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Tercera Parte...el cabo Paz.

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El 9 de enero de 1935 a las dos y media de la tarde, fusilan al cabo Luis Leónidas Paz. Zoila Ledesma enviuda anticipadamente, tres días después de la fecha en que debió haberse casado. El mismo cura que debió haber bendecido su matrimonio, disuadió al contrayente de que siguiera enviando cartas de protesta y le predicó resignación. Los diarios alternativos publican al día siguiente una de aquellas cartas escritas por su mano: "Faltando pocos minutos para terminar con mi existencia escribo estas líneas para hacerles saber por intermedio del diario "El Combate" y "La unión" que agradezco cuanto ha hecho por mí este querido pueblo de Santiago que hasta el último momento me acompañó, también quiero decirles que muero como buen cristiano y como buen soldado. Mis deseos eran despedirme de todos los que hasta la puerta del Regimiento llegaron pero no pude, no porque me falte valor, sino porque la superioridad no les permitió la entrada, para darles el último adiós. ¡Viva mi Patria! Luis L. Paz, Cabo 1º/R.I.18". El Liberal, en cambio, ya por entonces alineado junto al poder, iba a sufrir pedreas y el intento de incendiar su edificio por la muchedumbre enardecida. Los grupos de pobladores enfurecidos por el asesinato del cabo Paz habían apedreado primero al Regimiento 18 de Infantería. Apenas unos minutos después que se escucharan los fatídicos ocho balazos de Mauser alemán, modelo 1909, con que acribillaron al suboficial. *Seguidos por un tiro de pistola, que el sargento 1º Dolores Maldonado, "llorando" según cuentan, se vio obligado a efectuar en la cabeza yerta de su "amigo", puesto que había sido designado para esa vil faena, bajo la supervisión de dos oficiales, un capitán y un general. También la Iglesia Catedral iba a caer bajo las iras de un pueblo enfurecido, que hasta bien entrada la noche de esa calurosa jornada de verano iba a recorrer las calles apedreando, pintarrajeando, en algunos casos intentando incendiar, en simbólica punición, a los más representativos edificios del poder oligárquico santiagueño. * El Mauser 1909 Modelo Argentino es un fusil de cerrojo militar calibre 7,65 x 54 derivado del afamado Mauser del Ejército Alemán, 1898, utilizado por las Fuerzas Armadas de Argentina desde su adopción en 1909 hasta fines de la década de 1950, siendo reemplazado entonces por el fusil automático FN FAL. Es considerado por muchos autores como el mejor fusil militar, por calidad de los materiales usados en su fabricación y la terminación y ajuste de sus piezas. (Wikipedia.) El tema prohibido Merceditas Echegaray estudiaba Historia en la Universidad Nacional de Tucumán. Me encontré por casualidad con ella y Santiago Díaz en la Librería Dimensión. Eran como las diez de la mañana de un sábado, en septiembre de 1973. Para mí Dimensión era como una segunda casa y el primer lugar público adonde iba cuando regresaba a Santiago. Merceditas y Santiago eran mis amigos; les conté lo del cabo Paz. Estuvimos conversando animadamente hasta cerca del mediodía. Antes volver cada uno a su familia, caminé algunas cuadras sólo con ella, pues íbamos en la misma dirección. Le pregunté: -¿Tienes algo que hacer después del almuerzo? -No. ¿Por? -respondió Merceditas. -Voy a ir al río. ¿Quieres venir? -Bueno -dijo-, le pediré a mi papá que nos lleve. -Perfecto-, celebré y luego de besarnos en las mejillas nos fuimos, ella para el Norte, yo para el Oeste. Echegaray era un político de la Democracia Cristiana, creo que como de cincuenta años por entonces. -¿Así que estás investigando sobre el cabo Paz? -preguntó apenas subí al asiento trasero de su automóvil. -Hoy empiezo...-contesté- aunque no sé muy bien por dónde empezar... Merceditas me dijo que tal vez usted podría indicarme algunos nombres de personas que conozcan detalles de aquel asunto... -Bueno, Ismael Soria, del Partido Socialista, fue uno de los que arengaba a los manifestantes -me dijo, mientras nos llevaba hacia el Río Dulce. -También había algunos anarquistas, pero de ellos ya no vive ninguno... ¿Para qué investigas? -quiso saber. -Para un libro... me lo encargó una editorial de Córdoba -contesté, cautamente. -Ah -replicó el democristiano. Era totalmente canoso, más bien delgado, sonreía con facilidad; aunque sus ojos, bajo lentes de prescripción, lucían suspicaces desde el retrovisor. -Me parece que la hermana aún vive en la casa que había comprado él, cuando iba a casarse... es en la calle Libertad, muy cerca de la comisaría cuarta -articuló, con voz reflexiva... En