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OTRAS MUERTES....DEL CABO PAZ

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Cronología de los sucesos 1 de enero de 1935: el mayor Carlos Elvidio Sabella sanciona con quince días de arresto al cabo primero Luis Leónidas Paz. Causa: haber trasladado desde Tartagal a Santiago, luego de las maniobras militares, a un cocinero civil que había sido despedido recientemente. 2 de enero de 1935. A las dos de la tarde, el cabo primero Luis L. Paz se presenta en el casino de oficiales, donde el mayor Carlos E. Sabella, junto a otros oficiales, fumaban y tomaban café luego de haber almorzado. Pretende explicar que había trasladado al cocinero despedido bajo autorización de un subteniente y un capitán, a quienes había consultado antes de hacerlo. Va a pedir clemencia, invocando su necesidad de cumplir con su casamiento, para el cual ha reservado una misa y contratado servicios de fiesta, fijándose anticipadamente como fecha el 5 de enero. Sabella se niega a recibirlo y ante su insistencia, ordena a los gritos que lo echen de allí. Es entonces que el cabo Paz entra al salón del Casino de Oficiales y descerraja todas las balas de su revólver en el cuerpo del mayor Sabella -menos una primera bala, que apenas al extraer el arma escapa y se incrusta en la pared, tras de él. Luego de eso, tira el revolver y huye, corriendo. Pero al llegar al puesto 2 -una ancha galería, ya casi sobre la calle pública-, recapacita y se entrega a quienes lo perseguían. 3 de enero de 1935. Se efectúa la autopsia al mayor Carlos E. Sabella. Se toma declaración sumaria al cabo Luis Leónidas Paz, quien reconoce haber matado a balazos a este superior jerárquico. Junto a un croquis e ilustraciones de un dibujante que ilustran el crimen, se entrega la documentación a la comandancia del Ejército en Santiago del Estero. Y se envía un telegrama al general Agustín Pedro Justo, presidente de la Nación, donde se le comunican los hechos. Justo transfiere la información, enseguida, al general Manuel Rodríguez, comandante en Jefe del Ejército Argentino. Este ordena la inmediata constitución de un Tribunal Militar en el Regimiento 18 de Infantería de Santiago del Estero, que juzgue sin dilación al asesino. 4 de enero de 1935: Se constituye el Tribunal Militar. Estudian los sucesos y se designa defensor del reo al capitán Máximo Garro. A las 12:30 presta declaración el imputado, Luis Leónidas Paz, quien manifestando su arrepentimiento y llorando reconoce su grave falta al haber asesinado "en un momento de locura", al oficial superior Sabella. Luego de un cuarto intermedio, se reanuda la sesión por la tarde, para escuchar las acusaciones y las defensas. A las diez de la noche, se emite el fallo: el cabo primero Luis Leónidas Paz resulta condenado a morir por fusilamiento, fijándose el 9 de enero de 1935 la fecha para cumplir tal acción. Durante aquella jornada, en tanto, habían comenzado a congregarse en las calles alrededor del regimiento, grupos de personas tratando de recibir noticias acerca de lo que se estaba tratando en el interior. También en plazas y barrios iba esparciéndose el rumor de que iban a matar al cabo Paz y esto era considerado injusto por la población. 5 de enero de 1935: Se conoce la noticia. Hojas alternativas cuestionan el fallo militar; El Liberal, en cambio, detalla y acentúa la prolijidad de las actuaciones. El capitán Máximo Garro envía su apelación a la Comandancia del Ejército. En la calle, en tanto, desde la mañana numerosas multitudes han salido a protestar y reclaman el indulto para el cabo Paz. No se iban a retirar durante todo aquel día. Hacia el anochecer, el gobernador Juan B. Castro envía un telegrama urgente solicitando el perdón para el cabo. 6 de enero de 1935: Miles de personas llenan las calles de la ciudad de Santiago del Estero. Se suspenden las tareas en la administración pública y comercios. Numerosas instituciones se suman al pedido de indulto del gobernador. Entre ellas la Cruz Roja, Cámara de Diputados de la Provincia, Unión Cívica Radical, Partido Socialista Argentino, la Acción Católica Argentina, la Federación de Asociaciones de Fomento y Cultura de los Barrios