A 20 años de Lobo Suelto/Cordero Atado, el autor de esta nota analiza las diatribas ricoteras. “Hay una transformación semántica que los Redondos aportan a la poética del rock: La primera persona va del singular al plural como nunca antes”. Parte II: No nos olvidemos de nosotros mismos: Cordero Atado (Ir a la nota) 20 años de Lobo Suelto – Cordero Atado. No nos olvidemos de nosotros. Recordémonos. Por Emiliano Abel Diez Una conocida anécdota cuenta que al morir la madre de Borges, una señora tuvo el desatino de darle el pésame diciéndole: “pobre, le faltaba tan poco para llegar a los cien…”, a lo que éste le replicó: “veo señora que es usted devota del sistema decimal”. Como imaginarán, poco tiene que ver esta nota con JLB, pero me sirve el dato – real o no – para dar cuenta de lo absurdo que resultan los aniversarios. En cuanto al rock en general y los Redondos en particular, podemos decir que la lamentablemente extinta revista La Mano, por ejemplo, sacó de nota en tapa los 20 años de Gulp, Oktubre y Bang, Bang! Es sencillo suponer que las ventas deben de haber sido mejores que con las tapas de, por ejemplo, los Who, Frank Zappa, Cat Power o Lou Reed, benditos sean todos ellos. No tengo los número de DBN, pero asumo que no ha de ser improbable que se hayan impreso un par de ejemplares más de los respectivos discos en esas fechas (y si no lo hicieron, deberían haberlo hecho, qué joder). Quiero decir que, en líneas generales, las rememoraciones de este estilo se corresponden con fines estrictamente comerciales y, en el mejor de los casos, todo lo demás viene después. Pues bien, dicho esto por primer, única y exclusiva vez en honor al irrenunciable espíritu amateur de esta esquela, vamos entonces a todo lo demás. Por mi parte, puedo decir por qué yo elijo volver, una vez más, a Patricio Rey. Volver incluso ahora, que después de tanto perseguirlo creemos haberlo atrapado, estudiado, analizado y clasificado, hundiéndole el bisturí hasta su mismísima médula fantástica y fantasmal. Vuelvo a ellos porque creo que hay todavía una clave oculta en lo profundo de esa alma colectiva que debe permanecer allí, presente pero indevelable. Vuelvo, decía, porque creo que con ellos por primera vez para el rock argentino estuvo del todo claro aquella frase del prólogo de Walsh: “si en algún lugar se lee hice, fui, descubrí, debe entenderse hicimos, fuimos, descubrimos”. Hay una transformación semántica que los Redondos aportan a la poética del rock: La primera persona va del singular al plural como nunca antes. Por eso me interesa todavía hablar de Patricio: Porque es, de alguna manera, seguir hablando de nosotros mismos, de dónde venimos y dónde estamos. Insisto, no me interesa en lo más mínimo el puterío de coyuntura posterior. Ni siquiera quiero que se vuelvan a juntar. Mire lo que le digo, hasta casi que me lo tomaría como una traición. Lo único que me animaría a reclamarles es también válido para todos en cualquier orden: que, mientras puedan, no se defrauden haciendo algo que no sea lo que auténticamente les sale desde lo profundo del corazón. Me interesa sí, hablar de ese Patricio Rey que para aquel entonces ya llevaba más una década proponiendo la sombra de sus alas como un refugio libertario para los olvidados, los perseguidos y los desplazados. El que era una armada invencible hecha con los retazos de un país que se caía de su propio plato. Un país que si en los 70’ había pasado a la clandestinidad, en los 90’ había pasado a la marginalidad. Y en aquellos márgenes lacerantes y filosos no encontramos jamás abrazo más cálido que el de Patricio Rey, porque lo sentíamos hecho de nuestros propios brazos liberados. Extraños personajes de turbia y dudosa ralea habían poblado desde siempre las canciones de Patricio Rey. Desde las celadoras perversas de Barbazul, o mejor, desde antes del travesti colosal de Pettite Suisse – que ni siquiera era del Indio – venía alimentándose una larga galería de caracteres de los bordes, de sobrevivientes que, como decía Symns, andaban escondidos entre los pliegues de la pesadilla colectiva. Lobo dio cuenta de una buena cuota de ellos: El deseo esperanzado para el ladrón de breto viejo, huyendo por las calles de las ciudades pesadillescas de Dashiel Hammet. El pibe que mató al viejo y se escapó en barco de una vida de bolseo, violencia y abandono. La cruz de palo para el que se pasó de rosca y acabó del otro lado. El amor herido entre prostitutas de frontera como la inolvidable Tacuara, del cuento Las Fieras de Roberto Arlt, y los arribistas arruinados y asfixiados en la tarde agobiante de su exilio interior. Filas inacabables de borders y fugitivos, que se agolpaban con belleza en la cascada de adjetivos implorantes de Buenas Noticias. Nos veíamos al fin en un espejo donde eran hermosas nuestras heridas, volvíamos a ser las flores del fangal que una voz gastada rescataba desordenadamente del arcón de los tangos perdidos. Retornábamos a aquella idea primigenia del rock and roll y de todas las músicas populares del mundo: Éramos un dolor que se baila. Y eso mientras afuera todo a nuestro alrededor se desmoronaba, la tierra se hundía y la marea nos arrastraba a un agujero negro sin fondo a la vista… Carajo, ¿Cómo no nos íbamos a enamorar?
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