pocos minutos llegamos al Río. El papá de Merceditas volvió, dejándonos sobre la orilla. Quitándonos lo superfluo, quedamos con mallas. No existen para mí cuadros más sublimes que el cielo de Santiago, contemplado desde las aguas del Mishky Mayu. En tal edén y entre conversaciones largas, cuyo contenido ciertamente no recuerdo, nos entretuvimos allí como hasta las seis de la tarde. Teníamos hambre. Volvimos caminando. -Vamos a mi casa, prepararé unos lomitos -dijo ella. Acepté. Al llegar allí, nos encontramos en el living, sobre amplios sillones junto a una botella de wishky sobre una pequeña mesa transparente, a dos chicas y un hombre. El tipo, alto, musculoso, pelo corto aplastado con gomina y bigote negro, bien recortado, fue presentado por su novia. "Teniente primero..." (no recuerdo el nombre que masculló junto a un apretón de mano seco y fugaz). De las chicas, una era la hermana de Merceditas, novia del teniente primero; a la otra, de apellido Binotti, la conocía de vista. Su hermano había tocado conmigo en un grupo de rock, del que se alejó para ingresar a la Escuela de Oficiales del Ejército: el padre de ambos era un Coronel retirado. Dejándolos tranquilos -al menos fue lo que me propuse- pasamos al comedor con Merceditas. Ella fue a la cocina y enseguida emergió desde allí el olor apetitoso de un par de bifes a la plancha. Salió sólo para poner en la mesa una Coca Cola, junto a un sifón de soda y una botella de Martini, invitándome a tomar lo que quisiera. Le agradecí y me senté sobre una de las sillas del entorno. Vi al tipo levantarse lentamente y avanzar desde el living; con pasos envaradamente conminatorios, rodear lentamente la mesa junto a la cual yo estaba y servir Coca Cola en un vaso. Repentinamente, con tonada porteña, de un solo tirón, exclamó sin mirarme: -¿Y quién carajo sos vos para andar escarbando la historia de nuestro glorioso Ejército Argentino? Comprendí que me hablaba a mí: no había nadie más en aquel ámbito, aparte de las dos chicas -y Merceditas en la cocina. No contesté. -¡A vos te hablo!...-gritó, esta vez con timbre militar, mirándome fijamente, el bigote temblándole sobre la boca que exageradamente torcía en gesto asqueado. -¡Quién mierda sos!... ¡Me parece que sos uno de esos comunistas, tratando de echar basura sobre el Ejército de nuestra patria!... Me paré de un salto. -¡Claro que soy un comunista!-grité más alto aún que él. -¿Y quién mierda sos vos para cuestionar mi ideología? ¿Me vas a impedir que sea comunista si se me da la gana?... Mi mano derecha estaba lista para capturar del pescuezo al sifón (por entonces los hacían con un vidrio muy recio) por sí el milico sacaba un puñal o algo por el estilo. Aunque él debía aún dejar el vaso que tenía en la mano; calculé que me daría algunos segundos para asestar la primera trompada en su nariz. -¡Comunista de mierda!... -gritó el teniente primero, aunque sin dejar aún su vaso con Coca Cola en la mesa. Con tal que no esté planeando echármela en la cara, pensé. -¡Lo del cabo Paz es un asunto interno del Ejército!... -gritó-. ¡Dejá de meterte con eso ya! -¡Manga de asesinos cobardes! ¡ustedes son una manga de asesinos cobardes, traidores a la patria, al servicio del imperialismo yanqui! -bramé. -El cabo Paz era parte de nuestro pueblo, en nombre de ese pueblo tengo todo el derecho de investigar lo que quiera, y lo voy a seguir haciendo, ¿entiendes? ¡No me lo vas a impedir ni vos ni ningún otro milico de mierda!... Merceditas había escuchado los gritos y salió corriendo de la cocina para abrazarme. Me había acercado a cincuenta centímetros del tipo ya y él se preparaba para intentar un ataque. Había dejado el vaso sobre la mesa, cerraba los puños, levantándolos a la altura del pecho. -¡Vamos, vamos!... ¡no discutan por cuestiones políticas, por favor!...-clamó Merceditas, interponiéndose entre el militar y yo, abriendo sus brazos, muy cerca, para inducirme a bajar los míos. -¡Vos!... exclamó de repente, volviéndose por completo hacia él: -¡respetá mi casa! ¡Es una vergüenza lo que estás haciendo! ¡Afrentar a mi invitado! ¡Es un amigo de nuestra casa, una casa que no te pertenece! ¡Guardá el decoro, por favor! ¡No creo que en la Academia Militar te hayan enseñado esos modales, hacia la sociedad civil!... El milico se quedó callado. Pese a esto, Merceditas pareció no confiar demasiado en aquella pasajera calma y dijo: -Vamos a comer afuera, por favor, los dos... yo invito... Terminamos cenando unos sanguches de lomitos, acompañados con Naranja Fanta, en un pequeño bar de la Bolivia e Irigoyen.

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