitos de “las cosas que andan bien”, la oposición debía hacer germinar su semilla en una tierra que ya no era caldo de cultivo de pura irritación, como en las legislativas, sino en un complejo tejido de satisfacciones e insatisfacciones que había que equilibrar. Lo problemático eran las satisfacciones, lo logrado y lo obtenido, la pasada en limpio de todo lo que mucha gente que no es ni militante ni partidaria del Frente para la Victoria no se resigna a perder. En ese sentido, una elección legislativa es una posibilidad de expresión de descontento, pero una elección nacional obliga a evaluar ese descontento por tantas cosas que todavía no se han hecho, con la posibilidad de perder en el camino los derechos adquiridos, que aunque se denuncien como “clientelares” no lo son, y la prueba son los millones de beneficiarios de cualquier signo político que temen ser desempoderados de esos derechos.
En ese sentido, los ’90 y la crisis de 2001 emergieron de la memoria histórica, y hubiese sido extraño que eso no sucediera, aun en la neblina intelectual que brota de los medios de comunicación, aun en medio de operaciones de alto voltaje, aun entre árboles que no dejan ver el bosque. Mucha gente vio el bosque. El bosque es su propia vida, sus fotos, sus biografías, sus quiebres, sus dolores. El bosque es el recuerdo de aquel tramo de esas vidas, propias o familiares: esa crisis que decapitó millones de puestos de trabajo y culminó confiscando los ahorros de la clase media no fue una anécdota. Su fiereza terminó con muchas vidas, malogró otras, torció destinos, expulsó a dos generaciones al exilio económico, hizo desaparecer la industria nacional, borró oportunidades a granel. Incluso en cuestiones que se deberán resolver, como la inflación, esa memoria histórica refleja también el hecho de que la total eliminación de la inflación acá se llamó convertibilidad, y fue la causa madre del estallido de 2001.
Los giros de discurso de Macri y Massa en relación al rol del Estado dejaron entrever lo difícil y lo sobreactuado del reacomodamiento programático de última hora. Y para dar un ejemplo, ése es el que sintetiza a todos: los dos modelos en pugna tienen perspectivas opuestas sobre el rol del Estado, sobre cuyo poder de regulación se pueden tener distintas perspectivas. Pero en este país no hace falta saber ciencia política para entender que hay un modelo que pivotea centralmente sobre eso, y hay otro que lo quiere volver a achicar, aunque no lo diga o diga lo contrario o esquive el bulto con anécdotas familiares o frases memorizadas.
Los consultores extranjeros opinan que a la gente se le puede decir cualquier cosa, total es tonta. Esos consultores creen que la memoria histórica es un invento de las izquierdas, un “relato”, algo complicado, muy aburrido para las mayorías. El pulso con el que se llegó a las PASO indica que no, que esa memoria existe, y que es en función de esa memoria todavía dolorida por las mismas políticas que tienen ellos entre manos, que deben ofrecer opciones un poco más elaboradas y creíbles que las que han sido capaces de generar hasta ahora.
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Este año, en las PASO de la ciudad de Buenos Aires, a Macri le salió un herpes llamado Martín Lousteau. Tanto en un caso como en el otro, Massa y Lousteau dejaron en evidencia que la oposición al kirchnerismo no ha encontrado una síntesis, probablemente porque su propia dinámica antipolítica le impide discutir precisamente las cuestiones de fondo que, de haberse consensuado en una sola opción, hubiesen podido darle chance. Y también, que lo que el PRO consideró ya patentado, el surgimiento de un partido “moderno”, es una carta que pueden jugar otros, y con éxito.
Sin embargo, desde las últimas elecciones legislativas a estas PASO nacionales, algo cambió entre los proponedores del “cambio” o del “cambio justo”. En eso, hay que admitir que Massa primereó a Macri en entender que había cuestiones en las que el electorado no querría saber nada con “cambiar”. Para esos sectores a los que rápidamente Massa dejó de entusiasmar, y que quizá en este último mes se hayan reentusiasmado, “cambiar” podía significar simplemente “perder” algunos derechos que no son accesorios: definen a esta sociedad. Y del PRO, qué decir incluso ante el giro de discurso que Macri se obstina en negar, como si se dirigiera a estúpidos. Hace poco se vio un video en el que el asesor económico de Macri, Carlos Melconian, hablaba de los dos millones y medio de jubilaciones destinadas actualmente “a gente que nunca pagó”: lo usó como un ejemplo de gasto público innecesario.
