Los recambios ministeriales enfatizan el rumbo, y parece que las elecciones de octubre hubieran sido hace un siglo. Si todavía estuviera al frente de la Sociedad Rural Argentina, Hugo Biolcati seguramente exhortaría a la oposición política a "agarrar la pelota antes que la recuperen los Kirchner". Pero no. La redonda pica otra vez en el área y es el oficialismo el que vuelve a atraparla entre sus manos. Los cambios en el Gabinete permiten al oficialismo mantener su centralidad política. Las elecciones de octubre parecieran haber sucedido hace un siglo y medio. Queda demostrado que sin kirchnerismo no hay política, ni noción siquiera vaga del poder. Los recambios ministeriales, al tiempo que oxigenan la gestión, profundizan el rumbo iniciado en mayo de 2003. Lo enfatizan. Confirman su dicción, incluso desde la diversidad de nombres, estilos, historias personales e identidades políticas de sus ejecutores. Los pilotos pueden ser circunstanciales; un proyecto con semejante densidad sociohistórica, no. El último de esos cambios es por demás sintomático. La hasta el lunes titular de la Secretaría de Coordinación Militar de Asistencia en Emergencias del Ministerio de Defensa, María Cecilia Rodríguez, es ahora ministra de la cartera de Seguridad. Avala su nombramiento en esa sensible área, no su relación con las fuerzas policiales, ni sus conocimientos (que sin dudas los tendrá) en la compleja relación entre delito y sociedad, sino su extenso historial de asistencia en situaciones de catástrofe. Sin dudas, un perfil más social que represivo. El barro de la presencia estatal en el territorio donde se producen los conflictos, y no el marketing de las cámaras de vigilancia, principal insumo de campaña de la oposición triunfante en el siempre caliente distrito bonaerense. Así también se hace una revolución, después de todo. Inventando, sintetizando viejos manuales doctrinarios con nuevos aprendizajes teórico-prácticos. Por qué no con la suerte; también con la contradicción. El general César Milani, entrevistado por Hebe de Bonafini para la edición especial de su revista dedicada a los treinta años de democracia; el cura Juan Carlos Molina al frente de la Sedronar; el soviético Kicillof y el vaticano Capitanich; el acuerdo con Repsol para potenciar aún más el desarrollo de YPF. ¿Habrá alguno que todavía piense que las revoluciones se hacen ganando una discusión? Los proyectos de transformación progresiva de una sociedad se ganan en la historia. Y la historia, se sabe, no pregunta cómo. Ni quién. Se escribe con letra desprolija a veces, y con sangre, otras. Como dijo Cristina en enero de 2010, "la historia no se escribe con letra caligráfica y perfecta, sino (…) con letra torcida. Lo importante es escribirla y no que te la escriban otros." Los usos y costumbres de las democracias solamente formales y representativas serán apenas un vicio de las elites ilustradas si a través de ellos no se resuelve el núcleo duro del hambre, la falta de trabajo, la ignorancia, el atraso científico y tecnológico, el acceso a bienes culturales, el derecho a la historia y la palabra. Esas batallas, en las que el oficialismo se embarcó desde sus orígenes, le dieron identidad, también hoy. El kirchnerismo –apenas una herramienta de la historia, que abreva en el peronismo, como Cristina le dijo a Hernán Brienza– es una identidad nueva, que sintetiza varias identidades previas, y que sin llegar a negarlas, respetándolas, tiende a integrarlas en un formato nuevo y dinámico. No tiene iguales, y por eso se parece a tantas. Esa formación se corresponde con la actualidad de las clases subalternas argentinas tras décadas de continuo saqueo material y cultural, y sus consiguientes luchas de resistencia y oposición. Su desafío actual pasa por dotar a la fuerza social que lo sustenta de cada vez mayor organización, cohesión y presencia territorial. Lograr la promoción de nuevos dirigentes probos y creíbles, para que su experiencia fragüe aún más y perdure en el tiempo y más allá de sus nombres. Para ello se necesitan, desde una sólida formación de cuadros políticos hasta aportes teóricos que construyan un nuevo marco conceptual donde ubicar y entender la experiencia kirchnerista, porque está visto que los manuales hasta aquí conocidos le niegan entidad. ¿Cómo es posible que tras diez años de nacimiento, desarrollo y consolidación de su proyecto, se insista en definir al kirchnerismo por sus supuestos "giros" a derecha o izquierda, según cómo parezcan sus últimas medidas o nombramientos? Es un error pensar al kircherismo por sus eventuales espasmos, que no son tales. Se insiste en leer debilidad gubernamental precisamente donde el oficialismo exhibe sus mayores fortalezas. El proyecto nacional que cimenta su gestión es un todo, una unidad, en constante mutación, vital, inquieto, que comprende todas esas pulsaciones al mismo tiempo. La trampa está en tratar esas tensiones en forma aislada, separadas unas de las otras, de modo que parezcan "contradicciones del relato", como les gusta decir. A veces es mejor "perder la discusión" en el presente para poder ganarla luego, al final de la disputa, porque será ahí cuando se vuelva concluyente. ¿Seguirá habiendo "compañeros" que sostengan que a través de su política en materia de Derechos Humanos, sobre la última dictadura militar, marcada apenas iniciada su gestión, en la mayor de las debilidades políticas, el kirchnerismo buscó apenas una estrategia de propaganda, con fines puramente electorales, rédito puro sin costo alguno, para ganarse a las clases medias urbanas? ¿Qué tiene que ver aquel valiente gesto de recuperar para el pueblo la ex ESMA, y las nuevas medidas económicas, tendientes a frenar la sangría de dólares y cuidar la moneda nacional, en beneficio de quienes no tienen para ahorrar en euros ni pueden viajar a Europa dos veces al año? Todo. Todas las contradicciones que pudieran surgir en el complejo movimiento de la lucha popular deben resolverse en una dialéctica superadora: el proyecto nacional, la respuesta colectiva, la humildad, la generosidad y la sabiduría de poner al otro por delante siempre. Ya lo dijo el Che en la carta de despedida a sus hijos: "Acuérdense que la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada." También lo dijo José San Martín, más de un siglo antes: "Si somos libres, todo nos sobra."¿Cuándo esos dos conceptos separados por cien años en su formulación, serán debidamente tenidos en cuenta en toda su dimensión, complejidad y espesura? Infonews
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