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GELMAN CONTRA LOS DOS DEMONIOS

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Gelman contra los dos demonios

Además de ser un magnífico poeta, Juan Gelman jamás renegó de su militancia revolucionaria.

Por Demetrio Iramain

Mientras todo el país, el mundo de las letras y la cultura lloran la partida de Juan Gelman, el diario La Nación no pierde tiempo. Con un criterio político más que periodístico, el jueves 16 de enero, dos días después de la muerte del escritor, reproduce en las páginas de su diario una columna de opinión firmada por Ceferino Reato, que el sitio online Perfil.com había publicado el día antes, cuando el cuerpo de Gelman aún estaba tibio.

La nota de Reato es previsible en él. A prudente distancia de su macartismo, que lo llevó a darle voz a Videla cuando estaba dentro de la cárcel de Marcos Paz, prefiere esta vez citar a un tal Oscar del Barco y poner en tercera persona del singular su propio pensamiento, afín al mito de los "dos demonios".

Dice Reato que dice Del Barco: "Los otros mataban, pero los 'nuestros' también mataban. La verdad y la justicia deben ser para todos." Naturalmente, se está refiriendo a la militancia revolucionaria de Juan Gelman, que precisa con grado y todo: "Oficial de Montoneros" y "seis años" de acción que "incluyen los tres años de los cuatro gobiernos constitucionales del peronismo, donde hubo atentados como el que le costó la vida al sindicalista José Ignacio Rucci, hombre de confianza del general Juan Domingo Perón, y ataques como el de Formosa". Y agrega Reato otra vez en palabras de Del Barco: "Para comenzar, él mismo tiene que abandonar su postura de poeta mártir y asumir su responsabilidad como uno de los principales dirigentes del movimiento armado Montoneros. Debe confesar esos crímenes y pedir perdón por lo menos a la sociedad."

Bien. Juan Gelman jamás renegó de su militancia en Montoneros. Reato sabe muy bien que entre los 216 militares y civiles indultados por Carlos Menem en 1989, a poco de iniciada su primera presidencia, figuraba el nombre de Juan Gelman. Hasta entonces, el mayor poeta argentino (unos años después, hoy mismo, sería considerado el mejor de la lengua española todavía vivo) no podía regresar a su tierra, a su estar en el mundo, tras su largo exilio en Europa y México, porque pesaba sobre él un pedido de captura librado por un juez federal argentino. Envalentonado con la teoría de los dos demonios, el juez Miguel Guillermo Pons, más papista que el Papa, le había iniciado un proceso por asociación ilícita y en junio de 1985 ordenó su detención.

La democracia tenía ya seis años, dos levantamientos militares, dos leyes de perdón (Punto Final y Obediencia Debida) y Gelman no podía volver al país. Eso también fue el alfonsinismo. Eso tampoco es el kirchnerismo. Eso también ha madurado la sociedad democrática argentina, mejora que no vino sola ni cayó del cielo, y que exige cuidado diario, porque lobos disfrazados de corderos acechan queriendo regresarla a las cavernas de donde salió.

Ninguna entre las biografías de Juan Gelman escritas de apuro en estas horas recuerda el pedido de captura que pesaba sobre él aun varios años después de terminada la dictadura. Los hechos de la vida política nacional vinculados a Gelman pasan desde los años del exilio hasta el reencuentro con su nieta Macarena. Se saltean groseramente las cuentas pendientes que el Poder Judicial de nuestro país, heredado de la dictadura, quería cobrarse con el escritor.

Los dos demonios, indudablemente, fueron muy adentro en la subjetividad argentina. Esa explicación hipócrita, que elude responsabilidades sociales en el genocidio y modera la culpa criminal de la burguesía y el imperialismo que se beneficiaron con el golpe y la represión, sigue quedando muy cómoda para muchos. Subyace en no pocas conductas políticas. Tanto, que aún hoy puede leerse en un diario centenario y de circulación nacional el reclamo de que quienes sobrevivieron al genocidio "pidan perdón" por su militancia revolucionaria y "admitan esos crímenes". No en vano las Madres, que jamás renegaron de la militancia revolucionaria de sus hijos, fueron tan maltratadas por la cultura dominante. Si hubieran sido madres angustiadas, ancladas para siempre en el dolor; si Gelman hubiera sido sólo un magnífico poeta, y no el militante revolucionario que fue... Pero no. Recién a partir del 25 de mayo de 2003, Gelman y las Madres recibieron el reconocimiento institucional que la democracia argentina les adeudaba con vergüenza.

Dice Ulises Gorini en el Tomo II de su Historia de las Madres de Plaza de Mayo: "La secuencia numérica de los decretos que ordenaban el enjuiciamiento de las cúpulas guerrilleras y militares –el 157 y 158, respectivamente– llevaba la marca poco sutil de una periodización de la historia funcional al mito de los 'dos demonios', según la cual la acción guerrillera había precedido a la represión militar, a la vez que la última había sido una respuesta a la primera." Para el alfonsinismo, la guerrilla había sido la causante del "exceso" militar en la represión "antisubversiva". Ahora nadie habla de "errores" y "excesos", pero entonces esos términos eran frecuentes. Así explicaba Jaroslavsky –y a su turno, Jaunarena consolaba al partido militar– los años más atroces de la historia argentina. Gelman, Urondo, Walsh, Santoro, Bustos, Conti y tantos otros eran mala palabra. Sinónimos de violencia. Integraban el peligroso bando de uno de los dos "demonios". No había premios literarios, ni reediciones de sus libros para ellos.

A pesar de que el primer indulto de Menem (al año siguiente firmaría otro de igual tenor, que abrió las cárceles de lujo a los pocos genocidas todavía presos) le devolvió plenos derechos cívicos, Gelman rechazó la medida. Con dignidad y lucidez. "Me están canjeando por los secuestradores de mis hijos y de otros miles de muchachos que ahora son mis hijos. Esto es inaceptable para mí. Tan inaceptable como la 'reconciliación' con los genocidas para la que el señor Firmenich se propone", escribió el 11 de octubre de 1989.

Ahora que Gelman murió, la presidenta de la Nación decreta tres días de duelo nacional en su nombre y su memoria. Hay coherencia.

Gelman fue un consecuente crítico de esa aberración política, filosófica y cultural que se llamó teoría de los "dos demonios". Este gobierno fue un consecuente impugnador político, cultural e histórico de ese mito que estructuró la política del Estado respecto de la década del setenta durante los primeros 20 años de legalidad reconquistada, hasta 2003.

Gelman se le animó con lucidez y decisión a Ernesto Sabato, intelectual orgánico del alfonsinismo y colaborador bajas calorías de la dictadura. Y fue la Secretaría de Derechos Humanos del gobierno de Kirchner la que, a treinta años del último golpe cívico-militar, añadió otro prólogo a la versión original del Nunca Más, que refuta al escrito por Sabato, en cuya primera oración se leía: "Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda."

Ruiz Guiñazú, que ahora va a trabajar con Lanata; Fernández Meijide, que se da la mano con Cecilia Pando; los radicales Strassera y Gil Lavedra, no le perdonarán jamás al kirchnerismo semejante herejía: haberse metido con la CONADEP. No son diferencias de forma, sino discrepancias de fondo, insalvables. Enhorabuena que el kirchnerismo no vaya atrás con ellas, hacerlo sería retroceder la historia.

¿Ya salieron los dirigentes de la UCR a acongojarse por la muerte del poeta, tirando bajo el felpudo la tierrita de su histórico doble discurso? Para entonces, Juan Gelman ya será invencible en sus poemas, pero aquí, en la tierra, a no olvidar: la lucha continúa.

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