A juzgar no por las encuestas sino por los giros de los discursos y propuestas tanto de Massa como de Macri, reconocedores súbitos de “las cosas que andan bien”, la oposición debía hacer germinar su semilla en una tierra que ya no era caldo de cultivo de pura irritación, como en las legislativas, sino en un complejo tejido de satisfacciones e insatisfacciones que había que equilibrar. Lo problemático eran las satisfacciones, lo logrado y lo obtenido, la pasada en limpio de todo lo que mucha gente que no es ni militante ni partidaria del Frente para la Victoria no se resigna a perder. En ese sentido, una elección legislativa es una posibilidad de expresión de descontento, pero una elección nacional obliga a evaluar ese descontento por tantas cosas que todavía no se han hecho, con la posibilidad de perder en el camino los derechos adquiridos, que aunque se denuncien como “clientelares” no lo son, y la prueba son los millones de beneficiarios de cualquier signo político que temen ser desempoderados de esos derechos.
En ese sentido, los ’90 y la crisis de 2001 emergieron de la memoria histórica, y hubiese sido extraño que eso no sucediera, aun en la neblina intelectual que brota de los medios de comunicación, aun en medio de operaciones de alto voltaje, aun entre árboles que no dejan ver el bosque. Mucha gente vio el bosque. El bosque es su propia vida, sus fotos, sus biografías, sus quiebres, sus dolores. El bosque es el recuerdo de aquel tramo de esas vidas, propias o familiares: esa crisis que decapitó millones de puestos de trabajo y culminó confiscando los ahorros de la clase media no fue una anécdota. Su fiereza terminó con muchas vidas, malogró otras, torció destinos, expulsó a dos generaciones al exilio económico, hizo desaparecer la industria nacional, borró oportunidades a granel. Incluso en cuestiones que se deberán resolver, como la inflación, esa memoria histórica refleja también el hecho de que la total eliminación de la inflación acá se llamó convertibilidad, y fue la causa madre del estallido de 2001.
Los giros de discurso de Macri y Massa en relación al rol del Estado dejaron entrever lo difícil y lo sobreactuado del reacomodamiento programático de última hora. Y para dar un ejemplo, ése es el que sintetiza a todos: los dos modelos en pugna tienen perspectivas opuestas sobre el rol del Estado, sobre cuyo poder de regulación se pueden tener distintas perspectivas. Pero en este país no hace falta saber ciencia política para entender que hay un modelo que pivotea centralmente sobre eso, y hay otro que lo quiere volver a achicar, aunque no lo diga o diga lo contrario o esquive el bulto con anécdotas familiares o frases memorizadas.
Los consultores extranjeros opinan que a la gente se le puede decir cualquier cosa, total es tonta. Esos consultores creen que la memoria histórica es un invento de las izquierdas, un “relato”, algo complicado, muy aburrido para las mayorías. El pulso con el que se llegó a las PASO indica que no, que esa memoria existe, y que es en función de esa memoria todavía dolorida por las mismas políticas que tienen ellos entre manos, que deben ofrecer opciones un poco más elaboradas y creíbles que las que han sido capaces de generar hasta ahora.
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Diez mil recicladores urbanos en la Ciudad de Buenos Aires Alquimistas Por Noemí Ciollaro
Mientras disputan con el gobierno de Mauricio Macri su derecho a ser reconocidos como trabajadores formales, las y los cartoneros transforman 4.000 toneladas diarias de basura en material reciclable. Arrastran a pulmón carros de hasta 400 kilos, luchan por ser incluidos en cooperativas con un salario digno, y resisten a las empresas privadas que buscan apropiarse de sus ganancias.
Norma Acosta y Juan, su marido, siempre andan juntos, ella tira del carro y va sacando residuos de los contenedores negros que hay sobre la avenida Crámer, en el barrio de Belgrano; él la espera en una esquina, separa los materiales lentamente, apilándolos, acomodándolos para que ocupen poco espacio. Norma tiene 46 años, seis hijos. Ya ni recuerda cuándo empezó a cartonear; con Juan salen de su casa, en José León Suárez, a las 8 de la mañana y van al galpón a hacer la separación de residuos reciclables y a venderlos, después viajan a Capital y no regresan hasta las 23. Y así todos los días, salvo cuando llueve.
Ella es una mujer pequeña y delgada, arrastra la carreta de fierros y madera, se trepa a los contenedores negros y revuelve la basura, abre y revisa las bolsas, rescata lo que pueda tener un precio o alguna utilidad para su propio hogar. De los contenedores que, se supone, son sólo para residuos húmedos, salen olores nauseabundos y una mezcla de cosas inimaginables: restos de comida, diarios viejos, cartón, trozos de tela, madera, escombros, caca de perro y gato, apósitos femeninos, ramas marchitas, objetos de punta y cortantes, vidrio, plástico. La biblia y el calefón. Norma revuelve y protesta por lo bajo, no le hace asco a nada, busca pepitas de oro en el basural. De pronto abre una bolsa de la que emergen un oso de peluche y dos muñecas algo sobadas pero bonitas. La cara se le ilumina, “esto es para mi hija más chica, se va a poner contenta”, dice, y se las alcanza a Juan que las guarda en un bolso que lleva colgado del hombro.
