Uno de los versos más conocidos dentro del folklore xeneize es aquel que reza: “aunque ganes o pierdas no me importa una mierda, sigo siendo bostero porque a Boca lo quiero”. Hay que entender que no se trata de una postura o una forma de decir; realmente, no interesa el resultado. Puede haber tristeza o incertidumbre, reproches u opiniones encontradas, pero en el fondo (en el “fofo fondo”, escribiría Oliverio Girondo) al hincha de Boca lo mueve el amor y no los números. Los tres goles de Olimpo de Bahía Blanca pusieron a Boca en lo más alto de la tabla de los equipos más goleados en lo que va del campeonato. A juzgar por el desempeño de la defensa, no parece que esta tendencia vaya a cambiar durante las próximas fechas. Es un extraño placer el de recibir goles; un goce envuelto en un halo de perversión, una pequeña muerte, como dirían los franceses a propósito del orgasmo. El relator de Fútbol Para Todos no dejaba de repetir, durante todo el primer tiempo y hasta el segundo gol de Olimpo: “Boca todavía está vivo”. Por supuesto, cuando ya eran tres goles a cero, en ningún momento anunció la muerte de Boca. Se habría quedado sin laburo o poco menos. El público bahiense, en cambio, coreaba “un minuto de silencio…”. Justamente en Bahía Blanca, tierra de Eduardo Mallea, autor de dos títulos que no dejaron de resonar en el imaginario de la noche goleadora: Historia de una pasión argentina y La bahía de silencio. El filósofo italiano Michele F. Sciacca –hoy muy poco leído- escribió que el hombre debía aprender a vencer en Waterloo, y lo hizo precisamente en un libro que tituló El silencio y la palabra. ¿Qué significa “vencer en Waterloo”? Ganar en la pérdida, agenciar potencia en la derrota, reunir fuerzas ante la muerte. Si de la mano de Carlos Bianchi no llegamos a dar otra vuelta olímpica, perder por goleada con Olimpo puede ser el primer paso para aprender a vencer en Waterloo.
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