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UNA SUPERACIÓN
algunas indicaciones para superar el malestar presente: notas no exhaustivas y no programáticas…
¡Oh mis hermanos, mis niños, mis compañeros, los amé con toda mi cólera, pero no sabía cómo decírselos, no sabía vivir con ustedes, no era capaz de alcanzarlos, de tocar sus almas frías, sus corazones desiertos! ¡No encontraba las palabras del coraje, las palabras vivientes para que la risa fuerce sus pechos y los llene de aire! Perdía la maldad de quererlos de pie, la rabia de dirigir hacia ustedes mis ojos abiertos, el lenguaje para que consigan mi rechazo a vernos envejecer antes de haber vivido, bajar los brazos sin haberlos elevado primero, descender antes de haber querido subir. Yo no era demasiado fuerte para expulsar el sueño, impedir que los arroje fuera del mundo y del tiempo, hacerlo huir lejos de ustedes, ya que por mi cuenta, temporada tras temporada, me debilitaba, sentía mis miembros debilitarse, mis pensamientos deshacerse, mi cólera desaparecer, y su inexistencia ganarme…
J. Lefebvre, La Société de la consolation
1la comunidad política, muy a pesar suyo, es como todo lo demás, pues está en todo lo demás.
2democracia biopolítica y comunidad terrible —una en cuanto axiomática de la distribución de relaciones de fuerza, la otra en cuanto sustrato efectivo de relaciones inmediatas— constituyen las dos polaridades de la dominación actual. A tal punto que las relaciones de poder que rigen las democracias biopolíticas no podrían realizarse propiamente hablando sin las comunidades terribles, que conforman el sustrato ético de dicha realización. Con más exactitud, la comunidad terrible es la forma pasional de esta axiomática que por sí sola le permite desplegarse en territorios concretos.
En última instancia, es sólo mediante la comunidad terrible que el Imperio consigue semiotizar las formaciones sociales más heterogéneas bajo la forma de la democracia biopolítica: en ausencia de comunidades terribles, la axiomática social de la democracia política no tendría cuerpos sobre los que efectuarse. Sin esta mediación, no se explican todos los fenómenos de intrincación entre lo arcaico (neoesclavismo, prostitución globalizada, neofeudalismo de empresa, tráficos humanos de todo tipo…) y la hipersofisticación imperial.
Esto para nada significa que a los gestos de destrucción que apuntan a la comunidad terrible se vincule un valor subversivo cualquiera. En cuanto régimen de efectuación de dicha axiomática, la comunidad terrible no cuenta con ninguna vitalidad propia. No cuenta con nada en sí misma que la ponga en condiciones de metamorfosearse en otra cosa, de ubicar a los seres en un vínculo revuelto respecto al estado presente de las cosas; nada que salvar. Y es un hecho que el presente está saturado hasta tal punto de comunidades terribles que el vacío determinado por toda ruptura parcial, voluntarista, con ellas, llega a ser llenado a una velocidad espantosa.
Así pues, si es absurdo preguntarse qué hacer con las comunidades terribles, ellas que están siempre-ya hechas y siempre-ya en disolución, ellas que reducen al silencio toda insumisión interna (la parresía así como todo lo demás), es en cambio de una importancia vital aprehender en qué condiciones concretas podría ser arruinada la solidaridad entre democracias biopolíticas y comunidades terribles. Para ello será preciso ejercitar una cierta mirada, la “mirada del ladrón”, aquel que desde el interior del dispositivo materializa la posibilidad de escaparse de él. Compartiendo esta mirada, los cuerpos más vivos harán advenir aquello hacia lo cual la comunidad terrible hace, incluso contra su voluntad, ciegamente seña: su propia desagregación.
Ya que las comunidades terribles nunca son realmente víctimas de su mentira, ellas están precisamente atadas a su ceguera, lo cual les permite subsistir.
2bis. Hemos llamado comunidad terrible a todo medio que se constituya sobre la base del compartir las mismas ignorancias — y en este caso, también la ignorancia del mal que él produce. Es a menudo inoperante el criterio vitalista que haría del malestar experimentado al interior de una formación humana la piedra angular para descubrir en ella la comunidad terrible. La más “exitosa” de las comunidades terribles enseña a sus miembros a amar sus propios defectos y a hacerlos amables. En este sentido, la comunidad terrible no es el lugar donde más se sufre, sino meramente el lugar donde menos se es libre.
