El futuro ya llegó. Repetidas olas de calor, tormentas fuertes y breves, más sudestadas y un río que se aleja. Nadie discute que el clima cambió. El debate es si los cambios son obra de la Naturaleza o de la acción humana.
Por Juan Manuel Bordon
Hay especialistas que advierten que de acá a un siglo, la costa porteña podría convertirse en un pantano o que el Río de la Plata podría volverse salado por la subida del mar. En la ciudad de Buenos Aires, como en el resto del mundo, hay gente dando una señal de alarma con respecto al futuro del planeta. Es que en el último mes de 2013 la Ciudad ardió. Desde que funciona el Observatorio Central de Buenos Aires, instalado en Villa Ortúzar en 1906, no se registra un diciembre tan caluroso. Si bien el termómetro no alcanzó el máximo histórico de 43,3 grados del 29 de enero de 1957 (ni tampoco el máximo para este mes, los 40,5 grados del 18 de diciembre de 1995), la persistencia de altas temperaturas no tiene precedentes.
“Se calcula que desde 1906 se han registrado 71 olas de calor, la primera en 1911. Hasta ahora, la más prolongada había sido la de 2005, con ocho días, pero esta la superó, fueron más de 14 días consecutivos en los que la temperatura no bajó de los 22 grados”, cuenta Miriam Andreoli, del Servicio Meteorológico Nacional. Se considera que hay una ola de calor cuando durante tres días consecutivos se registran máximas por encima de los 32º y mínimas que no bajan de los 22º.
En general, existen dos posturas con respecto a estos fenómenos: una plantea que no hay datos suficientes para asegurar que los cambios están vinculados a la acción del hombre y señala que quizá se dieron fenómenos similares previamente, sólo que no están en los registros meteorológicos. La otra visión sostiene que estos fenómenos extremos (olas de calor y de frío, fuertes tormentas, sequías) serán cada vez más frecuentes como consecuencia de un proceso de cambio climático y calentamiento global que se ha acelerado a partir del desarrollo industrial.
Osvaldo Canziani, una eminencia de la climatología argentina e integrante del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (en 2007 recibió el Nobel de la Paz junto a Al Gore) se alinea con la última postura. “En estos últimos 200 años, el hombre logró crear una era geológica nueva, el Antropoceno, en la que el hombre define el cambio”, cuenta en una entrevista que hizo con la Agencia de Protección Ambiental porteña y pone como ejemplo de esa era a Buenos Aires, donde a fines del siglo XIX el río llegaba casi hasta la actual Casa de Gobierno.
El tema, sin embargo, todavía es un frente de polémicas. Néstor Zirulnikoff, un geómata y técnico en estaciones meteorológicas que trabaja para el gobierno de la Ciudad y asesora también al Estado nacional, recuerda el récord de calor de diciembre de 1995 porque entonces trabajaba como foto-reportero y le tocó salir a la calle. Aunque ese día le pareció que todo se venía abajo, dice que hay que tener cautela. “En el mundo existen no más de 130 años de estadísticas. Si pensamos en los 4.500 millones de años que tiene el planeta, no es nada. Por eso hablar de cambio climático es aventurarse. La última glaciación o retirada de hielos fue hace 6.500 años y es posible que estemos ante un período similar. A muchos nos parece un disparate aseverar que la diferencia se deba a la actividad humana”, opina.
Antonio Brailovsky, economista especializado en historia ambiental y ex defensor adjunto del Pueblo de la Ciudad, dice que, como en cualquier tema político, en éste también hay intereses cruzados. “A esta altura, discutir el porcentaje de lo que es por acción humana es menor. Hemos tenido una ola de calor como no había desde 1906 y la cuestión es si vamos a tener otra equivalente dentro de un año o de un siglo”, plantea. Brailovsky está convencido de que no habrá que esperar tanto, ya que el calentamiento global va a acentuar los fenómenos extremos. “También fríos intensos; quizás tampoco haya que esperar un siglo para otra nevada en Buenos Aires”.
