Por Jorge Muracciole
La salvaje represión de enero de 1919 que se inició contra trabajadores de la Metalúrgica Vasena en conflicto: el saldo fue de entre 700 y 2000 víctimas, según las fuentes. A fines del año 1918, el mundo occidental salía de la peor de las guerras. Del 28 de julio de 1914 al 11 de noviembre de 1918, se desarrolló la más cruenta de las aventuras bélicas generadas por la puja imperial En pleno crecimiento de las fuerzas productivas del capitalismo mundial, 9 millones de seres humanos perdieron sus vidas en las trincheras de la vieja Europa.
A fines del año 1918, el mundo occidental salía de la peor de las guerras. Del 28 de julio de 1914 al 11 de noviembre de 1918, se desarrolló la más cruenta de las aventuras bélicas generadas por la puja imperial En pleno crecimiento de las fuerzas productivas del capitalismo mundial, 9 millones de seres humanos perdieron sus vidas en las trincheras de la vieja Europa. En simultáneo los desheredados del planeta fijaban su atención en el devenir de la primera revolución obrera victoriosa, la democracia soviética emergía de la sin razón bélica con las legítimas consignas de Paz, Pan y Tierra en octubre de 1917, y la situación insurreccional de Alemania instalaba en enero de 1919 a la liga Espartaquista de Rosa Luxemburgo, en las portadas de los periódicos del mundo.
A miles de kilómetros del otro lado del Océano Atlántico, una multitud de emigrados de las regiones más diversas siguieron atentos a través de la prensa los acontecimientos europeos. En Buenos Aires, se concentraba gran parte de una población que en el conjunto de la República Argentina –según datos de comienzos de la década– superaba los 7 millones habitantes, de los cuales había más de 2 millones de inmigrantes. Las condiciones de vida de estos cientos de miles de obreros eran por demás precarias, se hacinaban en conventillos donde subalquilaban una habitación de cuatro por cuatro, subsistiendo con toda su prole, con un baño para decenas de familias y una letrina compartida por todo el inquilinato. Las condiciones laborales eran en extremo duras, en los talleres metalúrgicos y textiles se trabajaba no menos de 12 horas, de lunes a sábado, con salarios de subsistencia. En ese caldo de cultivo, las ideas de insubordinación obrera, del anarquismo y socialismo, se expandieron como reguero de pólvora.
Desde fines del siglo XIX, las formas de lucha del proletariado europeo se fueron transformando en la herramienta idónea para morigerar los niveles de súper explotación. La huelga, el boicot y los piquetes, sumados a las grandes manifestaciones del 1º de Mayo en recordatorio de los mártires de Chicago eran ya parte de la escenografía urbana de la ciudad puerto. Años antes ya había habido confrontaciones de magnitud con las fuerzas represivas, la huelga de inquilinos de agosto de 1907 –con tres meses de duración– o la Semana Roja de mayo de 1909, con decenas de muertos centenares de encarcelados y deportados, fueron los antecedentes de un acontecimiento olvidado por las historia, e invisibilizado por los partidos mayoritarios de mayor incidencia de la institucionalidad democrática a lo largo del siglo XX.
Pero cuáles han sido las razones para invisibilizar en los textos de historia escolares, en la prensa en general y borrar de la memoria histórica de los habitantes de Buenos Aires, la matanza obrera más vergonzosa del siglo veinte?
El martes 7 de enero de un tórrido verano de 1919, en uno de los tantos conflictos obreros por la reducción de la jornada laboral a 8 horas, los 2000 obreros de la Metalúrgica Vasena, en Parque de los Patricios, luchaban desde hacía un mes por un aumento salarial del 30%, el fin del trabajo a destajo, el pago de horas extras, y el incremento extra del 100% al trabajo dominical.
En uno de los piquetes obreros en la barriada de Nueva Pompeya, se intentó impedir el tránsito de un carro con materia prima que se dirigía de los depósitos a la fábrica ubicada en la manzana de la actual Plaza Martín Fierro en la confluencia de las calles Rioja, Cochabamba , Urquiza y Oruro. Ante el accionar de los obreros en conflicto, las fuerzas policiales parapetadas en la escuela cercana a la factoría en la Avenida Amancio Alcorta iniciaron el fuego de sus fusiles Mauser y escopetas Winchester, siendo repelidos desde los potreros y las casas de la zona por la autodefensa obrera. Según los textos de Julio Godio y Horacio Silva los enfrentamientos duraron cerca de dos horas. Con el luctuoso saldo de cuatro muertos, entre ellos un joven de 18 años, Juan Fiorini, que murió tomando mates en el patio de su casa por una bala perdida de Mauser en su casilla de la calle Elias 1153. La consternación en la barriada y en las filas obreras fue de tal magnitud que las organizaciones más representativas la FORA, Quinto y Noveno Congreso, de orientación anarquista y sindicalista, llamaron a acompañar el entierro de los muertos con un cese de actividades de protesta para el miércoles 8 y jueves 9 de enero. Ese jueves, cuando cientos de miles de obreros y vecinos se dirigían en el cortejo fúnebre con los féretros de los muertos a la Chacarita, en la intersección de la Avenida Corrientes y Yatay, la fusilería de la policía impactó en la muchedumbre. Se generó un conato que concluyó con una decena de muertos y el incendio de parte de la Iglesia. Al llegar la multitud a la Chacarita, se cerraron las puertas y comenzaron los disparos de fusiles a mansalva por la policía, y la ofensiva de los cosacos de la montada persiguiendo al gentío por dentro del camposanto, generando el caos en los presentes y quedando los cadáveres sin sepultar. En ese mismo día tomaba intervención en la crisis el teniente general Luis Dellepiane, que había participado en el intento revolucionario de los radicales de 1905. Era nombrado comandante de las fuerzas militares de ocupación de la ciudad de Buenos Aires, por el presidente Hipólito Yrigoyen. Las jornadas siguientes, con la efectivización de la huelga general y la represión de las tropas de infanteria del Ejército, los cosacos de la montada y los guardias blancos, formados por los niños bien de la Liga Patriótica, comenzaron la cacería de huelguistas extranjeros, casa por casa.
Perpetrándose los máximos niveles represivos, con los Pogrom en el barrio del Once, atacando diversas organizaciones obreros judías, y constituyéndose en una de las páginas más sangrientas y vergonzosas del poder sin límites de las clases adineradas de la ciudad de Buenos Aires. El saldo luctuoso de la matanza obrera varía según las fuentes, entre 700 (informes de la embajada inglesa) a más de 2000, como figura en los periódicos La Protesta Humana, y La Vanguardia.
Como se pregunta en el prólogo del libro Días rojos verano negro, Osvaldo Bayer al querer "explicar lo inexplicable, (...) ¿cómo un gobierno popular votado por las mayorías haya cometido un crimen tan atroz en aquel enero de 1919". Quizás la respuesta sea: desbordado por los acontecimientos, el gobierno de Hipólito Yrigoyen, fue fiel en última instancia, a su naturaleza de clase.
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