3la comunidad terrible es una presencia en la ausencia, pues es incapaz de existir por sí misma, pero sí solamente en relación a algo más, exterior a ella. Así pues, es desenmascarando no ya los compromisos y los defectos sino los parentescos inconfesables de la comunidad terrible, como se la puede abandonar en cuanto falsa alternativa a la socialización dominante. Es convirtiendo su esquizofrenia infamante—“tú no eres más que con nosotros, no eres demasiado puro”— en esquizofrenia contaminante—“todo el mundo existe también con nosotros, y es esto lo que mina el orden presente”—, como los miembros de la comunidad terrible pueden escapar del double bind en el que están encerrados.
4no es destituyendo a un líder particular como uno se libera de la comunidad terrible; el lugar vacante pronto será tomado por cualquier otro, puesto que el Líder no es sino la personificación del deseo de todos a hacerse dirigir. Sin importar lo que se diga de él, el Líder participa en la comunidad terrible mucho más de lo que él la dirige. Él es su secreción y su tragedia, su modelo y su pesadilla. Sólo se debe a la educación sentimental de cada quien el subjetivar o desubjetivar al Líder de otra manera para que él no lo haga por sí mismo. Deseo y poder nunca están encadenados en una configuración única: basta con hacerlos valsear [fig. desplazarlos violentamente], con estropear su baile.
A menudo basta con una cierta mirada de escepticismo para demoler duraderamente al Líder en cuanto tal, y con ello su lugar.
5toda la debilidad de la comunidad terrible se debe a su clausura, a su incapacidad para salir de sí misma. No siendo un todo viviente sino una construcción defectuosa, es tan incapaz de adquirir una vida interior como de nutrir a esta misma de alegría. Así se paga el error de haber confundido la felicidad con la transgresión, pues es a partir de esta última como continuamente se reforma el sistema de reglas no escritas, y tanto más implacables, de la comunidad terrible.
6así se explica el miedo a la “recuperación” propio de la comunidad terrible: es la mejor justificación de su clausura y moralismo. Bajo pretexto de que “no nos venderemos”, uno se impide comprender que ya se nos ha comprado para permanecer ahí donde estamos. La resistencia, aquí, deviene retención: la vieja tentación de encadenar la belleza a su hermana, la muerte, que empuja a los orientales a llenar sus jaulas con magníficos pájaros que nunca volverán a ver el cielo, a los padres celosos a encerrar a sus más bellas hijas y a los avaros a llenar sus armarios de lingotes de oro, acaba por invadir a la comunidad terrible. Tanta belleza encarcelada se marchita.
E incluso las princesas encerradas en las torres saben que la llegada de los príncipes azules es sólo el preludio de la segregación conyugal, que lo que hace falta es abolir de un solo golpe las prisiones y a los liberadores, que lo que necesitamos no son programas de liberación sino prácticas de libertad.
Ninguna salida de la comunidad terrible es posible sin la creación de una situación insurreccional, y viceversa. Ahora bien, lejos de preparar unas condiciones insurreccionales, la definición de sí como diferencia ilusoria, como ser sustancialmente otro, no es más que un residuo consciencial determinado por la ausencia de tales condiciones. La exigencia de una coherencia identitaria de cada cual equivale a la exigencia de castración generalizada, de la endovigilancia policial difusa.
6bis. El fin de la comunidad terrible coincide con la apertura al acontecimiento: es en torno al acontecimiento que las singularidades se agregan, aprenden a cooperar y a tocarse. La comunidad terrible, en cuanto entidad animada por un inagotable deseo de autoconservación, pasa los posibles por la criba de la compatibilidad con su existencia, en vez de organizarse en torno a su surgimiento.
Es por esto que toda comunidad terrible mantiene con el acontecimiento una relación de conjuración defensiva y concibe la relación con lo posible en términos de producción o de exclusión, siempre tentada como está por la opción del dominio, siempre secretamente atraída por su latencia totalitaria.