Los expertos suelen hablar de olas de calor, como las de este diciembre, o de lluvias torrenciales, como las de abril, como los principales indicios del cambio climático en Buenos Aires. Sin embargo, hay otro elemento clave sobre el que Canzini llama la atención: el viento. Este hombre de 91 años recuerda que hasta la década de 1960 en Buenos Aires soplaban dos flujos típicos, el Pampero y la Sudestada. El primero hacía bajar considerablemente el nivel del río, que redujo casi a la mitad sus aguas en 1942. Sin embargo, desde entonces esa corriente se siente cada vez menos, mientras que la Sudestada es más frecuente.
La hipótesis de Canziani es que, al calentarse la tierra y los océanos, los vientos bramadores de los 40º de latitud sur se fueron debilitando. “Las entradas de los anticiclones del Pacífico al Atlántico se hacen más al sur y, consecuentemente, en las brisas que llegan a las costas bonaerenses predomina el Sudoeste”, explica.
Otro factor de peso en las grandes ciudades como Buenos Aires es la gran cantidad de cemento y hormigón. Estos materiales concentran más el calor y producen un efecto conocido como el de “isla térmica”: como consecuencia, puede haber diferencias de varios grados entre un punto en el microcentro porteño y otro en el conurbano bonaerense, a pesar de que las condiciones climáticas son las mismas.
Los pronósticos acerca de los efectos del cambio climático suelen tener algo fantástico. En septiembre pasado, la revista National Geographic publicó un mapa que mostraba qué pasaría si los hielos continentales se descongelaran por completo. En Sudamérica, el crecimiento del Atlántico arrasaría con la costa uruguaya, casi todo Paraguay y, por supuesto, la Ciudad de Buenos Aires.
Brailovsky señala que un pronóstico de esa clase, que mira cientos de años hacia el futuro, sólo sirve para vender revistas. “Pero sí me tomaría en serio un pronóstico que dice que, de acá a cien años, Buenos Aires no va a estar a orillas del Río de la Plata, ya que el Delta del Paraná viene avanzando continuamente, formando islas todo el tiempo”, cuenta.
“El río de Tigre se llama Reconquista, porque por ahí entró Liniers desde Montevideo en 1806. En esa época, el río Tigre desembocaba en el de La Plata, pero ahora desemboca en el Luján. Hay kilómetros de islas que se formaron después de que entró Liniers, lo que muestra que avanzan a creciente velocidad: a más soja, más erosión; cuanta más erosión, más islas se van formando”, explica Brailovsky, para quien a este ritmo, dentro de un siglo, habrá enormes islas y pantanos delante de la Ciudad que obligarán a repensar el abastecimiento de aguas y el sistema de cloacas.
El arco de escenarios futuros también presenta el riesgo de la subida del mar sobre el río. Osvaldo Canziani ha señalado que actualmente, en Montevideo, ya se está haciendo más difícil captar agua dulce porque la entrada del océano Atlántico hace que llegue mezclada con agua salada. E incluso apuesta a que a corto plazo habrá que implementar herramientas para cosechar el agua de las tormentas. Buenos Aires, como casi todas las ciudades del mundo, las tuvo en la era de los aljibes, prohibidos a fines del siglo XIX por cuestiones sanitarias.
“Uno de los grandes problemas que hay en torno al cambio climático es que a la comunidad científica le cuesta comunicar sus conocimientos al resto de la sociedad y que cuando los dirigentes reciben esa información, no saben cómo actuar”, dice el doctor en geofísica Pablo Canziani, director del Equipo Interdisciplinario para el Estudio de Procesos Atmosféricos en el Cambio Global de la Universidad Católica Argentina, en el que físicos, meteorólogos, geógrafos, agrónomos y abogados trabajan en conjunto.
En octubre, junto a otras universidades del Cono Sur, lanzaron un Centro Regional sobre el Cambio Climático que tiene sede en Montevideo. La idea es que ahí se reúnan dirigentes políticos y distintos actores de la sociedad civil, con científicos que trabajan en estos temas, para mejorar la toma de decisiones ambientales. “Tanto la Ciudad como el Gran Buenos Aires tienen que replantearse sus políticas de urbanismo, recuperar sus espacios abiertos. La inundación de La Plata ya mostró los riesgos de la falta de planificación, el problema que genera que las zonas de escurrimiento hayan sido urbanizadas. Hoy hay poca inversión e información en estos temas. Un ejemplo es la falta de mantenimiento de las redes meteorológicas, tenemos menos lugares de observación que en los años 50”, explica Canziani hijo.