de Santiago del Estero (controlada por los socialistas). Tal vez el general Agustín P. Justo ni siquiera se tomó el trabajo de mirar los telegramas. Con displicencia refrendó el fusilamiento sin vacilar, desde una aristocrática playa en Mar del Plata. El diario Crítica, de Buenos Aires, envía un periodista. Que en ningún momento lograría autorización para entrevistarse con el cabo Paz. 7, 8 y 9 de enero de 1935: El destino del cabo primero Luis Leónidas Paz es el único asunto que interesa a todos los santiagueños durante cada una de las horas de aquellos tres días. Multitudes recorren la ciudad; se instalan asambleas partidarias en plazas públicas. El gobernador Castro participa en algunas de ellas, asegurando que debían sostenerse esperanzas, pues el indulto presidencial podía llegar en cualquier momento. El pueblo santiagueño, religioso hasta las médulas, cree posible un milagro. No sucede: el cabo Paz es fusilado a la hora indicada. Los balazos de Mauser catapultan dos metros hacia atrás el cuerpo del joven suboficial. Luego, pese a que no hay dudas de su inmediata muerte, recibe un balazo de pistola en la cabeza. La multitud en la ciudad estalla. Apedrean al regimiento, intentan quemar el obispado, los edificios de El Liberal, la Dirección de Rentas de la Provincia, la Legislatura Provincial. Culpan al cura Amancio González Paz, capellán del Ejército, de haber interceptado cartas que el suboficial escribía para ser publicadas en diarios alternativos y al corresponsal de Crítica. También se imputa al cura haber minado la disconformidad del reo con prédicas de "aceptación al Destino, asignado por Dios". Durante el juicio sumario, el 4 de enero, el capitán Máximo Garro, defensor oficial, había intentado esgrimir supuestas "taras congénitas" como atenuantes para la acción del cabo Paz. El suboficial interrumpió al defensor cuando este leía sus argumentos, que había redactado sin consultarlo. Y lo desautorizó ante el tribunal militar. "...mi defendido no obró en su estado normal", decía Garro. "No puede considerarse normal a un hombre hijo de un padre alcohólico y que para colmo padece de una enfermedad que puede haber obrado como causa de carácter orgánico o la razón que nos explique esto que es inexplicable, por la desproporción que hay de causa-efecto: en su ficha médica consta que el día 13 de Septiembre de 1934 da parte de enfermedad”. El cabo Paz lo interrumpe a viva voz, entonces: -¡Usted se aparta de la verdad, mi capitán! -grita-: ¡Gozo de perfecta salud mental, tampoco sufro ninguna enfermedad! El parte médico al que se refiere es por un malestar sin importancia... Sorprendido, el capitán Garro, no sabe cómo continuar. Luego de algunos segundos de indecisión, solicita al Tribunal un cuarto intermedio, "para aclarar algunos conceptos con mi defendido". -No tenemos nada que aclarar, capitán-, exclama irritado el cabo Paz. -Mi padre era un hombre digno, normal y decente... como todo el resto de mi familia. No soy tan canalla como para ofender a mis mayores, sólo por salvar el pellejo. Las otras muertes -No puedo escribir sobre el cabo Paz -le dije al "Negro" Santucho, en marzo de 1974. El viejo Soria, del partido Socialista, no quiso contarme nada. Averigué la dirección de un medio hermano del cabo, que ahora vive en su casa... Tampoco quiere hablar del tema. Incluso se molestó cuando supo que alguien me lo había señalado como "hermano del cabo Paz". Otros me dijeron que siempre trató de borrar su parentesco. La novia... literalmente desapareció. Fui a la casa de su familia: dijeron que está casada; reside, según ellos, en Santa Fe. Enmudecieron cuando les pregunté sobre el cabo Paz. Al final, únicamente pude reconstruir la historia de algunos viejos, sin participación directa, que me contaron sus versiones, más o menos semejantes en lo esencial. Pero sin ninguna documentación. Sabes que puedo viajar a Santiago únicamente algunos fines de semana, no todos... y en esos días el Archivo de El Liberal o la biblioteca 9 de Julio no están abiertos al público... Santucho meditó unos segundos. -No importa. Escribí lo que sabes. Lo que me has contado ya es suficiente, con relación a lo personal. Lo más relevante aquí es la reacción popular. Muestra la comprensión clara de los oprimidos, de adónde están sus enemigos. Debes destacar eso, mostrar cómo el pueblo, cuando se decide a luchar, sabe claramente quiénes son lo que lo explotan y se lanza hacia ellos, para escarmentarlos. Aquella insurrección popular no fue a ciegas: atacaron al Regimiento, al Obispado, al diario El Liberal... es decir, los núcleos del poder real de la burguesía opresora. Escribilo. Tengo confianza en vos. En tu capacidad de análisis. -Trataré de hacerlo...