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Círculo rojo, diálogo social y los ganadores del modelo

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La última semana comenzó con un cinematográfico Mauricio Macri que, luego de haberse atrincherado en su distrito porteño para las elecciones PASO, aspira a regresar como sea a la escena política nacional como líder de la centroderecha, lugar que le ha sido arrebatado por Sergio Massa. Por: Alejandro Robba Así, relajado y sin el auxilio de ningún publicista influyente, aludió en un reciente reportaje a un presunto "círculo rojo" que lo habría presionado para formar una alianza con el candidato a diputado bonaerense del Frente Renovador. Según el Jefe de Gobierno porteño, serían los mismos que también querían su unión con Eduardo Duhalde en 2011, lo que anima a pensar que eternamente ha sido partícipe necesario de los mismos contertulios. ¿Pero a qué hacía referencia con esto del “círculo rojo” el invitado de siempre? Cuando se busca por Internet el concepto “círculo rojo” lo primero que aparece es la película clásica francesa de 1970 del mismo nombre que protagoniza Alain Delon, como un ladrón que acaba de salir de la cárcel y se asocia para llevar adelante un espectacular robo de joyas. Pero más interesante aun es el cuento homónimo escrito en 1911 por Arthur Conan Doyle para su detective estrella Sherlock Holmes y donde en la página 10 se hace referencia por primera vez a un grupo o círculo rojo que no es otra cosa que un antecedente de la mafia italiana. En el cuento, un puñado de hombres oriundos de Posilipo, pueblo cercano a Nápoles, organiza una banda que recauda fondos chantajeando a comerciantes adinerados que pagan por una supuesta protección. En este sentido –y el cuento es aleccionador– no habría que ser muy superficial a la hora de hablar de círculos rojos ya que es bien sabido qué sucedía con aquellos que no cumplían las tareas encomendadas por los capos. Y para muestra basta un botón……colorado. Pero no es difícil saber quiénes son los amigos de Mauricio –que es Macri– y de Sergio, –que es Massa-–tan apurados en buscar figuras que hagan realidad sus sueños de volver a los añorados tiempos de la combinación letal para los sectores populares de D + A (devaluación + ajuste). Los dos modelos económicos en disputa y sus expresiones políticas hoy presentan diferentes colores y visibilidades: uno, el del círculo transparente y democrático que quiere seguir avanzando –no sin dificultades– en un camino de desarrollo con inclusión, y el otro, el que bajo la fachada de elecciones libres, busca restaurar las recetas neoliberales que en todo momento han sido comandadas por el mismo círculo rojo. Paralelamente a esta discusión, durante la semana se conmemoró el Día de la Industria y es probable que algunos de los grandes capitanes manufactureros formen parte de la lista de susurradores de oídos, siempre atentos a ver quién les puede asegurar sus niveles de tasa de ganancia. Aquí el análisis de la relación entre el gobierno nacional y la gran industria local se tiene que hacer inevitablemente más fino porque si hubo un sector mimado por el modelo económico, este ha sido el industrial. A su vez, si bien los estudios académicos no coinciden sobre si ha crecido mucho o poco la rentabilidad empresaria en estos años, en ninguno de los trabajos más conocidos, se estimaron caídas pronunciadas. Por eso es tan difícil analizar los discursos políticos de los dirigentes de la gran industria sin tener en cuenta que si bien no han dejado de ganar dinero en estos años, sí perdieron hegemonía y centralidad, conceptos que no se miden sólo en términos monetarios y que deben ser también debatidos seguramente dentro del círculo rojo, en particular por aquellos que no están acostumbrados a tener un gobierno que se les plante, los visibilice y negocie desde un lugar de dignidad y sosteniendo el interés de los 40 millones de argentinos. Pero vayamos ahora a los números que para eso nos convocan a escribir estas columnas. La industria argentina registró entre 2003 y 2012 uno de los períodos de desarrollo más prolongado e intenso de los últimos 110 años. En términos físicos, la industria más que se duplicó (106,4%), representando un crecimiento del 7,5% promedio anual, siendo el sector que más colaboró al aumento del PBI. Los antecedentes históricos que hablan también de una industria dinámica fueron: la recuperación de la primera posguerra mundial; la salida de la crisis de 1930, que empalma con el primer peronismo; y el apogeo del proceso de sustitución de importaciones (1964-1974). Una de las diferencias clave entre el período actual y los tres anteriores es que en este caso veníamos de 