En cuanto a respuestas a este fenómeno, el punto central (y más complicado políticamente) es bajar la emisión de gases que acentúan el efecto invernadero. El otro es la adaptación, ya que una ciudad como Buenos Aires deberá acostumbrarse a estos veranos tórridos. Las reacciones van desde pequeños gestos, como no rodear los árboles que hay en la ciudad con canteros o cementos, hasta repensar los diseños arquitectónicos y la distribución de espacios verdes teniendo en cuenta dónde están los principales focos de calor en la ciudad. Un ejemplo es el de las viejas casas chorizo, con diseños que se podrían recuperar, como la orientación de las aberturas basadas en el recorrido del sol, la altura de pisos y ancho de paredes, que permiten aislamiento y circulación de aire. “Un contraejemplo son las torres de Catalina. Ahora están llenas porque la electricidad está subsidiada, pero las torres vidriadas consumen gran cantidad de energía. En esos edificios con cuatro caras de vidrio se dan situaciones insólitas, mientras que la cara sur tiene que prender la calefacción porque le da el viento, en la norte están con el aire acondicionado porque da el sol”, cuenta Brailovsky.
Otro tema es que los edificios de muchos pisos son montañas artificiales. Pueden frenar los vientos, pero en ocasiones hacer también lo contrario, ya que la orientación de sus paredes puede ayudar en la circulación de aire. El problema, dice Brailovsky, es que en la ciudad no hay un procedimiento para los estudios de impacto ambiental de los grandes edificios. “Lo hubo, pero duró tan sólo un año, de 1998 a 1999. Lo sacaron, obviamente, por presión de Puerto Madero”, agrega.
Cambio Climático
Aquí, allá y en todas partes
Las altas temperaturas en América del Sur y Australia fueron simultáneas a enormes inundaciones en Europa y a una ola polar inédita en Estados Unidos.
Varios sucesos atmosféricos han sido inequívocos: la peor ola de calor verificada durante el último siglo en el norte y el centro argentinos (incluida la Capital Federal): la extrema demanda de electricidad en la Ciudad y amplias zonas suburbanas produjo a la vez fallas en el sistema de abastecimiento y notorios “cortes de luz”. Asimismo, hubo prominentes incendios forestales en la región bonaerense (Sierra de la Ventana) y también un violento huracán de lluvia y granizo con ráfagas de viento de hasta 120 kilómetros por hora que barrió la capital de Santiago del Estero, provincia ya afectada por una prolongada sequía.
Si repasamos la prensa mundial del hemisferio sur, veremos que al mismo tiempo una potente ola de calor está tostando a Australia, donde las autoridades revelaron que 2013 ha sido el año más caliente de toda la historia de ese país. En el hemisferio norte, en Gran Bretaña, serias inundaciones forzaron evacuaciones en el oeste de Inglaterra y Gales. Escocia e Irlanda sufren el impacto de arrolladoras mareas. Y nevadas fuera de serie han cubierto grandes regiones de Estados Unidos: en algunos puntos la temperatura descendió a niveles del Ártico, 50 grados centígrados negativos. Cien millones de personas en 22 estados atraviesan esa experiencia.
No se trata de rumores alarmistas, sino de situaciones reales, rotuladas como “fenómenos extremos”, corroboradas por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y los sistemas satelitales de la Administración Estadounidense de la Aeronáutica y el Espacio (NASA). Uno de los más trágicos episodios recientes ha sido el tifón Halyan, que borró del mapa a pueblos enteros de las Filipinas.
CONTROVERSIAS
No hay unanimidad sobre si todo esto tiene relación con el cambio climático o si meramente el planeta atraviesa una época más caliente que otras del pasado. Tampoco es un secreto que desde 1992 los asuntos ambientales del globo terrestre se debaten en el marco de la Organización de Naciones Unidas. Durante la Cumbre ECO 92 en Río de Janeiro las naciones allí representadas firmaron un Convenio Marco sobre Cambio Climático para “reducir la emisión de gases de Efecto Invernadero”, gases carbónicos (CO2).
