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DESASOSIEGO Y VITALIDAD PARTE III

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“El libro no es un recorte de la totalidad del kirchnerismo sino de su discurso, su comunicación y su periodismo –subraya Blaustein–. Por eso no me gustaría que esto suene a hipercrítica totalizadora. Al contrario, y lamento si suena pedante, me siento orgulloso y valiente y a la vez medio solo en debatir desde adentro el kirchnerismo. Siempre he sido así, desde que era militante. Me parece que falta eso, introspección, debate interno. Intento avanzar en ese sentido y me siento un poco solo. Las columnas de Beatriz Sarlo en La Nación, por ejemplo, para mí son valiosas, me parece muy interesante su ejercicio de discutir contra la línea editorial del diario, en general, y no me parece bien ese aplanamiento que se le hace, de decir que ella y La Nación y la gorilada son la misma cosa. Es un empobrecimiento. Yo discuto el encierro, un discurso dirigido a los convencidos o casi, y una dificultad para interpelar a la sociedad. Por supuesto que el adversario, en el terreno mediático, tiene muchos más recursos y potencia. El kirchnerismo construyó herramientas de comunicación muy a los ponchazos: ahí sí que falta sintonía fina. El medio más inteligente, de acá a la China, por maduración e inteligencia, sigue siendo Página. Y es previo al kirchnerismo.” Noté cierto desasosiego en el libro. –Sí, un desasosiego que también es histórico, y bastante personal. Siempre tuve con el periodismo una relación de piel, rara, desde muy chiquito. Familia típica de clase media politizada, y cambiante por parte de mi viejo. En la previa del ’73, cuando los secuestros famosos de la época, yo me iba con la bicicleta y me fascinaba ver los camiones de exteriores de Canal 11, y hacía unos dibujitos muy simpáticos, unas sátiras sobre el show de la televisión: las típicas escenas de acoso sobre Corach o Pierri ahora. Desde siempre tuve una mirada entre ácida y crítica con los medios. Mientras estaba en Barcelona, una serie de lecturas me llevaron a meterme en Ciencias de la Información, pero más por el aspecto sociológico cultural que por el oficio del periodismo. En el libro digo, medio en chiste, que entré a una vida equivocada. Porque es un mundo que, con excepción de El Porteño y los primeros años en Página, en general he vivido con incomodidad. Cuando me fui del diario y me puse a escribir literatura, fue una gran venganza contra la opresión de los formatos del periodismo: fue un gran placer escribir los caracteres que se me diera la gana, como se me diera la gana. En los ’90 hubo un boom de las escuelas de periodismo, pero en los últimos años disminuyó muchísimo el interés, ya no es tan deseable ser periodista. ¿Qué pasó? –Así como hubo una burbuja inmobiliaria, también hubo una burbuja periodística. El ciclo fue más o menos así: salida de la dictadura, de una horrorosa complicidad, con lenguajes espantosos en nuestro periodismo, sobre todo para quienes veníamos del exilio, de ver revistas lindas y eso. Los medios tardaron mucho en descubrir la libertad, en salir de su cosa reprimida, retorcida, medieval, y con la consolidación de la democracia hubo un florecimiento. Y también se dio un proceso mundial, la famosa telepolítica, etcétera. Sobrevino un momento de prestigio muy fuerte y de mejora, el ciclo que arranca con la irradiación de Página y el descubrimiento que hace Clarín de esa renovación: ahí Clarín se preocupa en serio e incorpora temáticas, estilo, lenguajes, géneros de Página, se lleva incluso gente del diario. Clarín y La Nación se convierten en diarios bonitos, y como el gobierno era el menemismo, fue muy confortable para los medios denunciar la corrupción sin ir mucho más allá, el famoso efecto Frepaso, Alianza. Yo digo que hubo un enorme malentendido social (y nuestro) en que los periodistas y los medios venían a salvar al mundo y que éramos héroes y demás. Con el kirchnerismo ese malentendido un tanto se disipa, porque en la mayoría de los medios volvemos a ser nada más que engranajes en la pieza de una maquinaria monstruosa, con márgenes de libertad terriblemente estrechos, con una situación de mucha precariedad, incluyendo lo laboral. Hoy, Lanata está parado en ese lugar de “periodista-héroe”. Para muchos lo es y para otros, por el contrario, es un mercenario que funciona al servicio de sus ganas de ser una estrella y la corporación. –Lo tratan de mercenario, creo que con exageración, las audiencias kirchneristas, o por ahí la izquierda. Y otros sectores lo avalan como héroe, y eso es doloroso, hay que bancárselo y respetarlo, en el sentido de tratar de entender qué pasa. Yo lo llamo Billy The Kid, el héroe del pueblo antipolítico: él supo cuidar muchísimo ese lugar, con un grado de autoconciencia muy fuerte. Y es un lugar de mierda. Sobre todo por su gran simplificación, que ya data de la revista XXI, cuando saca el “Documento Nacional del Boludo”. Es un gran individualista y tiene esta mirada: “Una sociedad de borregos pelotudos, con una cupulita de políticos corruptos que los violan sistemáticamente, y yo vengo a denunciar esa gran injusticia. Pero ustedes son unos pelotudos, y necesitan de mí para que les abra los ojos”. Es una visión tan empobrecedora de la riqueza social, y tan pobre políticamente... Desde el principio planteás en el libro un choque de planetas entre el kirchnerismo y la corporación mediática. Y a lo que a veces trata de desacreditarse en la disputa, como si fuera desatinado confrontar naranjas (gobierno elegido) con bananas (un grupo mediático), lo sustentás al final con ese capítulo destinado al futuro y al poder de algunas corporaciones, con