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Los desafíos de la política para controlar a la economía

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Una reflexión estructural sobre los obstáculos que deberá enfrentará el nuevo ministro de economía, Axel Kicillof. Kirchnerismo, política y regulación estatal. . Por Horacio Bustingorry Uno de los tantos logros que se le señalan al kirchnerismo es la subordinación de la economía a la política. El indicador más sobresaliente de lo afirmado es la pérdida de importancia del ministro de economía en relación al presidente. Durante la década K la importancia pública ha disminuido notoriamente, a diferencia de la década del 90, cuando los funcionarios vinculados a la cartera eran las figuras estelares de la política. Esta distinción es útil pero confunde más de lo que aclara. Ni un presidente es la representación de la “política” ni el titular del Palacio de Hacienda es la encarnación de la “economía”. En ambos casos pueden ser una cosa o la otra, entendida la política como la capacidad de regulación del Estado para contrarrestar las tendencias más perniciosas inherentes al capital, y la economía como el libre desenvolvimiento de esas tendencias sin contención alguna. Lo más interesante entonces es averiguar si efectivamente las intervenciones de política económica pudieron disciplinar al capital y con qué alcance. En los 90 la hegemonía del capital financiero a escala trasnacional fijó la agenda para las medidas implementadas en el país. De esa manera, la lógica intrínseca del capital fue homologada a las políticas de gobierno. ¿Qué sucedió con estas variables durante el kirchnerismo? La respuesta no es categórica. Algunas intervenciones corrigieron las tendencias más extremas del capital. Veamos por caso la creación de puestos de trabajo. El éxito de esta política no fue un derivado directo del boom sojero sino una combinación de los altos precios del commodity con la captación de renta agraria vía retenciones y su distribución mediante el aumento del gasto social, sumado al congelamiento de las tarifas de los servicios públicos, medida de fuerte impacto en la disminución del costo laboral. Sin embargo, estas experiencias fueron de un alcance limitado. Como explicar sino la persistencia del trabajo precario; la creciente sojización y expulsión de campesinos de sus tierras; el boom de la construcción dictado por las necesidades del mercado inmobiliario, contracara del déficit habitacional; y el agravamiento de algunos problemas como la inflación, fuga de capitales, pérdida de reservas del Banco Central y la creciente devaluación. Ante este panorama el carácter popular del gobierno no queda en entredicho, pero sí sus límites para controlar estas tendencias. En última instancia es el mercado quién sigue priorizando los niveles de inversión por sobre cualquier tipo de planificación estatal. Pese a todo la conclusión no es pesimista. Lo primero que debe hacerse es un diagnóstico acertado y dejar de lado los festejos del triunfo de la política sobre la economía. Es necesario aceptar que todavía el mercado y las necesidades del capital marcan fuertemente los ritmos económicos del país. Para revertir la tendencia será necesaria mayor construcción de poder político, la conformación de cuadros técnicos formados en paradigmas diferentes a los que han venido imperando y el fortalecimiento del Estado en su poder regulador. Esa perspectiva necesariamente implicará mayores grados de confrontación. Apostamos a que el nuevo ministro de economía, Axel Kicillof esté a la altura de las circunstancias.

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