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Defender la palabra en el mercado de la pasión El kirchnerismo no necesita cuadros para colgar, sino personas que piensen y que tengan ideales. Por Guido L. Croxatto

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Quisiera detenerme, dije, en Joaquín Areta. En el sentido último y común de la política que hacemos. Que vamos a hacer. Cuando llegue el momento de la renovación en serio. De renovar y crecer, porque renovar es crecer y ser más. Única opción que tenemos. Ser más. No hay otra. La alternativa a eso es desdibujarse, como dice Verbitsky, y no nos podemos desdibujar. No llegamos acá para eso. Para que todo el esfuerzo quede en la nada. Al contrario. Poner la formación y el compromiso juntos. Ser mejores. También dijimos que la democracia necesita siempre un ideal. Una democracia sin ideales no se puede construir, no tiene luz, no sobrevive. No puede crecer. El hombre mismo los necesita, decía Ingenieros. Lo que nos saca de la mediocridad es eso: tener un ideal. Una ambición no de un cargo, sino de un cambio. Los cargos, para los hombres grandes, son, deben ser siempre un asunto menor. Algo pasajero. No son lo importante. No son un fin. Son un medio. Es el hombre el que le otorga valor a las cosas, a los cargos, a los objetivos que tiene. A su palabra. Basta repasar la historia de los presidentes, por ejemplo, para corroborarlo. Respetamos sólo a aquellos que también hubiéramos respetado si no hubieran sido presidentes. A Kunkel no le va a gustar, pero yo respeto a Sarmiento. Crecí viendo su rostro en mi cuarto. Su mirada. Su gesto adusto, siempre allí. Evaluándome. Mirándome. Sarmiento era un hombre jugado. Un romántico. Mucho más grande, mucho más valiente, mucho mejor abogado, en mi visión, que Alberdi. Pero esa es otra discusión. Allí están las Cartas quillotanas para quien quiera leerlas. El cargo no los cambia. Es al revés. Hoy muchos quieren ser presidentes, pero ninguno muestra un programa, un talante, un ideal, un objetivo. Nada. Entonces, nosotros lo hacemos. De eso se trata todo. De seguir siempre. De avanzar un poco. De mirar, como dijo Vertbitsky, a los que vienen detrás. Porque vienen. Porque es así la política, como la vida. Hay una herencia. Un camino. La renovación generacional –y conceptual– no es una posibilidad del proyecto. Es la única alternativa. 

Con los hijos, entonces, estamos empezando un camino nuevo. No terminando. No cerrando, sino abriendo. Naciendo. Volviendo a nacer. Generando conciencia. Generando el futuro. No se acaba la Historia con el reencuentro de cada nieto hijo robado, hallado por las Abuelas. No se acaba allí. Empieza así. Lo nuevo son los hijos. No estamos en una crisis. Estamos en un comienzo. El problema es en todo caso el lugar que el compromiso juega en la política. Respeto, y mucho, a muchos integrantes de Carta Abierta, pero el objetivo que debemos tener nosotros como jóvenes comprometidos no es ver el peligro (no reaccionar), sino saber cómo se transforma el presente. Se los dijo Kirchner mismo en una reunión: no nos enfoquemos tanto en lo que hacen los demás. Pensemos cómo podemos hacer las cosas mejor nosotros. Reaccionar es volverse conforme. Y nosotros no podemos ser conformes nunca. El conformismo es –o ha sido– en muchos aspectos el error del proyecto. El problema no son los otros. El peligro no está en los demás. El problema está en los propios errores, en las propias incapacidades, en las propias defecciones: eso es lo que, si de verdad nos comprometemos, si de verdad somos leales, debemos mirar. ¿Hemos dado lo mejor? ¿Estamos seguros de haber dado siempre todo, de haber elegido lo mejor que se podía? El voluntarismo es importante. Pero también el talento. La visión de un cambio. No conformarse. Recordemos que de aquí salió una propuesta de bajar la edad de imputabilidad. Tengamos eso presente. Nuestros candidatos banales propusieron bajar la edad de imputabilidad de los menores. Sin argumento. Banalizando además el lugar de la mujer, con los desafíos que tenemos como país por delante en temas como la violencia de género. Como los abortos clandestinos, que conducen a la muerte a las mujeres pobres. Hablemos de eso. Veamos ese peligro. El otro no nos corresponde. Veamos lo que hacemos mal y podemos y debemos hacer mejor. Si de verdad vamos a levantar una bandera progresista. Si queremos ser dignos a fondo. Dignos de verdad. Ser leales en serio es no bajar la voz. Decirle también a nuestra estimada presidenta, siempre, en todo momento, por qué pensamos lo que pensamos. Aunque eso nos cueste la carrera política, más grave es bajar la voz, más grave es especular. Más grave es ser cobarde. No decir lo que uno piensa. Bancar es decir todo, Cristina. Recordás cuando dijiste "porque los jóvenes son así, llegan, sin dobleces, vienen directo, no tienen filtro". Bueno, eso. El filtro no nos sirve, Cristina, porque no estamos especulando. Estamos defendiendo una idea. Y lo hacemos sin filtro.

