–Marcos, en Artistas y criminales has contado crímenes en familia, afectivos, por locura, pero no los de la inseguridad. Pero si un villero le roba a otro villero, ¿no es un crimen de vecindad, en familia de algún modo? M. M.: –Seguramente. Pero los periodistas tenemos ese déficit: todavía no hemos podido narrarlos así. Uno podría argüir: “Hay razones de tipo social”, pero ya se ha dicho hasta el cansancio. En el momento que alguien roba zapatillas o se abalanza sobre una chica para sacarle la cartera, hay una elección individual. Les hemos quitado ese poder de decisión a los protagonistas de la llamada inseguridad. No es la necesidad, el discurso de los ’90 sobre la inseguridad que nacía del desempleo… no es automático. V. B.: –Pero en Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica, el que roba la bicicleta lo hace porque ya no puede más… Es cierto que hay gente que se quedó sin trabajo y no fue a robar, pero nosotros cuestionamos al chico que roba la bicicleta y admiramos a ese señor que entró a un banco y vació las cajas de seguridad. –Los ladrones de banco son taquilleros, inspiran películas… V. B.: –Recuerdo el robo al ex Banco Río en San Isidro, que se vino abajo por la mala atención de un ladrón a su pareja: el hombre que se fue con una mujer más joven. Un tipo capaz de hacer semejante robo, ¿cómo pudo haber caído en semejante error? R. R.: –Ese tipo de planes en realidad son un desafío denodado contra el azar, y si el azar se impone sobre el plan, como en este caso, en que todo se terminó derrumbando por una mujer despechada, es un triunfo de la estupidez sobre el plan. V. B.: –¿Recuerdan aquel robo famoso de los lingotes de oro en Ezeiza? –El de Saúl Lipsitz, que tenía una amante inglesa, Nelly Herrera Thompson. V. B.: –La conoció en el casino, en efecto era su amante, pero la inteligencia de él para hacer ese robo en 1961 fue superlativa. Consiguió una camioneta y le pusieron la marca de Panam, y alquilaron un galpón en el Conurbano y la noche previa al robo hicieron un gran asado para todos los vecinos; pero a las cuatro de la mañana se pusieron las ropas de Panam, cargaron el oro y lo depositaron en ese galpón. Sabían que si entraban a la ciudad de Buenos Aires todo estaría copado por la policía, entonces dejaron la carga guardada ahí. Nadie iba a sospechar que los que hicieron el asado iban a ser ladrones media hora más tarde. –Saúl Lipsitz era un personaje: vivía en Villa Crespo, era de los fundadores del IFT, era de izquierda… y enfrente tenía nada menos que al comisario Evaristo Meneses. V. B.: –Lipsitz le dijo a sus secuaces que no gastaran un centavo hasta un año después. R. R.: –Pero Meneses lo descubrió porque uno de la banda, pariente de Lipsitz, compró una laminadora. Y otro integrante de la banda, un pistolero de fuste que murió en 1995 fugando de un asalto cometido en el sur del país, tenía ya 73 años e inspiró un gran titular de Crónica: “Cayó el pistolero de la tercera edad”. M. M.: –A veces el título es todo. Yo escribí una nota espantosa en Pistas sobre la muerte de Giorgio Armani y el título me salvó: “Lo cosieron a balazos”. R. R.: –Había cosas maravillosas en esa revista. Juan Jacobo Bajarlía hacía literatura. Recuerdo un texto sobre un asesino serial francés durante la ocupación alemana que mataba soldados alemanes, los evisceraba y hacía chacinados que… ¡vendía a las tropas alemanas! –Hablando de carne humana, otro tema de tu interés, Ricardo, es el de los Doce Apóstoles de Sierra Chica… R. R.: –Y hablando de títulos, sobre ese tema me censuraron en Gente porque quise poner “El noble repulgue”. –La cárcel de Sierra Chica, y realmente es un lugar lúgubre. Me impresiona que hayan terminado jugando al fútbol con la cabeza de los guardiacárceles. R. R.: –Los Doce Apóstoles, paradójicamente, son tipos que se hicieron pesados en las cárceles. Afuera eran ladrones y pistoleros de poca monta; se llaman cachivaches porque convierten la cárcel en su hogar y aunque hay montones de ellos en general son presos solitarios, parias. Estos, además de esa patología, padecieron de otra: hacerse fuertes ahí. La violencia fue el modo más práctico de matar el tiempo: no es un medio para conservar el poder sino directamente un fin. –Para cerrar, me gustaría reflexionar sobre lo que nos devuelve la pantalla, una parte de nosotros mismos, como decía Marcos: lo peor y lo mejor que pueden convivir, porque a veces la violencia es para romper un orden injusto y otras veces para matar al vecino. M. M.: –Yo desconfío de algunas palabras. Violencia, por ejemplo. No es lo mismo la violencia de Massera, que la de un piquete, que la de Barreda. A veces englobamos cosas muy distintas. Debemos desconfiar de las palabras que no nos dejan entender. No se mata de la misma manera: los serial killers llevan el modo de matar a escala industrial, pero Mangeri o Barreda matan una sola vez. Entonces, cuando decimos “violencia”, ¿de qué hablamos? Barreda no cabe en la misma categoría que Massera. R. R.: –El otro día compré una revista 7 Días de 1978 y, más allá de la exaltación del Mundial, ese clima homicida, de miedo, opresivo, se veía hasta en las publicidades. Habría que preguntarse no cómo pensaban los genocidas sino cómo pensaba la gente en el genocidio. V. B.: –Debemos distinguir entre el asesino serial, un enfermo al que pondremos en un psiquiátrico o en la cárcel, y los que no eran ni seriales ni enfermos sino seres miserables que cometieron crímenes de lesa humanidad por razones que nada tenían que ver con la pobreza o con la desigualdad social, sino con una pura razón destructiva que se puede leer en Adolf Hitler o en Benito Mussolini, también. 11/08/13 Miradas al Sur
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