Los años del kirchnerismo, sostiene Blaustein, son retratados desde los extremos con espantosa frecuencia: “El retorno de la política y la participación popular versus la monarquía o la diKtadura”. Apela, dice, a una figura “extremada y peligrosamente simplificadora”: el choque de frente entre “dos planetas”, el kirchnerismo y “la comunicación relativamente dominante”. “Hay demasiado grito en los medios, en la política y en la calle, y hay una frecuente sensación personal y social de agobio, de zozobra”, escribe, y también que se discute mal, y que no cree “en las neutralidades periodísticas”, y que observa a los medios dominantes “empeñados en la tarea de demolición de un gobierno que, con todas las críticas que se le puedan hacer”, las que comparte y las que no, “ha sido reiteradamente sostenido por la voluntad popular”. “A contramano de las lógicas del periodismo prepotente y omnipotente que padecemos, no pretendo vender ni gritos, ni puras certezas –anota Blaustein al final de su prólogo–. El lector verá qué hace con mis propias perplejidades, con mis preguntas abiertas, con incertidumbres o dolores, con posibles contradicciones a las que a menudo opté por expresar deliberadamente.” ¿Qué descubriste a partir de la publicación? –Algo que verifica algunos de los temores y las afirmaciones del libro: la radicalización de las audiencias. El libro intenta superar las lógicas más primarias y empobrecidas de la polarización, la discusión en blanco y negro. Y descubro que en alguna web remota de la galaxia kirchnerista se hacen recortes en función de la creencia previa del lector: leen e interpretan lo que ya creían antes. Recortes en los que yo no necesariamente me siento reflejado. Se verifica, por supuesto, el silencio de los medios de la derecha, que no se hacen eco para nada del libro, por más que yo introduzco una serie de matices críticos al discurso y al periodismo kirchnerista. También verifiqué algo lindo: yo tenía cierto temor de que algún espacio periodístico kirchnerista se ofendiera por las críticas, y sin embargo ha habido un nivel de receptividad y discusión, una especie de bienvenida a esa discusión que me gustó, en parte porque demuestra su vitalidad, cierta capacidad de incorporar debates. En la escritura hay idas y vueltas en el tiempo, la incorporación al relato de lo que va pasando a lo largo de este año en los medios, y mientras ibas desarrollando el libro, una construcción con muchas vertientes. ¿Por qué te inclinaste por este formato? –Ya no me queda claro: cuando pasa el tiempo no sabés cómo fue que lo conseguiste. En principio por mi estilo, siempre fui como medio hippoide y ácrata en lo que fuera, periodismo, ensayo, literatura. Me gusta sorprender, utilizar múltiples ángulos: me considero un muy modesto heredero del concepto que usaba Aníbal Ford, de los cruces, la cosa interdisciplinaria. A múltiples realidades le podés entrar por múltiples ángulos, y eso desde el punto de vista de la eficiencia discursiva, de la amenidad, del cambio de ritmo, del tiqui-tiqui, te permite hablar de muchas cosas diferentes y sorprender. Qué sé yo: el flashback del quinto capítulo recuerda la historia comunicacional del alfonsinismo y me sirve para decir: “Hermano, buena parte de lo que estamos discutiendo hoy, la legítima construcción de una batería de comunicación desde el Estado, ya lo vimos en los años ’80”. Hay cosas muy específicas en otros capítulos, como los que dedico a Lanata y a 6, 7, 8, y reciben un tratamiento muy puntual. Todo el mundo se mete al libro por ahí, a buscar la roña, cosa que me gusta y me disgusta a la vez. Buena parte de la gente espera que en el capítulo de Lanata lo llene de mierda, y yo creo que es respetuoso, muy crítico, pero respetuoso, aunque progresivamente enojoso. Y en el caso de 6, 7, 8 me encontré con que todo el mundo –yo incluido– defiende su existencia, su necesidad de nacimiento, pero a la vez es curioso que el programa emblema de la comunicación kirchnerista sea tan debatido, crítica y cariñosamente a la vez, desde el propio palo.
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