30 años de estancamiento y volatilidad económica donde se rompieron innumerables eslabones del entramado industrial a partir del despliegue de todo el herramental neoliberal para el que la única industria posible era la importada. Es por esta razón que al período actual le cabe mejor el término reindustrialización, es decir el de recomponer, ampliar, nacionalizar y, al mismo tiempo, modernizar un aparato productivo que alguna vez existió. En estos años se crearon cerca de 23 mil PyMEs industriales en contraste con lo sucedido en los años previos donde no paraban de cerrarse empresas debido a lo bajos niveles de actividad interna sumado a la avalancha importadora de bienes de consumo, que hoy profundizaron la alta dependencia de nuestra industria de los insumos y bienes de capital del exterior. En la última década se crearon más de un millón de puestos de trabajo industrial y el empleo registrado creció un 60 por ciento. Hoy, más del 20% de los trabajadores argentinos son empleados por el sector industrial. Por el lado de la productividad del trabajo, es donde se aprecia el fuerte impulso que experimentó la inversión. Argentina aumentó la productividad industrial un 5,6% anual promedio desde 2003 y los productos nacionales se volvieron más competitivos, obteniendo récord en exportaciones industriales. Por su parte, la comparación con otros países y regiones en estos años signados por los efectos de la crisis internacional que comenzó en 2008, también refuerza las verdaderas dimensiones de esta recuperación. En efecto, entre 2007 y 2012 la industria nacional se expandió un 21% mientras que EE UU y Europa no recuperan sus niveles precrisis, y Brasil y México crecen a tasas sólo del 2,8% y 7,6%, respectivamente. En un trabajo reciente (“Crisis, devaluación y después. Breve historia de la recomposición de las ganancias empresarias en la post convertibilidad”, publicado en 2011 en el libro Los dos modelos en disputa Universidad Nacional de Moreno), el economista Andrés Tavosnanska concluye que la persistencia de los elevados márgenes de ganancia contrasta fuertemente con la imagen construida por empresarios, consultoras y analistas. “Según esta visión, la suba de salarios, la inflación y la presión impositiva, entre otras causantes, habrían reducido los márgenes de ganancia prácticamente hasta la nada, obstaculizando el desarrollo productivo.” Pero por el contrario, el análisis realizado por el autor destaca que, con la excepción de algunos casos puntuales, la tendencia ha sido al sostenimiento de niveles de rentabilidad elevados, que superaban a los correspondientes a la última etapa de crecimiento de la convertibilidad. Se deja en claro entonces que los sectores productores de bienes han incrementado en esta década fuertemente su participación en la apropiación del excedente económico respecto a otras actividades “ganadoras en los noventa” como el sector financiero y los servicios privatizados, lo que los convierte en “los verdaderos ganadores del nuevo modelo”. Por último, en relación al tipo de empresas, Tavosnanska observa que las grandes han logrado obtener resultados aún mejores que las PyMEs y que han sido los sectores productores de insumos básicos y aquellos ligados a la explotación de recursos naturales, los que obtuvieron “niveles de rentabilidad extraordinaria”. En definitiva, los datos duros y los trabajos académicos muestran el espectacular impulso que ha tenido la industria en los últimos años y, en particular, el excelente desempeño experimentado por el sector más concentrado en términos de rentabilidad y niveles de producción. Pero, en lugar de sentarse y discutir abiertamente con los trabajadores y el Estado, en la mesa de diálogo que abrió recientemente el Poder Ejecutivo, muchos de ellos prefieren hablar por la prensa o formar parte de círculos rojos o grupos de presión que nada tienen que ver con las instituciones de la democracia que dicen defender cada vez que realizan una declaración pública. Por eso, está muy bien convocar en igualdad de condiciones a otras gremiales empresarias que tienen sus intereses puestos en la ampliación del mercado interno y no sólo a aquellos que ven al salario sólo como un costo al que hay que deprimir para ganar competitividad internacional. Es prioridad para esta etapa, una amplia participación de todos los sectores económicos para contrarrestar las operaciones que se realizan en los quinchos donde son habitués –a confesión de parte– tanto el ingeniero Macri como el candidato Massa porque no necesitamos a Sherlock Holmes para saber qué intereses defienden los titulares del círculo rojo y sus suplentes. Elemental, Watson.

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