Porque nuestra democracia ya tuvo demasiados filtros. Tuvo el filtro de la dictadura. Tiene el filtro de los incapaces. De los no formados. De los que censuran. Por eso no bajamos la voz. Ni (Eduardo Luis) Duhalde ni Kirchner querían eso. De ningún modo. Kirchner queda en nosotros porque no era un hombre banal. Porque eligió a un poeta para despedirse. Porque tenía pelotas y porque tenía talento, por eso queda y por eso estamos acá. No porque sea fácil ni gracioso. Sino porque ese hombre, como decía Duhalde, "cambió los vientos de la historia" y le puso sangre y corazón a esto que hacemos. Por eso. Nuestro deber no es repetir un diccionario para escalar, para que nos den un cargo. Eso es viejo. Eso es el pasado, y Kirchner lo vio. No podemos ni debemos hacer alianzas con el pasado. Está en nosotros tratar de ser cuadros, o tratar de aportar en serio al proyecto algo original, algo nuevo. Ser obsecuentes es dejar sola a la presidenta. Acompañarla es decir siempre lo que pensamos, aunque sea incómodo. Es la única manera de ganarse, si no la confianza, al menos el respeto de nuestra presidenta. (Recordarás, Cristina, lo que pienso de Moreno, lo que te escribí desde Alemania lo sostengo punto por punto.) Diciendo lo que pensamos. No es fácil, pero peor es no pensar. Repetir. Por qué era un error grave proponer bajar la edad de imputabilidad de menores. Por qué es un error callar ante eso. No decir: "No, presidenta, este no es el camino, de verdad, no lo es." Cosa que el autor de estas líneas intento hacer. Hizo. No es el camino que nosotros elegimos. No es el camino que usted tampoco eligió. Usted tiene que ser la persona que dijo: "Por hablar así murió mucha gente en la Argentina." Esta es la presidenta. La mujer que no especuló. Que no especula. Lo demás no nos importa. El kirchnerismo creció porque no midió peligros. Por eso fue valiente. Entonces, no digamos "la patria en peligro". Digamos lo que tenemos que hacer, digamos cómo lo hacemos. Por qué. 