-musité. En su número 2, la revista Posición había publicado a tres páginas un artículo escrito por mí, sobre la centenaria opresión al campesinado en Santiago. Se denominó "La Madre Violada". Sintentizaba el salvaje proceso de explotación semifeudal, desde el genocidio a los aborígenes hasta los obrajes del siglo XX. Francisco había leído ese artículo; por él recomendó mi contratación permanente en los medios "legales" del PRT en Córdoba. Estaba convencido de que podía comunicar bien, una realidad que, por otra parte, comprendía. Aquella noche calurosa de marzo de 1974 lo llevé, en un Renault 4 del partido, hasta la terminal. Eran las 22:50 cuando bajó en la playa de estacionamiento. Apenas me dio un apretón de manos antes de irse. Llevaba un pequeño bolso negro, de loneta, y un portafolios de cuero negro. Ambos viejos, agrisados por tierra de los caminos. Luego de cerrar la puerta me hizo una última seña con la mano derecha. Y se fue hacia las plataformas, donde debería tomar el colectivo de la once de la noche hacia Tucumán. A fines de mayo terminé el libro. Apenas cuarenta y ocho páginas de una edición de bolsillo -unas dieciséis páginas de oficio. Se lo entregué a Nelso, el responsable de la Imprenta y la Editorial Posición. -¿Qué hacemos con ésto? - preguntó. -No sé. Es el librito que me encargó Antonio (era el nombre de guerra de Francisco René Santucho.) -Ah. Entonces lo mandaré a tipear. ¿Vos podrás armar los originales? Le dije que sí. En el PRT se cultivaba una dulcísima cortesía, pero a las preguntas de un responsable se podía sólo responder que sí. Vivíamos agobiados por las tareas. Y por las muertes. "Cayó la cana anoche en la casa del Pato. Se cagaron a tiros. Murió la Gringa Teresa". Frases como estas se escuchaban casi todos los días. Debíamos seguir trabajando. Sin horario. Si había que entregar cinco mil ejemplares de la revista para un sindicato y no habíamos terminado hasta la noche... a quedarse. Amanecer trabajando. Hasta que veíamos las chapas entrando a las máquinas y escupiendo los pliegos con olor a tinta. Así. Muchas veces, salir de trabajar e ir a reuniones. En barrios o casas desconocidas. Tabicándonos para no memorizar los lugares. Etcétera. A fines de junio terminé los originales del libro y se los entregué a Nelso, listos para imprimir. Fue mi último día en la imprenta. Por mis reiteradas "actitudes pequeño burguesas" el Partido había decidido que debía "proletarizarme". Es decir, buscar trabajo de obrero en alguna fábrica. Poco antes, se había decidido dejar de editar la revista. El recrudecimiento de la guerra revolucionaria convertía en muy peligrosas las actividades periodísticas públicas. Particularmente la exposición de cuadros del PRT, que para constituir un Consejo de Redacción debían alternar con personas extrapartidarias en lugares demasiado expuestos. Así que de un plumazo, la dirección del PRT ordenó: "no va más". Me fui. Triste y helado. Ese comenzó a ser uno de los inviernos más fríos que viví en Córdoba. No contaré ese periodo, saturado por los crímenes de las Tres A, la muerte de muchos compañeros queridos. Como el "Cuqui" Curutchet, un talentoso abogado, quien apareció con más de cuarenta balazos en el cuerpo, tirado en un basural. O César Argañaráz, compañero en las redacciones de El Mundo, Patria Nueva y Posición. Quien caería combatiendo el 11 de agosto de 1974, durante el copamiento del cuartel militar de Villa María. Para seguir hablando del cabo Paz debo trasladarme a San Francisco de Córdoba. Donde, a mediados de 1975, vivía, ya casado con una estudiante de medicina, también militante del PRT. Y trabajaba en la Fundición Filippi, una fábrica metalúrgica. Aunque