John William Cooke protestó en la Cámara de Diputados en una de las sesiones allá por 1950: “Si el diario La Prensa tiene razón, tiene que estar equivocado el país, pero si el país tiene razón, tiene que estar equivocado el diario La Prensa y todos los que tengan conexiones con él”. Si bien es cierto que Cooke muchas veces hacía abuso de su pretensión de explicar la realidad social en términos binarios, la frase no deja de reflejar cierta forma de entender la actualidad del país 63 años después de haber sido pronunciada. Dicho esto, es decir, referida la cita, la noticia es conocida: el pasado lunes 6 de agosto se realizó la entrega de los premios Martín Fierro en el Teatro Colón y fue transmitida por Telefé, con 31 puntos ibopes, lo que significó ser el programa más visto de ese día. En la previa de la alfombra roja, que ya es hora de que por glamour pase a llamarse “colorada” (el periodista Jorge), Lanata dijo ante las cámaras del viejo Canal 11 que el Martín Fierro es el mayor de los premios populares. “Que tiene hinchada”, ahondó. Pero dejó la duda, cruel, clavada como un estilete feroz en la pulpa misma de la metáfora desafortunada: no hay nada más alejado de lo popular; nada más opuesto a los osos que, medio cuerpo al aire y gorrito petulante, saltan en equilibrio precario sobre los paraavalanchas; nada más lejano que los trapos robados y los cánticos que fatigan obtusos la rima “A-B-cualquier cosa-B” con desinencias “utos”, “ulo”, etcétera, que el Colón. Y el atavío de todos y todas quienes transitaban la alfombra lo demostraba: Versace, Carolina Herrera, Jean-Paul Gaultier, Oscar De la Renta, Chanel, Gucci, Roberto Cavalli y alhajero al tono (todo a devolver después de la fiestita). La cosa propiamente dicha (ya con el personal de limpieza barriendo pacientemente la alfombra como un gesto rudimentario de la teoría de la lucha de clases) arrancó con el presidente de Aptra, Carlos Sciacaluga, que, en un desdén corporativo digno de mejores causas, largó un “ojalá que se mejore la actividad periodística y no haya más agravios”. Aplausos entusiasmados (del griego “enthousiasmós”, “en” + “theós”, en criollo: que se tiene un dios adentro) bajaron del gallinero, atravesaron los palcos y se derramaron por cierto sector de la platea ante la mirada dura del otro sector. Luego, los premios. Y de movida, ahí nomás, después del “Revelación”, la patentización de cierto manejo turbio con las estatuillas de rigor que reflejó con brillantez la periodista Florencia Guerrero en http://veintitres.infonews.com/nota-7229-sociedad-Martin-Fierro-a-la-politica.html : ‘“Telefé pidió que los premios se pospusieran un mes porque no conseguían antes el Colón, al final parece que fue todo hecho para cerrar la campaña’, se quejaban integrantes de Aptra. A nadie escapa que el teatro que ha sido alquilado para este tipo de eventos, esta vez fue cedido ‘desinteresadamente’ y sin costo aparente”. Es que desde la 18ª edición, es decir, desde que hay vago recuerdo, realizada el 8 de mayo de 1988, los Martín Fierro sólo se otorgaron en agosto en dos oportunidades (el 7 en 1989 y el 19 en 2009): los meses elegidos siempre habían sido abril, mayo, junio y algún que otro julio. Hecha la digresión, entonces, el segundo premio fue para –suenen trompetas– (el periodista Jorge) Lanata, que agradeció a Cristina Fernández, a Amado Boudou, a Lázaro Báez y a una larga lista de etcéteras de funcionarios, ex funcionarios y denunciados entre la cual, de manera llamativa, estaba Hebe de Bonafini. “A Hebe”, dijo serio, mirando a la cámara. ¿A Hebe? Nadie preguntó, pero daba la sensación de que todos (los 31 puntos ibopianos) se lo preguntaron: ¿A Hebe? Pero (el periodista Jorge) Lanata no estaba siendo original. Hace 15 años, exactamente el lunes 4 de mayo de 1998, en la entrega de los Martín Fierro a la labor 1997 que se llevó a cabo en el Sheraton –lejos del “qué lindo, qué lindo, qué lindo que va a ser…”– con transmisión de Telefé (casualmente la última que hizo antes de esta entrega), el gran conductor dedicaba su premio por Día D “al presidente Carlos Menem, a Alfredo Yabrán, a María Julia Alsogaray, a Horacio Frega, a José María Pico” y, según afirma la crónica realizada un día después por el mismísimo diario La Nación, “una larga lista de funcionarios que fueron la materia prima que sirvió