“No sacamos más de 80 o 120 pesos por día, la carreta que usamos es prestada. Antes mi marido y yo teníamos una pizzería y además él hacía albañilería, pero una noche un pibe borracho se peleó con otro en el bar, sacó un arma, disparó y le dio en la cabeza a Juan. Quedó hemipléjico y no pudo seguir trabajando. Él me ayuda, no puede hablar y tiene dificultades para mover el cuerpo, pero andamos siempre juntos. Yo estoy esperando que el gobierno de la Ciudad me incluya en el sistema, el incentivo sería de mucha ayuda para nosotros”, relata.
Norma Acosta y Juan, su marido, siempre andan juntos, ella tira del carro y va sacando residuos de los contenedores negros que hay sobre la avenida Crámer, en el barrio de Belgrano; él la espera en una esquina, separa los materiales lentamente, apilándolos, acomodándolos para que ocupen poco espacio. Norma tiene 46 años, seis hijos. Ya ni recuerda cuándo empezó a cartonear; con Juan salen de su casa, en José León Suárez, a las 8 de la mañana y van al galpón a hacer la separación de residuos reciclables y a venderlos, después viajan a Capital y no regresan hasta las 23. Y así todos los días, salvo cuando llueve.
Ella es una mujer pequeña y delgada, arrastra la carreta de fierros y madera, se trepa a los contenedores negros y revuelve la basura, abre y revisa las bolsas, rescata lo que pueda tener un precio o alguna utilidad para su propio hogar. De los contenedores que, se supone, son sólo para residuos húmedos, salen olores nauseabundos y una mezcla de cosas inimaginables: restos de comida, diarios viejos, cartón, trozos de tela, madera, escombros, caca de perro y gato, apósitos femeninos, ramas marchitas, objetos de punta y cortantes, vidrio, plástico. La biblia y el calefón. Norma revuelve y protesta por lo bajo, no le hace asco a nada, busca pepitas de oro en el basural. De pronto abre una bolsa de la que emergen un oso de peluche y dos muñecas algo sobadas pero bonitas. La cara se le ilumina, “esto es para mi hija más chica, se va a poner contenta”, dice, y se las alcanza a Juan que las guarda en un bolso que lleva colgado del hombro.
“No sacamos más de 80 o 120 pesos por día, la carreta que usamos es prestada. Antes mi marido y yo teníamos una pizzería y además él hacía albañilería, pero una noche un pibe borracho se peleó con otro en el bar, sacó un arma, disparó y le dio en la cabeza a Juan. Quedó hemipléjico y no pudo seguir trabajando. Él me ayuda, no puede hablar y tiene dificultades para mover el cuerpo, pero andamos siempre juntos. Yo estoy esperando que el gobierno de la Ciudad me incluya en el sistema, el incentivo sería de mucha ayuda para nosotros”, relata.
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Celebraron varios, pero ganó uno Por Hernán Dearriba
El resultado de las PASO fue contundente. Falta el conteo de los números finos pero el Frente para la Victoria se impuso claramente en las elecciones. Pese a que varios celebraron anoche, el gran ganador fue Daniel Scioli. El segundo lugar de Mauricio Macri abre un escenario de interrogantes. Quedó más cerca de lo que se esperaba de Sergio Massa, el tercero en discordia. El FPV confirmó que tiene un piso electoral muy fuerte, sumado al fenómeno inédito de la imagen positiva de la presidenta Cristina Fernández que deja su mandato con un alto grado de aprobación. La fórmula del oficialismo hizo una gran elección incluso en provincias que a priori parecían adversas como Santa Fe o Mendoza, pero quedó lejos en Córdoba. Las especulaciones sobre números para octubre son complicadas. No está claro que los votantes repitan exactamente igual sus preferencias. Hay quienes votan a ganador y otros que cambian su sufragio por un voto útil. ¿A quién irán los votos de José Manuel de la Sota y de Adolfo Rodríguez Saá? ¿Son votos del peronismo o partirán al PRO? ¿Los votantes de Massa persistirán en la primera vuelta o anticiparán su posición en el balotaje?. Las encuestas previas sostienen que más del 50% de los votantes de De la Sota, Ernesto Sanz y Elisa Carrió no se mantendrían en el Frente Renovador o en Cambiemos. Macri tiene mucho para replantearse. ¿Fue correcta su estrategia de ir con una fórmula pura? ¿El diseño de Jaime Duran Barba rindió sus frutos? Con la lectura de los números en caliente el balance no parece el mejor para el alcalde porteño. Tal vez por eso el retintín que empezó temprano en cada aparición de los candidatos del PRO sobre los presuntos robos de boletas y el planteo de ir al voto electrónico. Si la noche de la elección el discurso se centra en el mecanismo de votación y no en la decisión de los votantes, es toda una señal de la realidad que se atraviesa. El líder de Cambiemos volvió a justificar su cambio de discurso después de la segunda vuelta porteña. En ese camino exaltó tanto al peronismo como al liberalismo, una combinación que en el pasado llevó al país a su peor momento. El argumento de que la mayoría de la gente vota contra el oficialismo pero gana el FPV porque el sistema electoral es malo no aguanta la argumentación de un debate de escuela primaria. Las PASO son también ordenadoras. Los argentinos llevan años asistiendo a la persistente presencia de un grupo de dirigentes que entienden a la política casi exclusivamente como la aparición en los medios de comunicación, sin presencia territorial y, especialmente, con una incapacidad manifiesta para construir una oferta electoral que atraiga al voto popular.