Llevó cinco años redactar el Protocolo de Kioto que ejecutaría aquel Convenio de la ONU. Así, desde 1997 vienen realizándose reuniones anuales de las partes firmantes (llamadas COP, Conference of Parts) de ese Protocolo que sólo podrá funcionar si se reformula globalmente la quema de combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas natural): una faena inviable, porque las grandes potencias no darán marcha atrás y las potencias emergentes aspiran a un desarrollo sin barreras.
Se dejó de hablar sobre Efecto Invernadero y Calentamiento Global, y pasaron a usarse las metáforas Cambio Climático y Desarrollo Sustentable. Los expertos en la materia se dividen en catastrofistas (creen que la sociedad humana genera la crisis) o en escépticos (sostienen que se trata de un fenómeno crítico natural). Ahora a esos rótulos se ha sumado otro eufemismo: “fenómenos extremos”.
Los golpes de calor o frío, los tsunamis, las sequías, las inundaciones, los tornados, los incendios forestales, el retroceso de los glaciares, la desertización y demás calamidades son caratulados como “fenómenos extremos”.
INTUICIONES
A mediados de noviembre de 2013, en Varsovia (Polonia), tuvo lugar la COP 19 de la ONU que sólo sumó más retórica al bla-bla-bla convencional que se retomará en la sesión número 20 (2014, Perú) y la número 21 (2015, París). A esta altura de las calamidades recurrentes, no hay “soluciones” a la vista, sino planes de contingencia a la hora de las catástrofes, en dos rubros más rituales que reales: adaptación y mitigación.
Por un lado, aprender a acomodarse a situaciones de emergencia. Por el otro, levantar barreras para tratar de frenar los oleajes venideros y preservar los suelos para el cultivo de alimentos, porque en campos resecos o anegados no crece nada comestible. En resumidas cuentas, la civilización industrial parece estar en estado de coma.
El resto implicará una nueva epopeya terrenal, donde será preciso reformular la vida individual y colectiva, refundar la educación pública y la cultura laboral, diseñar una sociedad solidaria a la medida de lo que el ser humano realmente necesita.
Nuestro planeta está en vías de mutación. La humanidad, todavía no. El cambio climático es una anécdota apenas. Un sueño celestial. Una invitación cargada de misterios y de milagros. La Tierra se está transformando y nos propone un cambio de planes para cancelar la pesadilla imperante e inaugurar una frugal travesía evolutiva.
DZ/vr
Fuente Redacción Z
Diario Z
Por Juan Manuel Bordon
Hay especialistas que advierten que de acá a un siglo, la costa porteña podría convertirse en un pantano o que el Río de la Plata podría volverse salado por la subida del mar. En la ciudad de Buenos Aires, como en el resto del mundo, hay gente dando una señal de alarma con respecto al futuro del planeta. Es que en el último mes de 2013 la Ciudad ardió. Desde que funciona el Observatorio Central de Buenos Aires, instalado en Villa Ortúzar en 1906, no se registra un diciembre tan caluroso. Si bien el termómetro no alcanzó el máximo histórico de 43,3 grados del 29 de enero de 1957 (ni tampoco el máximo para este mes, los 40,5 grados del 18 de diciembre de 1995), la persistencia de altas temperaturas no tiene precedentes.
“Se calcula que desde 1906 se han registrado 71 olas de calor, la primera en 1911. Hasta ahora, la más prolongada había sido la de 2005, con ocho días, pero esta la superó, fueron más de 14 días consecutivos en los que la temperatura no bajó de los 22 grados”, cuenta Miriam Andreoli, del Servicio Meteorológico Nacional. Se considera que hay una ola de calor cuando durante tres días consecutivos se registran máximas por encima de los 32º y mínimas que no bajan de los 22º.
En general, existen dos posturas con respecto a estos fenómenos: una plantea que no hay datos suficientes para asegurar que los cambios están vinculados a la acción del hombre y señala que quizá se dieron fenómenos similares previamente, sólo que no están en los registros meteorológicos. La otra visión sostiene que estos fenómenos extremos (olas de calor y de frío, fuertes tormentas, sequías) serán cada vez más frecuentes como consecuencia de un proceso de cambio climático y calentamiento global que se ha acelerado a partir del desarrollo industrial.
