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Los sospechosos de siempre Por Hernán Invernizzi. Periodista contacto@miradasalsur.com

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El sábado 8 de marzo se celebró el Día de la Mujer. Justo al día siguiente, en la provincia de Mendoza, el jurado eligió por abrumadora mayoría a la Reina Nacional de la Vendimia. El vino y la mujer, como en la antigüedad de los mitos griegos, volvieron a encontrarse. Y como era de esperar, la política metió la cola.

Celebramos el fin de las cosechas desde hace miles de años y dentro de esas celebraciones, la cosecha de la uva (la vendimia) siempre tuvo un valor o sentido especial: no sólo se festeja el fin del arduo trabajo de la cosecha en general, sino además que el mosto viene de la uva, de allí saldrá el vino y ya se sabe, el vino alimenta, embriaga, nos lleva al éxtasis y nos acerca a los dioses. Dioniso, el dios griego también conocido como Baco, era a la vez dios del vino y protector de la agricultura. Sugestivamente, en la Tierra Prometida que Yahvé le prometió a Abraham, al pueblo de Israel no lo esperaba un mundo de soja sino la agricultura de los cereales, los aceites y el vino. Jesús convirtió al agua en vino y éste, poco después, pasó a protagonizar la Eucaristía: pan y vino, cuerpo y sangre de Cristo. El mundo islámico tiene una relación ambivalente con esta bebida: en la vida cotidiana sería algo diabólico pero al mismo tiempo es el néctar asignado a los elegidos que llegan al paraíso.

Mendoza celebra la vendimia desde 1936. Es una de las fiestas de cosecha más importantes y célebres del mundo, y en ella, desde siempre, se mezclaron la “belleza femenina”, la política, intereses económicos y debates ideológicos en torno de la problemática de género. Muchos políticos se esfuerzan por estar presentes en una celebración que convoca a decenas de miles de mendocinos y turistas de diversos orígenes, que se televisa a todo el país y que atrae a la prensa extranjera. Los intendentes y sus municipios obtienen beneficios si la elegida es de su localidad. Y ser Reina de la Vendimia no es apenas una condecoración simbólica; es una especie de embajadora provincial: durante el año de su reinado, la elegida juega un destacado papel en la promoción del turismo y la industria vitivinícola de la provincia a través de una intensa agenda de viajes, actos y eventos.

Este año la elegida fue Sofía Haudet, del departamento de Guaymallén, que obtuvo 63 votos del jurado; la segunda obtuvo apenas 23. A pesar de semejante diferencia, algunos pretendieron impugnarla. En años anteriores también se cuestionó a otras reinas: que no era lo suficientemente “linda”, que no se expresaba bien, que tenía acomodo familiar, etc. Esta vez, en cambio, la acusaron de integrar La Cámpora. Es linda, habla bien, no es amiga del gobernador, sobrina del Intendente o empleada de una bodega, pero es mala. ¡Es de La Cámpora! Y si es de La Cámpora entonces es “corrupta”, “es de la kagámpora” (como dijo un mendocino furioso en las redes sociales), integra una “agrupación de malvivientes y criminales” y “ojalá el pueblo entero la abuchee. ¡Ojalá le borren la sonrisa de la cara!” –insistían otros militantes anónimos de las redes sociales.

Días atrás, en el Mar de la China desapareció un avión de la Malasya Airlines con más de 200 pasajeros de 14 nacionalidades diferentes. Un misterio (hasta el momento de escribir esta nota). Se supo que dos pasajeros viajaban con pasaportes falsos y casi todos los medios del mundo aseguraron que esas dos personas eran iraníes. Por lo tanto, se concluyó, eran de La Cámpora. Pero resulta que por el mundo andan dando vueltas alrededor de 40 millones de pasaportes robados. Resulta que en Irán viven casi 80 millones de personas. Si anda con pasaporte falso es terrorista. Si es iraní es terrorista. Y si es de La Cámpora, es mala. O, por lo menos, sospechosa. No importa que buena parte de los 40 millones de pasaportes robados los usen pobres o perseguidos del mundo que buscan horizontes mejores en presuntos paraísos del planeta globalizado. Tampoco importa imaginarse el delirio de 80 millones de persas convertidos en una gran asamblea de terroristas. Llegado el caso, tampoco importa que la Reina de la Vendimia al final no era de La Cámpora sino de La Güemes. Para el caso es lo mismo.

“Discriminación” es la palabra que primero aparece cuando se reflexiona acerca de estas formas de la descalificación del Otro, adversario, enemigo o simplemente diferente. Como en los ejemplos clásicos: si es paraguayo es peleador, si es mujer maneja mal, si tiene HIV entonces es gay, y si es sindicalista es corrupto. También sería oportuno hablar del terrorismo ideológico implícito en simplificaciones o reduccionismos al estilo de: “como todos los políticos buscan votos, entonces todos los políticos son iguales”. De donde se concluye que la política es mala, que los políticos son peores y que la Reina de la Vendimia ganó por la política y los políticos.

También se podría imaginar que el ingeniero Mauricio Macri, ante el éxito de la celebración mendocina, decide organizar en la Ciudad de Buenos Aires una fiesta equivalente. La Ciudad Autónoma es la Capital del Tango y tendrá su Reina de la Milonga. Y resulta que sale elegida una bella joven que milita en la juventud del PRO. Aunque el jurado estuviera integrado por los mayores adversarios del jefe de Gobierno, y aunque obtuviera el 100% de los votos, hay una banda de progres desubicados para los cuales resultaría obvio en sí mismo que la elección de la Reina de la Milonga “fue manipulada por el facho de Mauricio”. Tal vez sea bonita, quizás tenga buenas piernas para el tango y hasta es posible que hable varios idiomas. Pero es “la rubia tarada” –aunque sea morocha– porque “todos los macristas son fachos y brutos”. Y además de tarada es una corrupta. Y de este modo, desde la realidad o desde la ficción, se confirma que todas las reinas militantes son o deberían ser malas, corruptas, sospechosas y, por supuesto, acomodadas. Y en el mejor de los casos, ratificando los peores estereotipos de género, se admitirá que son bonitas.

Pero no se trata sólo de cuestiones de género o de sospechas de acomodo y corrupción. También se trata de los jóvenes. También se trata de la militancia. Y de los jóvenes militantes. Durante los últimos diez años grandes sectores de la juventud argentina se reencontraron con la política, algo intolerable para quienes pretenden que la política –como el polo– sea un deporte exclusivo.

Esta especie de ofensiva juvenil que abarca desde los partidos políticos hasta los sindicatos, pasando por toda clase de organizaciones sociales, tiene a La Cámpora como uno de sus protagonistas, pero no son los únicos, como quedó confirmado con el caso de la Reina que era pero no era de La Cámpora. Pero eso no importó. Muchos informaron y comentaron que la reina era de La Cámpora como quien hace una denuncia. Hay quienes dicen que alguien es “de La Cámpora” como si se dijera que es pedófilo, corrupto o serial killer. Y tal vez sería más razonable informar que una reina o cualquier joven desconocido, “es de La Cámpora” como quien celebra que los jóvenes argentinos –no sólo los de esa organización– retomaron su derecho de intervenir en la vida política de la sociedad de la cual son parte.

16/03/14 Miradas al Sur
 

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