para que Día D se instalara como el más reconocido programa periodístico de la temporada ’97”. La cosa es que, después de la lista enunciada con la seriedad de un obstetra y la mirada torva a cámara (un logro, es indudablemente un logro saber mirar a cámara de esa manera tan peculiar como para que todo lo que se diga parezca cierto), los aplausos y “oooh” admirativos volvieron a hacer el recorrido anterior y grecoentusiasta de gallinero-palcos-cierto sector de la platea. Ahí, en ese preciso y certero instante, apareció en todo su esplendor la rajadura. Esa rajadura (de aquí en adelante “la grieta”) se fue ampliando cuando se comprobó que Reynaldo Sietecase (grabado a la tarde, sin gallinero, sin entusiastas, con la posibilidad de la edición flagrante abierta a los dedos de los operadores de video y las órdenes de los jefes) no es el mejor conductor en labor periodística pero sí el mejor panelista invitado. Cuando Marcelo Longobardi agradeció el galardón a Daniel Hadad y la cámara ponchó a (l periodista Jorge) Lanata, que en la previa de la alfombra había elogiado a “Longo, que me hace el pase en Mitre todas las mañanas y logramos tener el share más alto del país, 53”. Aunque de ahí en adelante, el ponchamiento también sería estrella rutilante, era la grieta la que se llevaba todas las palmas. Y crecía. Creció con la cara del Papa Francisco recibiendo el Martín Fierro. Está bien que el Papa sea argentino, que tome mate, que sepa quién es Floreal Ruiz y alguna vez haya vivado al “Cordero” Telch, pero el exabrupto de la estatuilla en sus manos fue similar a la recepción “y bueh, qué querés que haga” de la camiseta de San Lorenzo apenas asumió en el Vaticano. Creció con la entrega a Telenoche como mejor noticiero y el recuerdo del almuerzo, tal vez casual, que tuvo María Laura Santillán con la plana mayor de la sección Espectáculos del diario Clarín en el restaurant del Four Seasons el jueves 1º de agosto. Y sí, claro, la cámara ponchó a Lanata. Y se detuvo en Lanata, aprovechando que subía para recibir otro (Martín) Fierro, ahora por Lanata sin filtro (ahí, la orden fue ponchar a Soledad Silveyra y a Pablo Echarri). Creció imparable la grieta con Periodismo para todos ganándole a 6, 7, 8 en mejor periodístico de TV. Y ahí llegó la mención sobre esa grieta que estaba pero nadie nombraba: “La grieta va a permanecer, ya no es política, es cultural. La última vez que se produjo esta grieta fue hace 40 o 50 años”, dijo (el periodista Jorge) Lanata. Claro, nadie duda de las grietas producidas por el triunfo electoral de los rebeldes Arturo Illia y Carlos Perette en 1963 ni de la división brutal del 61,85% obtenido por la fórmula Perón-Perón. Creció con las palabras quebradas por la emoción de Mónica Gutiérrez (que se sigue cortando el pelo a los mordiscones): “Los periodistas no somos nada sin el medio en el que estamos”, en la cual parecerían estar de más las siete últimas palabras. Creció con las ausencias de Tinelli, que no está en la tele ni para recibir el premio. Creció con el homenaje a Juan Carlos Calabró (ponchemos a Lanata, ya que había dicho que lo admiraba cuando denunció al marido de Ileana Calabró en el caso Báez). Creció con Campanella, que esta vez no tuiteó, y dijo, sentencioso, alla ya que estamos me subo: “Ah de aquellos tiempos en que los Martín Fierro periodísticos eran los más aburridos”. Creció cuando (Alejandro Wuebe) Marley dijo que era una maravilla estar ahí, en el Colón, bajo la cúpula que pintó Soldi. “Soldi”, dijo Marley, con una “i” extraña, creyendo que hablaba de Malena Solda que había firmado mal el mencionado techo del sacrosanto coliseo nacional. Y la grieta creció hasta que a alguien le pareció oportuno agarrar el Poximix y darle el “producción integral” a Graduados, batiendo a Periodismo para todos (ponchemos a Lanata). Y, al toque, el mejor “ficción diaria”, también para Graduados (dale, dale, ponchemos a Lanata). La grieta, esa representación de la representación de la realidad, en una sutil paradoja, se agrietaba. Ergo: Poximix. El oro fue un trámite. Festejó Graduados, de Telefé. El viejo y olvidado Leoncio debe haber saltado feliz, con el pomito de Poximix y la certeza de que el año que viene, no transmitirá el Martín Fierro ni a palos. 11/08/13 Miradas al Sur
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