7“el hombre no vale en función del trabajo útil que provee, sino en función de la fuerza contagiosa de la que dispone para arrastrar a los demás a un gasto libre de su energía, de su alegría y de su vida: un ser humano no es solamente un estómago que llenar, sino un desbordamiento de energía que prodigar.” (Bataille)
Se sabe por experiencia que en la vida pasional —y por tanto en la vida a secas— nada se paga y que quien gana es siempre quien da más y sabe gozar mejor. Organizar la circulación de otras formas de placer significa alimentar un poder enemigo con toda lógica de opresión. Bien es cierto, por consiguiente, que para no tomar el poder es preciso tener ya bastante.
Oponer a la combinatoria del poder otro registro del juego no equivale a condenarse a no ser tomados en serio, sino a hacerse portadores de otra economía del gasto y del reconocimiento. El margen de goce que existe dentro de los juegos de poder se alimenta de sacrificios y humillaciones mutuamente intercambiadas; el placer de mandar es un placer que se paga, y en esto, el modelo de la dominación biopolítica es compatible por completo con todas las religiones que fustigan la carne, con la ética del trabajo y el sistema penitenciario, así como la lógica mercantil y hedonista lo es con la ausencia de deseo, que ella palía.
En realidad, la comunidad terrible nunca consigue encauzar la potencia de devenir inherente a toda forma-de-vida, y esto es lo que permite estropear las relaciones de fuerza internas de ésta y cuestionar el poder hasta en sus formas posautoritarias.
8toda agregación humana que se coloque vis-à-vis de su afuera en una perspectiva exclusivamente ofensiva u obsidional es una comunidad terrible.
Para acabar con la comunidad terrible es preciso en primer lugar renunciar a definirse como el afuera sustancial de aquello que, haciendo tal cosa, creamos como afuera – “la sociedad”, “la competencia”, “los Bloom” o cualquier otra cosa. El verdadero otro lugar que nos queda por crear no puede ser sedentario, es una nueva coherencia entre los seres y las cosas, una danza violenta que da a la vida su ritmo, actualmente sustituido por las macabras cadencias de la civilización industrial, una reinvención del juego entre las singularidades — un nuevo arte de las distancias.
9la evasión es como la apertura de una puerta bloqueada: primero se tiene la impresión de mirar menos lejos: se aparta la vista del horizonte y entonces se arreglan los pormenores para salir.
Pero la evasión sólo es una simple huida: deja intacta la prisión. Lo que nos hace falta es una deserción, una fuga que aniquile al mismo tiempo la prisión en su totalidad.
Propiamente hablando, no existe ninguna deserción individual. Cada desertor lleva consigo un poco de la moral de las tropas. Por su simple existencia, es la recusación en acto del orden oficial; y todas las relaciones en las que entra se encontrarán contaminadas por la radicalidad de su situación.
Para el desertor, está en juego una cuestión de vida o muerte que las relaciones que él entable no ignoren ni su soledad, ni su finitud, ni su exposición.
10el presupuesto fundamental de una agregación humana sustraída de la empresa de la comunidad terrible es una nueva conjugación de las tres coordenadas fundamentales de la existencia física: la soledad, la finitud y la exposición. En la comunidad terrible estas coordenadas se conjugan en el plano del miedo en función del eje de los imperativos de supervivencia. Pues es el miedo lo que proporciona su consistencia necesaria a todos los fantasmas que acompañan a la existencia replegada sobre esos imperativos — a la cabeza de los cuales está el fantasma de la penuria, tan a menudo introyectado como horizonte a priori y suprahistórico de la “condición humana”.
En su Presentación de Sacher-Masoch, Deleuze demuestra que, más allá de la fijación psiquiátrica sobre el masoquismo como perversión y más allá de la caricatura del masoquismo como contratipo de lo sádico, las novelas de Masoch ponen en escena un juego de denigramiento sistemático del orden simbólico del Padre, juego que implica —es decir, presupone al mismo tiempo que pone en acto— una comunidad de afecciones que supera la repartición de los cuerpos entre hombres y mujeres; todos los elementos que constituyen la escena masoquista convergen en el efecto buscado: la ridiculización práctica del orden simbólico del Padre y la desactivación de sus atributos esenciales — la suspensión indefinida de la pena y la rarefacción sistemática del objeto del deseo.
