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Channel: memoria identidad y resistencia
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Pobres tontos, pobres diablos

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Tres periodistas de AGENCIA PACO URONDO viajaron a Mendoza (25 horas, entre la ida y la vuelta) para un nuevo recital del Indio Solari. No fueron a una “cobertura” sino a perderse y delirar en ese carnaval inolvidable en que se convierte cada presentación del artista. Por Enrique de la Calle Es sabido que los recitales del Indio Solari, como antes los de Los Redondos, comienzan antes y bien lejos (cuanto más lejos, mejor) del lugar donde luego ocurrirá el punto más alto de una fiesta que tiene muchos momentos mágicos. El bacanal arrancó el jueves o el viernes, de acuerdo a los bienaventurados que pudieron zafar o no de un día de laburo. Los afortunados acamparon una noche cerca del autódromo Ángel Pena: seguramente combatieron las bajas temperaturas con toneladas de Fernet (o vino tinto en cajita) con Coca Cola y mucha marihuana. Los que emprendieron el viaje el viernes, lo hicieron a la tarde o a la noche, dependiendo de la distancia. El autor de esta crónica calculó más de 1000 colectivos: vio carteles con referencias a casi todas las provincias argentinas (escribir “de Ushuaia a la Quiaca” puede ser una obviedad, sin embargo se acerca mucho a la realidad). Luego del show, algunos micros tardaron casi seis horas en salir del predio que se les asignó a 500 metros del autódromo. Por esta vía, llegaron, en general, los que anduvieron más ajustados con el presupuesto. Los pasajes desde el Gran Buenos Aires costaron entre 600 y 800 pesos, dependiendo de la calidad del transporte. A eso hay que sumarle los 300 pesos para la entrada y un resto (nada desdeñable por cierto) para bebidas y otros menesteres. En los micros se escuchan los Redondos o el Indio, en versión solista, desde que el coche se mueve hasta que se detiene en el destino. Durante lo que dure la misa se oye sólo una sola música, podría ser una de los principios del ricoterismo. El cronista consignó otra máxima: no hay guitarras que ordenen el fogón. Los temas se escuchan en su formato original. En el micro que llevó a los cronistas de APU desde Lanús viajan jóvenes que van desde los 19 años hasta más veteranos que deben andar por los treinta y pico o pisando los 40. Entre ellos, está Vanesa (26): “Junté 1100 pesos casi sobre la fecha del recital; por suerte quedaban entradas. Además de la plata tenía el problema de con quién dejaba a mi nena, porque mi pareja trabajaba el fin de semana. Como se liberó pude venir”. Entre los viajantes, no todos tienen entradas. Saben (suponen, esperan...) que es costumbre desde los tiempos de Patricio Rey que “todos entran”, sólo hay que saber aguardar “un par de temas”. No pocas veces, los menos pacientes transforman esa rutina en situaciones de violencia frente a los controles de seguridad. En nuestro micro, dos pibes viajan (una vez más: “nunca pagamos para ver a los Redó”) con la esperanza de ingresar sin los tickets correspondientes. ¿Lo lograron esta vez? Claro. Sortearon el escollo con una picardía: uno se hizo pasar por rengo y el otro por su acompañante. “Dios nos va a castigar por hacer estas cosas”, ríen más tarde cuando recuerdan la hazaña. Uno de los dos agrega: “El hijo de puta pasó los controles y salió corriendo. Pará, que sos rengo, le gritaba yo”. A la 1 de la mañana, todo ha concluido. Los que llegaron en micro deberán encontrar el que les corresponde entre centenares de vehículos. Ahora evocan los momentos recientes del recital. Todos están convencidos que lo que acaba de ocurrir ya forma parte de las mejores historias de sus vidas. No solo el recital fue impresionante, sino ese más allá característico del “fenómeno ricotero”: ¿Cómo se explican esas 120 mil personas que recorren el país para ver un recital de rock? En nota aparte, Juan Ciucci acierta cuando afirma que son el Indio y su banda, los que estuvieron a la altura de lo que pasó en Mendoza. El retorno se hace interminable. Llegó el momento de saldar deudas. Entre la resaca y el cansancio, los viajantes deberán afrontar entre 10 y 12 horas en butacas que ahora son las más incómodas del planeta. Cuando se despidan, entre abrazos y aplausos, compartirán una última esperanza: que la misa se repita, lo más pronto posible.

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