no como obrero, sino a cargo de las planillas del personal. Fuera de un breve período en el cual aprendí el oficio de albañil -y hasta me afilié a la UOCRA- no había podido dar cumplimiento estable a la dictaminada "proletarización". Con los ojos cansados de consignar datos en renglones pequeñísimos, a mano, con alta presión pues se trataban de los sueldos, asistencias, calificaciones, de unos ciento cincuenta trabajadores todos los días, regresaba a mi hogar cada tarde a las seis. Sólo para salir nuevamente, a reuniones del partido. A veces en otras localidades de aquella zona, como Porteña o Brinkmann. Mi esposa estaba embarazada y esperábamos nuestra primera hija. Varias veces por semana debía viajar a Córdoba, para sus clases o algún examen. Pese a todo ello, me puse a escribir una novela... sobre el cabo Paz. La autonegación de aquel pueblo oprimido, al que pertenecía, me había quemado el alma. Quería discernir las razones del miedo ancestral, derrotar al silencio impuesto por los opresores, quebrar el falseamiento de nuestra Historia. Como no había logrado reunir suficientes datos y menos documentación, elegí la forma ficcional. Además porque, en el fondo, cuando empecé a escribir sistemáticamente, a los veinte años, siempre había aspirado ser escritor. Pero me capturaron; y también a mi esposa. Ella estuvo seis años en la cárcel, yo siete. Al salir nos reunimos. En la cárcel, me enteré de que Francisco René Santucho había sido secuestrado en la capital de Tucumán, a mediados de 1975. Desde entonces ha desaparecido. Al volver a San Francisco, ya de visita, entre las cosas que habían perdurado de nuestras modestas pertenencias, encontré el cuadernito Billiken... donde con letra pequeña había comenzado a escribir aquella novela, sobre el cabo Paz... Ahora lo tengo ante mí. Copiaré abajo parte de ese texto, por sí a alguien le interesa. Al momento de mis "investigaciones", en 1974, habían pasado casi cuarenta años desde el fusilamiento del cabo Paz. Casi nadie hablaba de él en Santiago. Los jóvenes como yo, no conocíamos absolutamente nada de esa historia. Tulio Pavón Pereyra había escrito algunas líneas sobre aquello. Era conocido de mi padre; su hermano, un oficial del Ejército, había estado presente incluso durante los sucesos. Los había vivido en directo. Este militar participaba de algunas reuniones con los peronistas. Incluso mi padre y mis dos tíos, quienes eran intelectuales destacados del peronismo santiagueño. A pesar de ello, en mi casa nunca había oído hablar del cabo Paz. Parecía haberse concertado un pacto, para borrar este tema de la memoria colectiva. Hacia 1998 -72 años después- El Liberal publicó -por iniciativa de su director Editorial, doctor Julio César Castiglione- un informe a toda página y magníficos colores, sobre el Fusilamiento del cabo Paz. Escrito por una periodista obsecuente, difundió la versión del establishment. Yo por entonces trabajaba allí. "Así es como se va modelando la Historia Oficial", murmuré. Por cierto, sólo para mí. A principios del año 2012, recibí el e-mail de un profesor de la universidad de Itaka, Estados Unidos. Alguien le había dicho, en Buenos Aires, que yo había escrito un libro sobre el cabo Paz. Le contesté que ni siquiera había visto ese libro luego de habérselo entregado a la imprenta. Mas, coincidentemente, la Universidad de Frostsburg me había invitado a dar una serie de charlas entre el 24 de marzo y el 5 de abril de ese año. Y se acababa de hacer un breve documental sobre el cabo Paz, en Santiago del Estero. Si eso le interesaba, ofrecí llevárselo, en un CD. Contestó que sí. Recientemente he visto que se ha publicado un estudio universitario sobre el cabo Paz. Indagando un poco más, descubrí que existe otro libro, con documentación recogida por un historiador porteño, al parecer, sobre este mismo tema. Puede hallárselo con Google Books, aunque no leerlo completo allí. Ahora bien: ¿por qué la historia nos despierta un interés renovado, generación tras generación? Y no sólo a los santiagueños. No lo sé. Lo cierto que aquí he escrito, otra vez, por tercera vez en mi existencia... sobre el Cabo Paz.

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