Osvaldo Canziani, una eminencia de la climatología argentina e integrante del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (en 2007 recibió el Nobel de la Paz junto a Al Gore) se alinea con la última postura. “En estos últimos 200 años, el hombre logró crear una era geológica nueva, el Antropoceno, en la que el hombre define el cambio”, cuenta en una entrevista que hizo con la Agencia de Protección Ambiental porteña y pone como ejemplo de esa era a Buenos Aires, donde a fines del siglo XIX el río llegaba casi hasta la actual Casa de Gobierno.
El tema, sin embargo, todavía es un frente de polémicas. Néstor Zirulnikoff, un geómata y técnico en estaciones meteorológicas que trabaja para el gobierno de la Ciudad y asesora también al Estado nacional, recuerda el récord de calor de diciembre de 1995 porque entonces trabajaba como foto-reportero y le tocó salir a la calle. Aunque ese día le pareció que todo se venía abajo, dice que hay que tener cautela. “En el mundo existen no más de 130 años de estadísticas. Si pensamos en los 4.500 millones de años que tiene el planeta, no es nada. Por eso hablar de cambio climático es aventurarse. La última glaciación o retirada de hielos fue hace 6.500 años y es posible que estemos ante un período similar. A muchos nos parece un disparate aseverar que la diferencia se deba a la actividad humana”, opina.
Antonio Brailovsky, economista especializado en historia ambiental y ex defensor adjunto del Pueblo de la Ciudad, dice que, como en cualquier tema político, en éste también hay intereses cruzados. “A esta altura, discutir el porcentaje de lo que es por acción humana es menor. Hemos tenido una ola de calor como no había desde 1906 y la cuestión es si vamos a tener otra equivalente dentro de un año o de un siglo”, plantea. Brailovsky está convencido de que no habrá que esperar tanto, ya que el calentamiento global va a acentuar los fenómenos extremos. “También fríos intensos; quizás tampoco haya que esperar un siglo para otra nevada en Buenos Aires”.
Los expertos suelen hablar de olas de calor, como las de este diciembre, o de lluvias torrenciales, como las de abril, como los principales indicios del cambio climático en Buenos Aires. Sin embargo, hay otro elemento clave sobre el que Canzini llama la atención: el viento. Este hombre de 91 años recuerda que hasta la década de 1960 en Buenos Aires soplaban dos flujos típicos, el Pampero y la Sudestada. El primero hacía bajar considerablemente el nivel del río, que redujo casi a la mitad sus aguas en 1942. Sin embargo, desde entonces esa corriente se siente cada vez menos, mientras que la Sudestada es más frecuente.
La hipótesis de Canziani es que, al calentarse la tierra y los océanos, los vientos bramadores de los 40º de latitud sur se fueron debilitando. “Las entradas de los anticiclones del Pacífico al Atlántico se hacen más al sur y, consecuentemente, en las brisas que llegan a las costas bonaerenses predomina el Sudoeste”, explica.
Otro factor de peso en las grandes ciudades como Buenos Aires es la gran cantidad de cemento y hormigón. Estos materiales concentran más el calor y producen un efecto conocido como el de “isla térmica”: como consecuencia, puede haber diferencias de varios grados entre un punto en el microcentro porteño y otro en el conurbano bonaerense, a pesar de que las condiciones climáticas son las mismas.
Los pronósticos acerca de los efectos del cambio climático suelen tener algo fantástico. En septiembre pasado, la revista National Geographic publicó un mapa que mostraba qué pasaría si los hielos continentales se descongelaran por completo. En Sudamérica, el crecimiento del Atlántico arrasaría con la costa uruguaya, casi todo Paraguay y, por supuesto, la Ciudad de Buenos Aires.
Brailovsky señala que un pronóstico de esa clase, que mira cientos de años hacia el futuro, sólo sirve para vender revistas. “Pero sí me tomaría en serio un pronóstico que dice que, de acá a cien años, Buenos Aires no va a estar a orillas del Río de la Plata, ya que el Delta del Paraná viene avanzando continuamente, formando islas todo el tiempo”, cuenta.
“El río de Tigre se llama Reconquista, porque por ahí entró Liniers desde Montevideo en 1806. En esa época, el río Tigre desembocaba en el de La Plata, pero ahora desemboca en el Luján. Hay kilómetros de islas que se formaron después de que entró Liniers, lo que muestra que avanzan a creciente velocidad: a más soja, más erosión; cuanta más erosión, más islas se van formando”, explica Brailovsky, para quien a este ritmo, dentro de un siglo, habrá enormes islas y pantanos delante de la Ciudad que obligarán a repensar el abastecimiento de aguas y el sistema de cloacas.