Todos los dispositivos que aspiran a producir en nosotros una identificación personal con las prácticas que derivan de la dominación están igualmente, incluso si no lo están exclusivamente, consagradas a producir en nosotros un sentimiento de vergüenza, de vergüenza tanto de ser uno mismo como de ser un hombre, un resentimiento que apunta a nuestra propia identificación con la dominación. Son esta vergüenza y este resentimiento los que proveen el espacio vital de la replicación continua del orden y de la acción del Líder.
Encontramos aquí la confirmación de la existencia del nexus inextricable entre miedo y superstición constatado en el alba de todas las revoluciones, entre crisis de la presencia y suspensión indefinida de la pena, entre economía de la necesidad y ausencia de deseo. Y dicho sea de paso, y solamente para recordar cuán profunda es la estratificación de los procesos de sujetamiento que sostienen la existencia de la comunidad terrible en el momento presente.
¿De qué manera el “juego de Masoch” puede ser generalizado, y, revocando la alternativa entre dominación y sumisión, evolucionar en huelga humana?
¿De qué manera el hecho de reírse de los nexus de la dominación puede producir la superación del estadio de la puesta en escena y dejar el campo libre a la expresión de formas-de-vida practicables?
Y, para regresar a nuestra cuestión de partida, ¿de qué manera tales formas-de-vida podrán conjugar de nuevo soledad, finitud y exposición?
Esta cuestión es la de una nueva educación sentimental que inculque el desprecio soberano de toda posición de poder, que mine la conminación a desearlo y que nos libere de ser responsables de nuestro ser cualquiera, y de tal manera solitario, finito, expuesto.
Nadie es responsable del rol que ocupa, pero sí únicamente de la identificación con su propio rol.
La potencia de toda comunidad terrible es así potencia de existir al interior de sus sujetos en su ausencia.
Para liberarse de ella, nos hace falta comenzar por aprender a habitar el intervalo entre nosotros y nosotros mismos, que, dejado vacío, deviene el espacio de la comunidad terrible.
Luego desprendernos de nuestras identificaciones, devenir infieles a nosotros mismos, desertarnos.
Ejercitándose en devenir los unos para los otros el lugar de una tal deserción,
encontrando en cada encuentro la ocasión para una decisiva sustracción con respecto a nuestro propio espacio existencial,
calculando que sólo una fracción infinitesimal de nuestra vitalidad nos ha sido sustraída por la comunidad terrible y se ha fijado en la enorme maquinaria de los dispositivos,
experimentando en nosotros mismos el ser extraño que siempre-ya nos ha desertado y que funda cualquier posibilidad de vivir la soledad como condición del encuentro, la finitud como condición de un placer inaudito, la exposición como condición de una nueva geometría de las pasiones,
ofreciéndonos como el espacio de una fuga infinita,
maestros de un nuevo arte de las distancias.
Aber das Irrsal hilft.
(Mas la errancia ayuda.)
Hölderlin
POST-SCRIPTUM
Todo el mundo conoce las comunidades terribles, por haber pasado una temporada en una o por seguir todavía en una. O simplemente porque son cada vez más fuertes que las demás y porque a causa de esto se permanece siempre en parte en una — al mismo tiempo que se sale de ella. La familia, la escuela, el trabajo o la prisión son las caras clásicas de esta forma contemporánea del infierno, pero son las menos interesantes pues pertenecen a una figura pasada de la evolución mercantil y no hacen ya otra cosa que sobrevivir, actualmente. Hay comunidades terribles, en cambio, que luchan contra el estado de cosas existente, que son a la vez atractivas y mejores que “este mundo”. Y al mismo tiempo su manera de ser más próximas a la verdad —y por tanto a la alegría— las aleja más que cualquier otra cosa de la libertad.
La pregunta que se plantea a nosotros, de manera final, es de naturaleza ética antes que política, pues las formas clásicas de lo político están en el estiaje y sus categorías nos van como nuestra ropa de la infancia. La cuestión es saber si preferimos la eventualidad de un peligro desconocido a la certeza del dolor presente. Es decir, si queremos continuar viviendo y hablando en acuerdo (disidente ciertamente, pero siempre en acuerdo) con lo que se ha hecho hasta aquí —y por tanto con las comunidades terribles—, o si queremos interrogar a la pequeña parte de nuestro deseo que la cultura no ha infestado todavía con su gravoso atolladero, probar —en nombre de una felicidad inédita— un camino diferente.
Este texto nació como una contribución a ese otro viaje.