La patria está en peligro no cuando hay conflictos, por fuertes que sean. La patria está en peligro cuando la juventud deja de pensar, cuando abandona el proyecto porque quienes lo representan no están a la altura en cada momento, cuando los hombres y mujeres del proyecto dejan de creer que pueden decir algo distinto, sin detenerse a pensar cómo va a caer, que lo que el proyecto necesita no son cuadros para colgar, sino personas que piensan y no que repitan. No necesitamos enfocarnos en el futbol. Necesitamos hacer cultura. Cuando la izquierda del movimiento –que propuso bajar la edad de imputabilidad de los menores– piensa que el problema es el liberalismo, cuando no es así, sino el libertarianismo, en todo caso, que es el grupo político que litiga contra el país en EE UU y en todo el mundo. El liberalismo defiende la igualdad, son los libertarians los que se oponen. Nosotros debemos defender la igualdad. No la baja en la edad de imputabilidad. La presidenta tiene razón cuando sostiene que una sociedad que olvida a sus jóvenes, es una sociedad que no tiene memoria ni tampoco tiene futuro. Y sin memoria no hay futuro y mucho menos presente. Por supuesto. Pero la memoria es el traspaso a un camino que está por hacerse. Que aún no hemos hecho. La memoria no es un círculo, no es un eslogan. Es una política de Estado con continuidades. Con porvenir, precisamente. Con futuro. Con herederos. Con hijos. 

Voy a terminar con un poema que no es mío. Es de esa especie de otro yo, de amigo, que es Julián, desde que nos juntó Duhalde. El poema se titula "Los leales al movimiento", y afirma que "El partido me parte/ El movimiento me multiplica/ No llevo las credenciales conmigo/ Tampoco cotillón y banderas/ no las tengo ni las creo necesarias/ Me han llamado traidor varias veces me han gritado (por supuesto que no ha sido así, es una metáfora, un recurso de Julián)/ Desviado lumpen des-encuadre inorgánico/ Por eso me han hecho prontuarios/ y esos mismos burócratas van pasando a retiro/ Y yo el más leal de todos sigo/ mis fierros son los versos/ y una sonrisa en los labios.

La poesía de Julián es lúcida como su trabajo de defensor de menores, pero lo que necesitamos es que eso que el poema dice, sea una verdad en la política. El peligro es la mediocridad propia, no la ajena. El peligro es cuando no pensamos. Cuando no nos damos cuenta de que dar vuelta la situación depende tan simplemente de tener el coraje y la determinación, pero también del saber, para saber hacerlo. Recuerdo una vez que la presidenta le pidió a Fresneda "más que lo posible". Y no sólo lo posible. Eso es real. Abjurar de nuestra identidad política nos condujo a un solo lugar. Al fracaso. El riesgo no son los demás, entonces, como creen los compañeros de Carta Abierta. El peligro, el mayor peligro, está adentro de cada uno, es la mediocridad. La transa. Todo lo que es bajo. Todo lo que degrada a una república que quiere crecer apostando a su talento, a su formación, a sus productos. La medianía. El mayor riesgo, como de alguna manera insinuó Verbitsky el domingo, y con razón, somos nosotros. La incapacidad de levantarnos en serio. De volver a poner todo en su lugar. Palabra por palabra. Corazón por corazón. De nuevo. De decir lo que es cómodo y también lo que no es cómodo, porque a largo plazo es lo mejor. A largo plazo esto es así. Y la presidenta lo sabe mejor que nadie. Al final, todo esto se trata de demostrar de qué podemos ser capaces, cuando pensamos. Y actuamos según lo que pensamos. Y sentimos. Es la hora del mejor kirchnerismo. Es cierto. La elección está en la mesa. O renovamos o dejamos de ser. Crecemos o caemos. Es el momento en que el kirchnerismo crece, apuesta a lo mejor, o se desdibuja. Es una pregunta retórica, en realidad. Nosotros sabemos que no hay dos opciones. Sólo una. (Escribió otro poeta, y lo uso para responder a los amigos de Carta abierta: "Aquí nadie/ tiene derecho a distraerse,/ a estar asustado, a rozar/ la indignación, a exclamar su sorpresa"; F.U.) Nadie. Digamos entonces cómo lo hacemos. Digamos por qué. Porque combatimos la injusticia y los hechos inmorales, defendemos la palabra. En el mercado de la discusión. En el mercado de la pasión. Que esta palabra siga viva.

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