El arco de escenarios futuros también presenta el riesgo de la subida del mar sobre el río. Osvaldo Canziani ha señalado que actualmente, en Montevideo, ya se está haciendo más difícil captar agua dulce porque la entrada del océano Atlántico hace que llegue mezclada con agua salada. E incluso apuesta a que a corto plazo habrá que implementar herramientas para cosechar el agua de las tormentas. Buenos Aires, como casi todas las ciudades del mundo, las tuvo en la era de los aljibes, prohibidos a fines del siglo XIX por cuestiones sanitarias.
“Uno de los grandes problemas que hay en torno al cambio climático es que a la comunidad científica le cuesta comunicar sus conocimientos al resto de la sociedad y que cuando los dirigentes reciben esa información, no saben cómo actuar”, dice el doctor en geofísica Pablo Canziani, director del Equipo Interdisciplinario para el Estudio de Procesos Atmosféricos en el Cambio Global de la Universidad Católica Argentina, en el que físicos, meteorólogos, geógrafos, agrónomos y abogados trabajan en conjunto.
En octubre, junto a otras universidades del Cono Sur, lanzaron un Centro Regional sobre el Cambio Climático que tiene sede en Montevideo. La idea es que ahí se reúnan dirigentes políticos y distintos actores de la sociedad civil, con científicos que trabajan en estos temas, para mejorar la toma de decisiones ambientales. “Tanto la Ciudad como el Gran Buenos Aires tienen que replantearse sus políticas de urbanismo, recuperar sus espacios abiertos. La inundación de La Plata ya mostró los riesgos de la falta de planificación, el problema que genera que las zonas de escurrimiento hayan sido urbanizadas. Hoy hay poca inversión e información en estos temas. Un ejemplo es la falta de mantenimiento de las redes meteorológicas, tenemos menos lugares de observación que en los años 50”, explica Canziani hijo.
En cuanto a respuestas a este fenómeno, el punto central (y más complicado políticamente) es bajar la emisión de gases que acentúan el efecto invernadero. El otro es la adaptación, ya que una ciudad como Buenos Aires deberá acostumbrarse a estos veranos tórridos. Las reacciones van desde pequeños gestos, como no rodear los árboles que hay en la ciudad con canteros o cementos, hasta repensar los diseños arquitectónicos y la distribución de espacios verdes teniendo en cuenta dónde están los principales focos de calor en la ciudad. Un ejemplo es el de las viejas casas chorizo, con diseños que se podrían recuperar, como la orientación de las aberturas basadas en el recorrido del sol, la altura de pisos y ancho de paredes, que permiten aislamiento y circulación de aire. “Un contraejemplo son las torres de Catalina. Ahora están llenas porque la electricidad está subsidiada, pero las torres vidriadas consumen gran cantidad de energía. En esos edificios con cuatro caras de vidrio se dan situaciones insólitas, mientras que la cara sur tiene que prender la calefacción porque le da el viento, en la norte están con el aire acondicionado porque da el sol”, cuenta Brailovsky.
Otro tema es que los edificios de muchos pisos son montañas artificiales. Pueden frenar los vientos, pero en ocasiones hacer también lo contrario, ya que la orientación de sus paredes puede ayudar en la circulación de aire. El problema, dice Brailovsky, es que en la ciudad no hay un procedimiento para los estudios de impacto ambiental de los grandes edificios. “Lo hubo, pero duró tan sólo un año, de 1998 a 1999. Lo sacaron, obviamente, por presión de Puerto Madero”, agrega.
Cambio Climático
Aquí, allá y en todas partes
Las altas temperaturas en América del Sur y Australia fueron simultáneas a enormes inundaciones en Europa y a una ola polar inédita en Estados Unidos.
Varios sucesos atmosféricos han sido inequívocos: la peor ola de calor verificada durante el último siglo en el norte y el centro argentinos (incluida la Capital Federal): la extrema demanda de electricidad en la Ciudad y amplias zonas suburbanas produjo a la vez fallas en el sistema de abastecimiento y notorios “cortes de luz”. Asimismo, hubo prominentes incendios forestales en la región bonaerense (Sierra de la Ventana) y también un violento huracán de lluvia y granizo con ráfagas de viento de hasta 120 kilómetros por hora que barrió la capital de Santiago del Estero, provincia ya afectada por una prolongada sequía.