presupuestos monstruosos. ¿Es muy real este enfrentamiento en la disputa por el poder? –Sí, a eso no hay con qué darle, es absolutamente duro y real: son corporaciones gigantescas, con una característica que hace más perverso al fenómeno: la fusión con corporaciones financieras. Son un núcleo de poder contemporáneo durísimo, terrible, y no se trata sólo de la discusión argentina de Kirchner-Magnetto: es una discusión mundial. En Europa, que sufre un cansancio cultural y de la política espantoso, a estas cosas sólo las discuten minorías de indignados o sectores académicos. Lo saludable y lo lindo (a esto le da mucho espacio 6, 7, 8, y estoy de acuerdo) es que en la Argentina y en muchos países latinoamericanos a eso lo tenemos en discusión, cosa que no pasa en Europa, ni en Estados Unidos. Y esa fusión de la que hablaba es terrible, porque lo financiero lleva a lo mediático a prácticas del periodismo absolutamente degradadas, hacen cualquier cosa por vender, y lleva a la precarización, al amarillismo. Los famosos casos de espionaje ilegal a lo Murdoch: el lucro inmediato obliga a las industrias periodísticas y culturales a prácticas horribles. El nivel de incertidumbre es uno de los grandes rasgos de la contemporaneidad. Aparte de la muerte de los relatos fuertes, priman la incertidumbre y el desasosiego. En el sentido de lógica general: la política, el rol del Estado, las democracias, lo ambiental. Hay una terrible ausencia de nuevos pensamientos que aborden la complejidad. Antes teníamos respuestas: clasistas, liberales, existencialismo. Hoy hay un nivel de fragmentación y orfandad muy fuerte. Lo cual también explica la vitalidad, como contraespejo, del nuestro momento. Que tiene su saludable correlato en Latinoamérica. ¿Cómo convive eso con el desasosiego? –Bueno, tendría que dar una respuesta súper personal y me da pudor. Cuestión de temperamento mío, de personalidad. Digo, el domingo (por hoy) tenemos las PASO y estoy un poquito preocupado, no tengo idea de para dónde vamos. Una de las virtudes del kirchnerismo es que ha vuelto a emerger de situaciones complicadas. Pero el fin de este ciclo me daría tristeza: no tengo ganas de volver a un país pelotudo, con un gobierno objetivamente conservador, que no diga nada, con políticos caretas, nuevas inestabilidades. Sería un retroceso: no sólo porque será de derecha sino porque lo que venga será débil. Yo sé que no existen victorias eternas, pero me gustaría que el kirchnerismo se sostenga, siga mejorando, dando lo mejor de sí, para salir bien de estas batallas electorales. A nivel general, ¿hay conciencia del poder que tienen los medios? –Hay muchas capas divertidas y paradójicas. Cuando salía El Gráfico, cuántas veces habremos escuchado en la calle esto de que ponían a Boca o a River en tapa porque necesitaban vender: es una crítica antimediática antiquísima y lúcida. Por supuesto que las críticas se extendieron con el kirchnerismo. El otro día vino un techista a mi casa y cuando supo de mi laburo me preguntó: “¿Por qué miente tanto Clarín?”. La señora que limpia en la casa de mi vieja tiene una mirada similar. Es imposible una fórmula exacta, hay una mirada más distante, pero también existe una relación más ambigua y confusa que el kirchnerismo no siempre alcanza a leer: el consumo de medios también es entretenimiento puro, un paliativo para la soledad, para evitarla. Tiene múltiples sentidos. Venís cansado a tu casa y no querés poner Nietzsche, ponés Tinelli. Es muy complejo el fenómeno. ¿Tu visión sobre la ley de medios? –Fue sensacional todo el debate previo, y en términos generales la ley es valiosa. Comparto, extrañamente, alguna crítica de Clarín y de otros en cuanto a que la ley nace un poco vieja, porque no incorpora las nuevas tecnologías. Me preocupa su implementación, porque me parece que estamos lejos de que se aplique concretamente a los grandes grupos. Y en cuanto a la construcción del tercer sector, todos sabemos que no alcanza con la ley, que es necesario incorporar lógicas de financiamiento en términos de desarrollo, articulaciones regionales. Desde el Estado se hicieron políticas comunicacionales buenísimas en ese sentido, Televisión Digital Terrestre, nuevos contenidos, Encuentro, el Incaa, pero falta mucho para que, por ejemplo, en el Noroeste se generen contenidos y que tengan sus audiencias. En ese sentido cambié una idea que tenía antes: no creo que la respuesta a la comunicación hegemónica sea un millón de radios de la CTA, las Madres, una fábrica recuperada en un pueblito de La Pampa. Hace poco es como que volví a Lenin: uno cree en los medios como organizador colectivo. Necesitamos articulaciones más vastas para toda la sociedad. Pregunta que no se hizo mucho: ¿hay libertad de prensa en la Argentina? –Pero sí... Por ahí tenemos un debate empobrecido o dañado por la polarización. Lamentablemente, en una recorrida por Internet vi una frase de Jorge Rial que es eficiente: el periodismo sólo fue complicado de ejercer en dictadura, no me rompan las pelotas. Y sin embargo se machaca con que no hay... –Es tan contra el sentido común esa afirmación, y sin embargo hay gente que se la cree. Todos los periodistas de la derecha y del establishment atacan con eso. Están diciendo: “Cristina hija de puta, te voy a descuartizar, sos una corrupta”, y dicen que no hay libertad de expresión. Que se afirme eso también es doloroso, que sectores grandes de las audiencias piensen que ésta es una dictadura o una monarquía: uno se tiene que pegar, no sé, con dos ladrillos contra la cabeza. Vuelvo al desasosiego: es muy alto el nivel de ceguera e infantilismo político. 11/08/13 Página|12 Suplemento Radar

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