Durante el conflicto con el campo, y en la revelación de odio que despertó el kirchnerismo, la figura de la presidenta se destacó en ser objeto de múltiples rencores. José Pablo Feinmann en un momento le puso nombre y apellido a esa irritación: porque es linda y es inteligente la desprecian. Se trata de dos condiciones intensas que parecieran no corresponder en una misma mujer, porque hay una noción extendida de que a cada mujer le toca una sola virtud. O es bella, o es buena, o es inteligente, y así, pero nunca se pueden ser varias cosas a la vez. El tiempo pasó desde aquellos días donde se multiplicaban los carteles ruteros de odio machista que impuso esa palabra de campo en el medio del conflicto con el campo para llamar a la Presidenta: la yegua. En concreto: en este mundo para las mujeres las apariencias siempre van a ser decisivas. Si sos linda porque sos linda, si sos fea porque sos fea y si te pusiste calzas porque te pusiste calzas. ¿Se acuerdan cuando la diputada Victoria Donda salió en bikini paseando con Alfonso Prat gay por las playas? Siempre se remarcan las dotes de las mujeres y el modo en que se muestran: su ropa, sus escotes o si se viste como monja, sus piernas largas o tobillos anchos. Eso va a importar siempre, aunque seas Presidenta de la Nación, quien esta vez, oh dios, osó a usar calzas. Que las mujeres podemos ser inteligentes y podemos estar a cargo de los destinos de un país es algo que venimos aprendiendo hace tiempo, pero parece que no podemos resignar esa maldita evaluación paralela sobre la imagen. Una mujer es una imagen antes de ser cualquier cosa. Vestigios de dos metáforas fuertes que aún nos sobrevuelan: cáscara y útero. La mujer tiene largamente probado que puede salir a la arena pública, pero no ha podido escindirse de la importancia pública de su aspecto. La belleza es ofensiva, la fealdad denigra, la imagen de la mujer siempre es una tensión, un objeto público. Hace un tiempo el uso de las calzas era privativo de las modelos. Usarlas era sólo para perfectas. Poco a poco se empezaron a democratizar y más mujeres comunes se les animaron. Yo, pacata y acomplejada, me resistía. Me daba vergüenza exhibir las curvas, sobre todo porque no me consideraba apta para el desafío. Me daba un poco de bronca ver cómo otras mujeres incluso más lejos que yo de los parámetros que creía “requeridos” para usar calzas, las portaban con total desfachatez. La bronca era envidia también por ese gesto desafiante: no ocultarse y mostrar lo que sos, el modelo imperfecto que todas somos, la desobediencia a ese mandato machista de tener cuerpos perfectos, y si no los tenés: te mandan a ocultarlos. En el fondo yo quería usar calzas porque se ven bien, porque son sexys, aún en los cuerpos “imperfectos”. Con el paso de los años fui liberando la mente, abandoné los complejos y un día me puse un par de calzas. Al principio las usaba con camisas largas que me taparan la cola. Todas empezamos por ahí con las calzas: para obtener aunque sea el beneficio de su comodidad. Después subí un poco el nivel hasta el límite y finalmente llegué al punto de ponerme calzas con la exposición del culo sin mayores problemas. Al que no le gusta que se joda y al que le gusta que disfrute. Un pequeño gesto de liberación: soy esto, me gusto y me muestro como quiero. Se ve que ese prurito con las calzas persiste en las mentes timoratas de una parte del periodismo argentino. Se ve que esa picazón pacata se potencia si quien usa las calzas es una mujer inteligente y con poder. Es que esa mujer está ocupando un lugar que le corresponde a los hombres y encima se atreve a hacerlo conservando por completo su femineidad. Qué atrevida. Me llegué a imaginar a alguno viendo la escena de esa mujer fuerte, inteligente, atrevida y sensual en calzas, que se atrevió a gobernar el país enfrentando corporaciones nunca antes cuestionadas y, oh dios, se atreve a usar calzas… Cristina, en la entrevista que acaba de emitir la TV Pública, confesó el dolor que le produce recibir insultos, y dijo dos especialmente: yegua y puta. Como ella misma dijo alguna vez: como mujer, todo le iba a ser más difícil. Y todo fue más difícil. Por eso, en esas calzas del otro día hubo un gesto de desobediencia simbólica: la presidenta ayuda a hacernos sentir más libres a todas. Presidenta en calzas. Madre en calzas. Viuda en calzas. A todas nos dijeron yeguas y putas cada vez que fuimos más nosotras mismas. Cada vez que nos dicen yeguas o putas es porque nos ven más libres. Larga vida a las calzas en todas las mujeres del mundo
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