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El llamado del Vaticano y el fin de una ilusión opositora Por Claudio Mardones

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Fue una maniobra dirigida al ex cardenal Jorge Mario Bergoglio. Al ex arzobispo porteño que mantuvo un duelo ciego con su enemigo íntimo Néstor Kirchner.

Pero la contestación, y la inusual desmentida, estuvo a cargo del Papa Francisco, el primer Obispo de Roma, nacido en el barrio de Flores, que además de discutir política e informarse sobre su terruño con sus contactos criollos, tiene sobre sus hombros la conducción de un pequeñísimo Estado, dos veces milenario y extremadamente poderoso, que sigue navegando sus días bajo una crisis que todavía no ha concluido y tampoco promete terminar pronto.

El llamado a su amiga periodista (Alicia Barrios), laica, militante, no sólo buscó arreglar cuentas con el matutino que ayudó con mucho esfuerzo hace una década (La Nación), sino también para despejar algunas inquietudes y demandas que le queman las manos, y los oídos, desde hace once meses: el mismo tiempo que lleva en el trono de San Pedro, comprobando que gran parte de los escándalos que se filtraron de los archivos secretos del Vaticano, y jaquearon a su antecesor, eran casi todos ciertos y aun peores. En ese contexto, con jornadas laborales de 18 horas, diez audiencias diarias y una agenda realmente desbordada, Bergoglio transmitió, por medio de su amiga periodista, un mensaje dirigido a buena parte de la oposición, y también del oficialismo: como Papa no pretende erigirse en árbitro de la política argentina, menos si algunos amigos opositores pretenden ubicarlo como un presunto resguardo institucional para los últimos dos años de gestión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Desde las ventanas de la Santa Sede, los secretarios del papa argentino tienen los ojos más puestos en Siria o Ucrania, que en la situación del país. A diferencia de ellos, el primer jefe criollo que tienen, sigue con detalle la situación de su país, mientras busca que esa coyuntura no entorpezca su programa de gobierno al frente del Vaticano.

En los sueños opositores, la versión de una cumbre en Roma para atender los problemas argentinos bajo tutela del Papa, encierra las mismas ilusiones que tuvieron los principales referentes de la oposición política, económica y mediática del kirchnerismo después del 13 de marzo. En aquellos días, hubo bronca y rencor cuando el almuerzo entre la presidenta y el Papa se transformó en la inauguración de una relación totalmente distinta a las tiranteces que se prodigaron en los años previos.

Muchos esperaban que el Papa argentino retara a la mandataria de su país y la mandara de regreso a Buenos Aires con la orden de hacer los deberes. Nada de eso sucedió. Y la desmentida del domingo confirma que, once meses después de esa cita privada, los términos de la relación siguen siendo los mismos.

Se sabe que los mensajes de Bergoglio pueden tener varios componentes, a veces contradictorios, y otras veces reveladores. El llamado del domingo fue así: buscó desmentir una versión, (la difundida por el matutino La Nación), disciplinar a los más papistas que el Papa, desmalezar la relación con el gobierno y desautorizar a su diario preferido, su vieja lectura de cabecera, el mismo que ayudó a salvar después de la crisis de 2001, cuando el centenario matutino de los Saguier había quedado a merced de un brutal endeudamiento externo.

El ex arzobispo fue uno de los primeros en apoyar la Ley de Industrias Culturales, para evitar que algunos medios argentinos quedaran en manos extranjeras luego de la megadevaluación.

Para el establishment local, una intervención del Vaticano en la Argentina sería como un regalo del cielo. La hipótesis sólo puede resultar razonable para quienes no alcanzan a comprender que los obstáculos que tiene ahora el Papa porteño son mucho mayores y repartidos en los cinco continentes del globo, con 1200 millones de fieles y una Iglesia que hace poquito fue acusada por las Naciones Unidas de no haber dicho una palabra sobre los miles de casos de abuso de menores que el clero ha callado tradicionalmente. Ese duro señalamiento de la diplomacia global desde el Palacio de las Naciones de Ginebra, golpeó de lleno en la política bergogliana de los gestos, y podría obturar cualquier paso del jefe de la Santa Sede por la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

El dato, tan delicado para el Vaticano como el empeoramiento de la situación en Siria, no ha sido materia de comentario en medio de la fiebre que provocó la desmentida papal del domingo. En su tierra chica, Bergoglio nunca dejó de escuchar a la oposición. Muchas veces ayudó y festejó a sus referentes, otras tantas les aportó ideas y contactos. Pero ahora, a los 77, con un programa de gobierno que dentro de una década lo encontrará cerca de los 90, el ex cardenal primado también sabe que esa oposición que tanto lo venera y reivindica, no ha podido construirse como una alternativa viable al kirchnerismo.

Franca lectura de un inesperado pontífice de formación peronista, que luego de sus últimas definiciones políticas, como la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, ha dejado al propio episcopado argentino a su derecha. Esa señal, si resulta perturbadora para muchos obispos con mando de tropa, resulta insoportable para un amplio espacio de la oposición política y económica argentina que, por ejemplo, ya había dado por cerrada cualquier discusión sobre la propiedad social de la tierra en el nuevo Código Civil, gracias al "olvido" del episcopado que Bergoglio condujo por seis años, el mismo lugar desde donde vaticinó tempestades que hoy no considera creíbles, a pesar del desfile de viejos amigos que se lo recuerdan.

Ahora, lo que no dicen las exhortaciones, lo reveló un poco sutil llamado telefónico para explicar que Roma puede ser un paragolpe ante el Infierno, pero no para quienes desean chocar la nave y usarlo como escudo.

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