La expresión más clara es sin dudas Elisa Carrió, pitonisa siempre apocalíptica que desborda programas de televisión y cuando pone a consideración su figura en las urnas recibe apenas el 2% de los votos. Cuando esta nota se cerró, Lilita cosechaba 171 mil votos, bastante menos que los minutos de televisión que acumula sobre sus hombros. A la tarde denunció fraude y anticipó que “Dios va a hacer tronar el escarmiento”. Debe ser muy difícil aceptar el sistemático rechazo de un pueblo al que se quiere “salvar” en contra de su propia voluntad. Al final de cuentas es el juego de la democracia y se acepta como tal. Algo parecido pasa con el titular de la UCR Ernesto Sanz. El mendocino fue el factótum del acuerdo con Macri. Su performance sirvió para confirmar que el radicalismo se ha transformado en una coalición de partidos provinciales sin liderazgo nacional. A esta altura es muy difícil pensar en la posibilidad de la reconstrucción del partido que jugó un papel central en la construcción de la democracia argentina. Al final, el peronismo resolvió de manera civilizada la interna en la provincia de Buenos Aires. Según los datos provisorios, Aníbal Fernández superó a su rival y también la denuncia mediática que casualmente una semana antes de las elecciones intentó vincularlo con el narcotráfico y acusarlo de ser autor intelectual de un triple crimen. Pero el dato tal vez más impactante de la jornada empezaba a develarse ya entrada la madrugada cuando se consolidaban los números de los distintos distritos de la provincia de Buenos Aires donde varios precandidatos de La Cámpora se imponían en sus distritos sobre los barones del Conurbano. De consolidarse esa tendencia en octubre, la agrupación juvenil rompería con el estigma más importante que le achacaban sus detractores, que era la falta de gestión a partir de la voluntad popular.
iNFO|news
La expresión más clara es sin dudas Elisa Carrió, pitonisa siempre apocalíptica que desborda programas de televisión y cuando pone a consideración su figura en las urnas recibe apenas el 2% de los votos. Cuando esta nota se cerró, Lilita cosechaba 171 mil votos, bastante menos que los minutos de televisión que acumula sobre sus hombros. A la tarde denunció fraude y anticipó que “Dios va a hacer tronar el escarmiento”. Debe ser muy difícil aceptar el sistemático rechazo de un pueblo al que se quiere “salvar” en contra de su propia voluntad. Al final de cuentas es el juego de la democracia y se acepta como tal. Algo parecido pasa con el titular de la UCR Ernesto Sanz. El mendocino fue el factótum del acuerdo con Macri. Su performance sirvió para confirmar que el radicalismo se ha transformado en una coalición de partidos provinciales sin liderazgo nacional. A esta altura es muy difícil pensar en la posibilidad de la reconstrucción del partido que jugó un papel central en la construcción de la democracia argentina. Al final, el peronismo resolvió de manera civilizada la interna en la provincia de Buenos Aires. Según los datos provisorios, Aníbal Fernández superó a su rival y también la denuncia mediática que casualmente una semana antes de las elecciones intentó vincularlo con el narcotráfico y acusarlo de ser autor intelectual de un triple crimen. Pero el dato tal vez más impactante de la jornada empezaba a develarse ya entrada la madrugada cuando se consolidaban los números de los distintos distritos de la provincia de Buenos Aires donde varios precandidatos de La Cámpora se imponían en sus distritos sobre los barones del Conurbano. De consolidarse esa tendencia en octubre, la agrupación juvenil rompería con el estigma más importante que le achacaban sus detractores, que era la falta de gestión a partir de la voluntad popular.
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