Si repasamos la prensa mundial del hemisferio sur, veremos que al mismo tiempo una potente ola de calor está tostando a Australia, donde las autoridades revelaron que 2013 ha sido el año más caliente de toda la historia de ese país. En el hemisferio norte, en Gran Bretaña, serias inundaciones forzaron evacuaciones en el oeste de Inglaterra y Gales. Escocia e Irlanda sufren el impacto de arrolladoras mareas. Y nevadas fuera de serie han cubierto grandes regiones de Estados Unidos: en algunos puntos la temperatura descendió a niveles del Ártico, 50 grados centígrados negativos. Cien millones de personas en 22 estados atraviesan esa experiencia.
No se trata de rumores alarmistas, sino de situaciones reales, rotuladas como “fenómenos extremos”, corroboradas por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y los sistemas satelitales de la Administración Estadounidense de la Aeronáutica y el Espacio (NASA). Uno de los más trágicos episodios recientes ha sido el tifón Halyan, que borró del mapa a pueblos enteros de las Filipinas.
CONTROVERSIAS
No hay unanimidad sobre si todo esto tiene relación con el cambio climático o si meramente el planeta atraviesa una época más caliente que otras del pasado. Tampoco es un secreto que desde 1992 los asuntos ambientales del globo terrestre se debaten en el marco de la Organización de Naciones Unidas. Durante la Cumbre ECO 92 en Río de Janeiro las naciones allí representadas firmaron un Convenio Marco sobre Cambio Climático para “reducir la emisión de gases de Efecto Invernadero”, gases carbónicos (CO2).
Llevó cinco años redactar el Protocolo de Kioto que ejecutaría aquel Convenio de la ONU. Así, desde 1997 vienen realizándose reuniones anuales de las partes firmantes (llamadas COP, Conference of Parts) de ese Protocolo que sólo podrá funcionar si se reformula globalmente la quema de combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas natural): una faena inviable, porque las grandes potencias no darán marcha atrás y las potencias emergentes aspiran a un desarrollo sin barreras.
Se dejó de hablar sobre Efecto Invernadero y Calentamiento Global, y pasaron a usarse las metáforas Cambio Climático y Desarrollo Sustentable. Los expertos en la materia se dividen en catastrofistas (creen que la sociedad humana genera la crisis) o en escépticos (sostienen que se trata de un fenómeno crítico natural). Ahora a esos rótulos se ha sumado otro eufemismo: “fenómenos extremos”.
Los golpes de calor o frío, los tsunamis, las sequías, las inundaciones, los tornados, los incendios forestales, el retroceso de los glaciares, la desertización y demás calamidades son caratulados como “fenómenos extremos”.
INTUICIONES
A mediados de noviembre de 2013, en Varsovia (Polonia), tuvo lugar la COP 19 de la ONU que sólo sumó más retórica al bla-bla-bla convencional que se retomará en la sesión número 20 (2014, Perú) y la número 21 (2015, París). A esta altura de las calamidades recurrentes, no hay “soluciones” a la vista, sino planes de contingencia a la hora de las catástrofes, en dos rubros más rituales que reales: adaptación y mitigación.
Por un lado, aprender a acomodarse a situaciones de emergencia. Por el otro, levantar barreras para tratar de frenar los oleajes venideros y preservar los suelos para el cultivo de alimentos, porque en campos resecos o anegados no crece nada comestible. En resumidas cuentas, la civilización industrial parece estar en estado de coma.
El resto implicará una nueva epopeya terrenal, donde será preciso reformular la vida individual y colectiva, refundar la educación pública y la cultura laboral, diseñar una sociedad solidaria a la medida de lo que el ser humano realmente necesita.
Nuestro planeta está en vías de mutación. La humanidad, todavía no. El cambio climático es una anécdota apenas. Un sueño celestial. Una invitación cargada de misterios y de milagros. La Tierra se está transformando y nos propone un cambio de planes para cancelar la pesadilla imperante e inaugurar una frugal travesía evolutiva.
DZ/vr
Fuente Redacción Z
Diario Z